- Author, Jean Mackenzie
- Role, BBC News en Odesa, Ucrania
Los nubarrones amenazaban con echar por tierra la boda en la playa de Serhiy y Tania. Pero cuando la pareja bajó por la larga escalera blanca para saludar a sus invitados, las sillas vacías indicaron que había un problema mayor. Faltaba la mitad de sus invitados.
Sus familiares y amigos enviaron sus disculpas, pero explicaron que el riesgo de asistir a la ceremonia hubiera sido demasiado grande.
¿Qué pasaría si los atrapaba uno de los escuadrones de reclutamiento que ahora rondan por las calles de Ucrania?
Con muchos de sus soldados muertos, heridos o exhaustos, el gobierno ucraniano ha intensificado sus esfuerzos para movilizar a más hombres.
Una nueva ley introducida en mayo exige que todos los hombres de entre 25 y 60 años registren sus datos en una base electrónica para que puedan ser llamados a filas.
Los funcionarios de reclutamiento están a la caza de aquellos que evitan registrarse, lo que ha empujado a que más hombres que no quieren alistarse se escondan.
En la ciudad de Odesa, en el sur del país, Tania dice en voz baja que entiende por qué sus amigos y familiares no quieren combatir.
Su padre murió en el frente en octubre, durante la batalla de Avdiivka, y la joven de 24 años ahora está aterrorizada de que su marido sea reclutado. “No quiero que esto le pase a mi familia dos veces”, señala.
Más de dos años después del inicio de la guerra, casi todo el mundo conoce a alguien que ha muerto.
Han llegado noticias sombrías desde el frente que dicen que Ucrania está siendo ampliamente superada por Rusia en número y armamento.
Por teléfono, Maksym, un amigo de la pareja desde hace 15 años, cuenta esas historias. Entre los muertos hay alrededor de una docena de sus amigos y conocidos.
“Hay más de un millón de agentes de policía en Ucrania, ¿por qué debo combatir yo si ellos no lo hacen?”, se pregunta.
Maksym, quien tiene una hija pequeña y una esposa embarazada de siete meses, dijo que lamentaba no poder asistir a la boda, pero que tenía miedo de que los agentes de reclutamiento, a quienes compara con bandidos, lo “atrapen”.
Los escuadrones de movilización tienen una reputación temible, especialmente en Odesa, por sacar a la gente de los autobuses y de las estaciones de tren y transportarla directamente a los centros de alistamiento.
Aquellos que no quieren ser reclutados, evitan el transporte público. También los restaurantes, supermercados y viajes de fin de semana al parque para jugar al fútbol.
«Me siento como si estuviera en una prisión», afirma Maksym.
Un martes por la mañana, una docena de oficiales de reclutamiento furon a la estación principal de trenes de Odesa, liderados por un veterano marinero, Anatoliy, y su homólogo más joven y musculoso, Oleksiy.
Detuvierona los hombres en edad de servir, para verificar que estaban registrados en la base de datos.
Pero tuvieron dificultades para encontrar hombres para reclutar. La mayoría eran demasiado jóvenes o habían recibido algún tipo de exención.
Después de un par de horas, Anatoliy admitió que era posible que los hombres se estuvieran escondiendo.
«Algunas personas huyen de nosotros. Esto sucede bastante a menudo», señala. «Otros reaccionan de manera bastante agresiva. «No creo que estas personas hayan sido bien educadas».
En el centro de reclutamiento ubicado a la vuelta de la esquina, una nota optimista pegada en la puerta notificaba a los posibles reclutas que quienes habían ido voluntariamente podían saltarse las filas.
Pero no había filas. Un hombre solitario esperaba sentado a que lo atendieran.
Cuando le pregunté si estaba allí por elección propia, me dijo que lo habían “secuestrado” esa mañana y lo habían llevado contra su voluntad.
“Los oficiales me rodearon para que no pudiera correr”, tartamudeó en estado de shock. “Estoy devastado”.
Uno de los oficiales del centro, Vlad, admitió que últimamente casi no hay voluntarios.
Vlad luchó en algunas de las batallas más feroces a lo largo de la línea del frente oriental en el Donbás antes de que metralla de artillería lo alcanzara en la cabeza, el pecho y las piernas.
No pudo ocultar su desprecio por quienes se esconden. “¿Cómo puedo decir esto sin insultar?”, pregunta en voz alta.
“No los considero hombres. ¿Qué están esperando? Si nos quedamos sin hombres, el enemigo vendrá a sus casas, violará a sus mujeres y matará a sus hijos».
