En las palabras de condena de Francisco a las guerras, confluyen a menudo los adjetivos fuertes. El Papa suele ser poco indulgente con los poderosos de la tierra. Pero otro cénit podría haberse alcanzado ahora. «Hace un año se encendió la mecha del odio; no se extinguió, sino que estalló en una espiral de violencia, en la vergonzosa incapacidad de la comunidad internacional y de los países más poderosos para silenciar las armas y poner fin a la tragedia de la guerra», ha dicho este lunes el pontífice argentino.
En una Carta a los Católicos de Oriente Próximo, el jefe de la Iglesia católica ha querido recordar de esta manera los horríficos atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023, y la posterior guerra de Israel contra Gaza –que ya ha provocado la muerte de más de 42.000 personas, la mayoría civiles–, y ahora la invasión y los bombardeos sobre Líbano.
«Pienso en ustedes y rezo por ustedes. Deseo alcanzarlos en este día triste», ha escrito Francisco. «La sangre corre, como lágrimas; aumenta la ira y el deseo de venganza, mientras parece que pocos se interesan por lo que más se necesita y lo que la gente quiere: el diálogo, la paz«, ha continuado. «Los hombres de hoy no saben encontrar la paz», ha observado.
Una derrota
Aún así, Francisco también ha avisado de que él «no se cansará de repetir» que «la guerra es una derrota, que las armas no construyen el futuro, sino que lo destruyen, y que la violencia nunca trae paz». De hecho, dice el Papa, «la historia lo demuestra, y sin embargo, años y años de conflictos parecen no haber enseñado nada».
«Los poderosos», ha insistido Francisco, «hacen hacer a los otros», pero sobre ellos recaerá «el juicio inflexible de Dios». Palabras que el Papa ha pronunciado también a sabiendas de que sus llamamientos no siempre han sido bien acogidos por las autoridades.
La razón, además de las miles de vidas que se está cobrando el conflicto en curso, es también que tanto en Palestina como en Israel vive una comunidad de cristianos que casi alcanza los 300.000. Unos números que son aún más altos en Líbano, donde alrededor del 34% de la población del país (5,4 millones) son de esta fe religiosa.