La madre de Hanan, que vive en el sur del Líbano, estaba haciendo las maletas para irse a vivir a casa de su otro hijo. “Pensaba que era una zona segura, más que su propia casa”. Antes de que terminara de recoger el equipaje, el edificio contiguo al que iba a mudarse fue bombardeado por el ejército israelí. Desde sus nuevas casas en la Comunitat Valenciana, los palestinos Hanan Kaddoura, su marido, Hassan Al Sabeh, su amigo Ramadan El Ghamry y la colaboradora de la UNRWA en Valencia Rawaa Abu Abdou están todo el día pendientes del móvil. Desde hace un año, “el peor” de su vida, Hanan espera noticias y teme que sean malas, que la próxima vez su madre y su hermano no tengan tanta suerte, si se puede llamar suerte a seguir viviendo bajo las bombas. Han pasado el peor año de sus vidas, con parte de sus familias luchando por la supervivencia en Palestina y en Líbano.
“Ni siquiera ciudadanos de segunda”
Hanan y Hassan llevan desde 2015 en España, y Ramadan llegó hace 25 años, pero su éxodo empezó mucho antes. La pareja de palestinos llegó a Mislata procedente del Líbano, precisamente del sur, ahora bajo ataque israelí. “En Líbano no hay esperanza”, asegura Hanan que, a pesar de poder trabajar, junto con su marido, en organismos de las Naciones Unidas, y de poder comprarse una casa, nunca obtuvo un pasaporte ni pudo registrar a su nombre su domicilio. “Los palestinos en Líbano no tienen acceso a los servicios públicos, ni a la sanidad ni a la educación, y hay unas setenta profesiones que no pueden ejercer, como la de médico, abogado o ingeniero”, explica. Es decir, que solo pueden habitar un espacio, pero no son ciudadanos, “ni siquiera ciudadanos de segunda”.
Ramadán nació en Libia. Él sí pudo estudiar y recuerda que la universidad era gratis para las personas palestinas. Además, pudo elegir venir a vivir a Burjassot para continuar sus estudios hace ya más de dos décadas. Ellos tres, al menos, tuvieron un hogar, a diferencia de parte de la familia de Hanan, que vive en campos de refugiados que “no son aptos para los seres humanos”, o del padre de Hassan, que salió de su Haifa natal a Líbano cuando fue ocupada por los israelíes y murió a los 76 años sin haber podido regresar ni cumplir “su sueño” de tener un pasaporte.
“Vivir y ser ciudadanos”
En España, los tres han encontrado un espacio seguro. Hanan y Hassan llegaron al Centro de Acogida de Refugiados de Mislata con una determinación: “Vivir y ser ciudadanos”. Por eso, no se conformaron con los cursos de A1 de castellano que se impartían en el centro, y se sacaron el B1, y después el B2. Por eso, también, Hanan ha decidido participar en la plataforma València amb Palestina y ha hecho cursos de formación en la Escuela de Ciudadanía. Está al día de la política, y cree en ella como herramienta para “alzar la voz”: “En Líbano, los palestinos no podíamos elegir a nuestros representantes, y ahora puedo cumplir mi sueño de ser ciudadana”. Y quién sabe, añade. Quizá, en un futuro, le gustaría presentarse a unas elecciones.
Pero también en la Comunitat Valenciana, donde continúan con sus vidas alejados de los bombardeos, se enfrentan cada día al racismo y a las trabas derivadas de su condición de migrantes. “La palabra que nos resulta más familiar a los palestinos es ‘no’”, asegura Hassan, y aquí la siguen escuchando a menudo. Los problemas para encontrar trabajo, por ejemplo, son una constante. Hassan ha tenido que buscar trabajo ‘online’, porque nadie contrata a un empleado que tiene carrera y máster pero no la nacionalidad. Su amigo Ramadan la obtuvo el año pasado: por fin podrá dejar de trabajar de taxista y tratar de volver a la universidad, donde ejercía como profesor de Matemáticas.
Pero las más frecuentes muestras de racismo “vienen de las instituciones”, explica Hanan, que añade que ni ella ni su marido han podido, todavía, conseguir la nacionalidad. “Nos dijeron que era un trámite que dura como mucho un año, pero el silencio continúa”, lamenta. Sus hijos, dos chicas y un chico, sí tienen la nacionalidad española y “entienden lo que está pasando” aunque a sus padres les preocupa la falta de información en una España que “reconoce el Estado palestino pero sigue comerciando con armas con Israel”.
«No puedes llorar a los tuyos»
Hanan, Hassan y Ramadan viven pendientes del móvil. Las llamadas y los mensajes con noticias de sus familiares y amigos, que viven en Palestina y en Líbano, son “trágicas”. “Tenemos padres, tíos, primos allí, y algunos han muerto, pero con tantos asesinados y tanto sufrimiento acabas por sentir que no puedes llorar a los tuyos”, reconoce Ramadan. Su tía, desde un campo de refugiados, explica en un grupo de Whatsapp cómo les va: “van de una tienda de campaña a otra y debaten sobre si es mejor dormir todos juntos y correr el riesgo de que los maten a todos, o separarse y que algunos puedan sobrevivir”.
Aun así, los tres comparten la intuición de que el fin de la violencia está más cerca que nunca. Primero, porque ven al Estado de Israel actuando “a la desesperada”. Pero también porque creen que “el verdadero dueño de la tierra siempre gana”. Mientras tanto, confían en poder seguir “alzando la voz” por el pueblo palestino desde su nueva vida en la Comunitat Valenciana, convencidos de que es una causa común a todos “como seres humanos”.
De un campamento de refugiados en Líbano a la UNWRA
Cuando Rawaa Abu Abdou imparte talleres en las escuelas, institutos y universidades habla del miedo. Del miedo que siente por su familia, que vive, como ella hasta hace unos años, en un campamento de refugiados en Líbano, en el que hace solo unos días bombardearon una casa cercana a la de su madre. Pero también del miedo a no tener papeles, al limbo en el que te deja un Estado cuando tarda años en concederte un permiso de residencia y no puedes volver al país del que has salido. Por eso, en las conferencias que ofrece como colaboradora de la UNWRA, la agencia de la ONU que trabaja con las personas refugiadas de Palestina, habla de cómo en los campos de refugiados “viven más de 100.000 personas en un kilómetro cuadrado” y lo hacen “sin electricidad, sin agua, sin ley y rodeados de puestos de control”. Pero también les dice a los grupos de estudiantes que los que más sufren en esas condiciones son las mujeres y los niños, que muchos están desesperados por salir para darles una vida mejor a sus hijos, como ella a los suyos.
“Cuando me quedé embarazada de mi primer hijo, mi marido y yo recorrimos las embajadas en Líbano de muchos países europeos, y en la española nos dieron un visado de turistas”, explica. Los dos primeros años pasados en España hasta que llegó la nacionalidad fueron de “mucho miedo”. “Si no me daban los papeles, y teniendo en cuenta que mi residencia en Líbano había caducado, ¿dónde iba a ir?”. Rawaa es maestra, aunque su sueño era ser psicóloga, una de las profesiones vetadas en Líbano para los refugiados palestinos. Ahora, en sus clases a estudiantes intenta que valoren los derechos y libertades que les da el simple hecho de tener un pasaporte o la nacionalidad. “Sin pasaporte no existes en el planeta, por eso, el sueño de muchos de nosotros siempre ha sido pertenecer”, concluye.
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