«Datos, datos, no tengo, pero me alegro de que las victorias culés generen un aumento de los nacimientos en Catalunya. También el amor es cosa de confianza». Marina Geli, entonces responsable de la salud de todos los catalanes, reconoció a finales de enero del 2010 que, en efecto, el 2-6 del Bernabéu y, muy especialmente, el golazo de don Andrés Iniesta en Stamford Bridge, que serviría para ganar la Champions, hizo aumentar, entonces se dijo que un 40%, los nacimientos en toda Catalunya nueve meses después.«Espero y deseo que esos niños sean culés, pues fueron engendrados fruto de aquellas alegría», comentaría, durante aquellos días, Xavi Hernández.
Hay tipos, futbolistas, seres humanos maravillosos que, además de ejercer su profesión de forma modélica (en todos los sentidos, en todos), han provocado, generado, alegrías tan grandes, tan inmensas, que han perdurado a lo largo del tiempo, de la historia, de la vida, entre otras razones porque de su gesta, de su golazo, de su victoria se engendraron miles y miles de bebes.
Ahora que el gran Andrés Iniesta, para muchos, para todos, para el mundo, don Andrés, ha anunciado que deja el fútbol de verdad, es cuando nos acordamos de su golazos de Champions y, por descontado, de aquel título mundial que España entera, el mundo entero ¡que caray!, celebró como su fuese el alumbramiento de un fenómeno que, en efecto, varias décadas después aún perdura en la mente de millones de aficionados, sean culés o no, serán españoles o no. Y en miles de casas, donde nació una nueva generación de locos por el fútbol.
Yo nunca olvidaré el día que Roser Alentá, la madre de Marc Márquez, me contó como estaba viendo, sentada en el sofá de su casa de Cervera (Lleida), con Juliá, su marido, la final de la Champions y, de pronto, Ronald Koeman (bueno, de pronto no, más allá del minuto 100), ‘Tintin’ marcó el gol del triunfo, del inmenso triunfo culé. “Miré a Juliá, los dos estábamos como locos por la victoria y le dije, ‘pero, bueno, qué hacemos tú y yo aquí parados, ¡vamos a celebrarlo!” Y, a los nueves meses, más o menos (17 de febrero de 1993) nació el que, luego, sería (de momento) ocho veces campeón del mundo de motociclismo.
Es por ello que don Andrés y Anna Ortiz (y bien que lo saben), cada vez que celebran el cumpleaños de algunos de sus cinco hijos, sí, sí ¡cinco! (Valeria, Paolo Andrés, Siena, Romeo y Olympia) se acuerdan, también, de sus otros ‘hijos’, miles de ellos desperdigados por todo el mundo, no por medio mundo, no, no, en todo el planeta.
Es evidente que no hay nada mejor en esta vida que tener como padrino a don Andrés Iniesta, el muchacho que todo el mundo quisiera tener de padre, tio, cuñado, esposo, hijo, sobrino, maestro. Iniesta, ciertamente, siempre ha parecido una mosquita muerta y nada más lejos de la realidad.
Iniesta ha sido, siempre, el hombre fuerte, sólido, el gran capitán allí donde ha estado, sea en La Masia, donde aún pasan el mocho, de vez en cuando, para secar los millones de litros de lágrimas que se dejó el de Fuentealbilla en sus años mozos, en la selección o en Japón. Iniesta, con la boca pequeña pero repleto de autoridad y sensatez, siempre ha impuesto su criterio y, sobre todo, ha logrado de el grupo, la plantilla, el equipo que representaba fuese modélico en todo.
Aún hay quien recuerda aquella decisión suya de pedir perdón, públicamente, después del lamentable show, liderado por Gerard Piqué, en Getafe, aquel Halloween tan lamentable. Fue Iniesta y ningún otro quien, al día, siguiente, reunió a la gente del departamento de comunicación del Barça y les pidió que le ayudasen a redactar una nota de disculpa.
El señorío de Iniesta no solo se traducía, aparecía, se disfrutaba sobre el césped. El señorío de Iniesta era, es, contagioso. Porque él, sin querer, fijo que todo ello lo aprendió en sus años de sufrimiento en La Masia, siempre ha querido ser un modelo, un ejemplo, un espejo donde se mirasen las generaciones siguientes, incluso aquellas que él provocó con su ‘Iniestazo’.
Evidentemente después de tantos y tantos años de dejarse la piel en el campo, todo el mundo tiene ejemplos que reflejan cómo es el Iniesta futbolista y cómo es Don Andrés, la persona. Yo les contaré una, a modo de ejemplo final, que les dejará con la boca abierta porque es, sin duda, el ejemplo de complicidad, profesionalidad, devoción por el fútbol y modelo a seguir.
Su última lesión en Japón, jugando con el Vissel Kobe, se produjo en una semifinal de la Champions asiática. Iniesta vio adelantado al portero rival y, desde el mismo centro del campo, trató de lanzarle una vaselina apoteósica, idéntica, sí, sí, a la histórica de Edson Arantes do Nacimento, ‘O Rei’ Pelé, porque don Andrés tiene mucho de ‘O Rei’.
Le faltó medio metro para ser gol. Pero, en ese gesto, en ese chut, en ese intento, Iniesta se rompió el recto anterior cuádriceps derecho, su pierna mágica. Lesionado y todo, guardó silencio, no le dijo nada a nadie y siguió jugando. No solo eso sino que se llegó a la tanda de penaltis y don Andrés, en aquel estado lamentable, desconocido para todos, médico incluido, le dijo a su entrenador que el primer penalti de la tanda, lo lanzaba él. Lo tiró, marcó y acabó rompiéndose definitivamente. Que sepan que don Andrés tardó cuatro meses en recuperarse, pero siguió ofreciendo grandes tardes de gloria al Vissel Kobe.
Puede que haya alguien parecido a don Andrés. Puede. Pero como el señor Iniesta va a ser difícil encontrar a otro. Don perfeccionista, el hombre que no se olvidó a nadie, a nadie, en el partido de su despedida, en su homenaje, como tampoco el día de su boda, donde asistieron como invitados (casi de honor) los cocineros de La Masia que le mimaron de niño, de peque, de llorón, ha decidido colgar las botas.
Yo conozco al tipo, al tipo más afortunado del fútbol mundial, al tipo que posee, en su habitación, en la maleta que lleva a todas partes, la camiseta de ‘la Roja’ con la que don Andrés nos hizo campeones. Lo conozco, se llama Ricard, y les juro que cada noche la mira, la acaricia, la toca y, a menudo, la besa. Y puedo asegurarles que ese caballero, que ya no es un niño, sabe que es el ser más privilegiado del mundo.
Esa camiseta es la viva representación, el símbolo, de lo que fue, es y será don Andrés Iniesta, el futbolista que ama el mundo entero, el futbolista que quiere todo el mundo, el ejemplo que La Masia culé ha mostrado al mundo. Esa camiseta de España nos representa a todos, especialmente a los que amamos el fútbol son escudos ni bufandas. Como don Andrés, el padre de miles de niños.
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