Vlad ha vivido el horror de la guerra de primera mano.
Esta última campaña de reclutamiento ha causado incómodas divisiones en la sociedad, no sólo entre quienes prestan servicio militar y quienes evitan el reclutamiento, sino también entre amigas, algunas de las cuales tienen parejas en el frente, y otras que esconden a sus novios en casa.
El tema de la movilización se cuela en casi todas las conversaciones, que luego suelen volverse acaloradas.
El mes pasado, alguien arrojó un explosivo en el jardín de la casa de un oficial de reclutamiento.
Existe una desconfianza sorprendente entre los hombres que deciden no alistarse. No confían en los oficiales, después de que se descubriera que algunos aceptaban sobornos para ayudar a hombres a escapar del país.
Tampoco confían en que recibirán el entrenamiento adecuado.
En las afueras de Odesa, Vova apareció tímidamente en la puerta de su bloque de apartamentos, usando a su hija de siete años como escudo.
El ingeniero informático no sale de casa sin ella, ya que sabe que los oficiales no pueden atraparlo si están juntos.
El año pasado, cuando se dirigía al trabajo, los militares le ordenaron bajar de un autobús a punta de pistola, según dijo, y lo llevaron a un centro de reclutamiento.
Convenció a los oficiales de que lo dejaran ir a buscar algunos documentos, pero se juró a sí mismo que nunca volvería.
«No soy militar, nunca he tenido un arma, no creo que pueda ser útil en el frente», afirmó.
Luego recitó la misma lista de razones que dieron todos los desertores con los que hablamos: una familia a la que mantener, alguna dolencia médica menor y una declaración desafiante de que estaba enviando ayuda humanitaria a los soldados.
Pero debajo de estas excusas siempre está el mismo temor: que, en cuestión de semanas después de alistarse, estos hombres terminen siendo carne de cañón en una línea de frente que, a sus ojos, no parece moverse.
Esto ocurre a pesar de los recientes intentos del gobierno de dar a los reclutas algo de libertad de decisión sobre las unidades y los roles a los que se les asigna.
Al hablar con estos hombres, hay una especie de desconexión. Están esperando una victoria ucraniana, pero una que no los involucre.
«Estoy orgulloso de que muchos hombres hayan tomado la valiente decisión de ir a la línea de frente», dijo Vova. «Son realmente lo mejor de nuestro país».
En un campo de entrenamiento para reclutas en un bosque a las afueras de Kyiv, el líder, Hennadiy Sintsov, respiraba profundamente mientras supervisaba a unos hombres que cavaban pozos con palas.
“Puede parecer un trabajo banal, pero es tan importante como saber disparar artillería”, dijo. “Podría salvarles la vida”.
Sintsov, un voluntario patriótico con espíritu revolucionario, supervisa el programa de entrenamiento obligatorio de 34 días que todos los reclutas deben completar antes de ser enviados a sus unidades militares.
Insistió en que estos hombres no serían enviados al frente de inmediato, y que seguirían recibiendo más entrenamiento.
En un descanso del entrenamiento, los reclutas de Sintsov se sentaron a fumar y a bromear.
Eran un grupo heterogéneo, en su mayoría de entre 40 y 50 años –un criador de cerdos, un gerente de almacén y un operario d la construcción– que admitieron que preferirían no estar allí.
Pero estos hombres tampoco querían pasar el resto de la guerra escondidos.
Uno de ellos, Oleksandr, ya había optado por convertirse en piloto de drones. “Estoy bastante asustado, todo esto es nuevo para mí, pero tengo que hacerlo”, señaló.
Pero el ingeniero de tranvías de 33 años no juzga a quienes optan por esconderse. “Yo he tomado mi decisión, ellos pueden tomar la suya”, afirmó encogiendo los hombros.
A Sinsov le preocupa lo desmotivados que están sus recién llegados.
A pesar de los recordatorios diarios de los combates (las sirenas de los ataques aéreos y los cortes de electricidad continuos), cree que la amenaza de la guerra se ha vuelto demasiado lejana para quienes viven en la relativa seguridad de ciudades como Odesa y Kyiv, y teme que se necesite otro gran avance ruso para convencer a los los que evitan el servicio militar en Ucrania.
“Entonces veríamos a la gente buscando armas y haciendo fila en los centros de alistamiento de nuevo”, dice.
Información adicional de Thanyarat Doksone y Anastasiia Levchenko
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.