Juan José Conejo Corredera
Candelabros de plata, ventanas de cristal. Casas de lujo y fragilidad. Débil sociedad, la muerte no distingue entre plata y cristal. Mira el rico al pobre con menosprecio, mira la muerte al rico de la misma manera. Nacidos en cuna de madera y que son el orgullo del mundo. Nacidos en cuna de oro y de quienes todos se avergüenzan. Pero ni la madera ni el oro pueden detener el tiempo. En el abrazo de la eternidad no existen las clases. ¿Quiénes son los vencedores? ¿Quiénes los vencidos?.
Aunque unos vivan 30 años más que otros, ¿qué son treinta años en el contexto de la eternidad? Unos podrían vivir dos vidas y ser vencidos; otros podrían vivir media vida y ser vencedores. ¿Cuál es el parámetro de la victoria? El niño que muere antes de nacer, ¿es un vencedor o un vencido? Quien muere a los 90 años rico y famoso, ¿es un vencedor o un vencido? Preguntas retóricas que no esperan respuesta. El argumento del silencio aguijonea la conciencia.
Cuando te muerde la soledad haces un balance de tu vida. No te sientes satisfecho. El auténtico vencedor reconoce sus errores. El tiempo corre para todos, la muerte no perdona a nadie, pero aún hay tiempo de mejorar. Intenta una pequeña hazaña mientras puedas respirar. Pedir perdón te hace más grande; perdonar te convierte en gigante. No esperes el paraíso en un cielo futuro si en tu corazón late el infierno. Hay esperanza para los vencidos: de la fragilidad se puede extraer la fortaleza.
En algún lugar existe un paraíso para los vencedores, más allá de esa línea del horizonte que nunca se acaba. Buscaste esa cruz en el mapa, pero no la encontraste. No hay camino ni sendero que te lleve a ese lugar ansiado. ¿Quizá se encuentre cerca de las estrellas? Pero ese paraíso está muy cerca, es invisible, es intangible, no lo puedes ver ni tocar. Está en tu memoria. Los buenos recuerdos son victorias. Son vencedores los que tienen paz en su conciencia.
Fuente: Elperiodico.com