Reflexión del Evangelio – Homilía del domingo, 14 de enero de 2024



¿Qué buscáis?


Queridos hermanos, paz y bien.


Hemos dejado atrás los tiempos litúrgicos de Adviento y Navidad, y nos recibe el tiempo ordinario, que no aburrido. Todo lo vivido hasta ahora nos puede ayudar a afrontar este periodo que llega hasta el Miércoles de Ceniza, en este año, el 14 de febrero.


Comienza el tiempo ordinario con la historia de un joven que andaba siempre en el templo, cerca de las cosas de Dios. Podemos decir que “se las sabía todas”. Conocería el terreno, sabría dónde estaban todas las cosas, habría ido a cientos de ceremonias, habría visto a muchas personas rezando… Pero no conocía al Señor, todavía. No le había sido revelada su Palabra. No había tenido un encuentro personal con Dios.


Porque ser cristiano es una llamada personal. No es apuntarse a algo. No es ser miembro de un partido, o tener el carnet de un equipo de fútbol. No es una ideología. Tampoco algo para un horario concreto. Es un estilo que abarca toda la vida, sin vacaciones ni descansos. De día y de noche, en trabajo y en el ocio. A tiempo completo.


A Samuel le cuesta reconocer la llamada. A nosotros, hoy en día, también nos resulta difícil saber qué quiere Dios de mí. No era frecuente que el Señor se revelara directamente. Por eso, Samuel no puede encontrar por sí mismo el origen de la voz. Tampoco Andrés y el discípulo amado pueden descubrir Quién es el único y verdadero Maestro. Son necesarios “guías” que hayan tenido esa experiencia. Y no hablamos de charletas, ni de cursillo, ni de técnicas de oración o de libros sobre la esencia de Dios. Se trata de la palabra de personas que han recorrido esos caminos y ayudan a otros a andar por ellos. Maestros de vida, personas con “experiencia de Dios”. Que saben lo que dicen. Porque lo han vivido ya. ¿Tengo algún director espiritual que me ayuda en esta búsqueda, por ejemplo?


La experiencia de Samuel sucede de noche. Cuando “aún ardía la lámpara de Dios”. La lámpara se encendía por la noche (Ex 27, 20-21; Lv 24, 3). De noche, en silencio, se para el ruido de las cosas, descansan los sentidos del cuerpo y se disparan los del alma. Dios se puede revelar. ¿Hace falta recordar que necesitamos silencio para escuchar al Señor? Porque el silencio nos cuesta, lo llenamos con muchas cosas, con mucho ruido.


Y no es baladí la invitación del apóstol Pablo para cuidar el cuerpo. “No os poseéis en propiedad, porque Dios os ha comprado pagando un precio por vosotros”. Un precio muy grande. El de la vida de su propio Hijo. Y las preguntas que hace Pablo a los Corintios son muy actuales. Porque vivimos en un mundo en el que el cuerpo se ha desnaturalizado, se ha convertido en mercancía, y se ha perdido el pudor, por culpa de la “hipersexualización” de la sociedad. ¿Se nos ha olvidado que nuestros cuerpos “son miembros de Cristo”? “¿No habéis oído que sois templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?” Él vive en nosotros, le pertenecemos, por eso deberíamos huir de toda inmoralidad. Que se note que somos cristianos.


En el Evangelio vemos a dos discípulos de Juan que tienen ganas de buscar. “¿Qué buscáis?”, les pregunta Jesús. Querían saber dónde vivía Cristo. Están dispuestos a salir de su zona de confort, para encontrar al Mesías. Tenían ya un maestro, a Juan el Bautista, pero buscaban al Maestro, al definitivo. Un buen ejemplo para nosotros, a los que nos cuesta salir de la cama, para ir a Misa, de nuestro grupo de siempre, de nuestras oraciones de siempre… Y nos quejamos de que no encontramos al Señor. A veces hace falta un esfuerzo, para verlo. Y confiar en la palabra de los que saben más de esto.


Dice el Evangelio que se quedaron todo el día. En realidad, me parece que se quedaron más de un día. Ese encuentro con Jesús les cambió la vida para siempre. Anduvieron con él, vieron cómo hablaba, cómo predicaba, cómo se relacionaba con la gente, y los “llamados” se convirtieron en “llamadores”. Esa fue la tarea de Elí, de Juan Bautista, de los primeros discípulos… “Hemos encontrado al Mesías”, y llevaron a Pedro hasta Jesús.


Quizá podamos decir algo más. Si un cristiano no habla de su experiencia del Mesías, si no comparte con otros hermanos su encuentro con Cristo, lo que ha aprendido después de estar un día con Él, si no ha sentido cómo ha recibido una llamada para evangelizar… Pues no somos cristianos del todo. Tenemos que seguir creciendo como creyentes.


Escuchamos de labios de Samuel “Habla que tu siervo escucha”. El salmo ha reforzado esa disposición, con “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Son buenos mensajes para el que quiere orar de verdad. Debiéramos pensar que cada oración que dirigimos a Dios pidiéndole lo que sea, debería ir acompañada necesariamente de este complemento. Porque orar no es solo esperar que Dios arregle nuestras cosas, sino ponernos en sus manos, para que Él pueda arreglarlas. Es un buen momento para preguntarnos si nos hemos puesto a tiro de Jesús, si hemos escuchado la Palabra y hemos dedicado un tiempo a responderla. Porque, a lo peor, Dios está esperando nuestra respuesta a su interpelación.


Y un detalle más. A Samuel se le apareció el Señor cuando ya estaba en el templo. Y a los primeros discípulos los llama cuando ya eran discípulos del Bautista. Lo que nos recuerda que debemos actualizar la respuesta al Señor cada día. Dios sigue llamando, y nuestra contestación ha de actualizarse también.


Y, al final, vemos cómo Jesús le da un nuevo nombre a Pedro. Es el nuevo nombre, por el que Cristo lo iba a conocer. En el nombre va implícita la misión. También ante el Señor tenemos nuestro propio nombre. Él nos conoce y nos llama por ese nombre, exclusivo, cuando nos llama a nuestra vocación cristiana. Nos invita, como a Samuel, a seguirle como cristianos. Y, como dice el p. Fernando Armellini, “La vocación no nos ha sido revelada a través de sueños y visiones sino que la descubrimos mirando dentro de nosotros mismos, escuchando la palabra del Señor que se hace oír, no ver, que se manifiesta en los acontecimientos y habla a través de los ángeles que nos pone a nuestro lado: los hermanos encargados de interpretarnos sus pensamientos y su voluntad.”


Por último, subrayemos que Dios Padre y el mismo Jesucristo necesitan siempre de colaboradores a tiempo pleno, para llevar a cabo su tarea. Quieren que tú participes. Cuando hay tantas cosas que hacer en la Iglesia y en el mundo, y cuando hay tantas cosas que no se hacen, ¿no será que nos hemos puesto unas anteojeras y unos tapones, para no ver ni escuchar, para no complicarnos la vida con las cosas del Padre? Es un buen momento para reaccionar. Dios te llama. ¿Qué vas a responder?


Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

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