Crónica desde Pekín, el paraíso de las cámaras de vigilancia


Los aspavientos por un candado roto descubrían años atrás al recién llegado. Un viejo pequinés, en cambio, apenas mascullaba una blasfemia con escaso rencor y se dirigía a su tienda de bicicletas usadas de cabecera para desembolsar lo que asumía como un impuesto de circulación. Era un gasto ridículo que aceitaba la economía, una contribución periódica a los crecimientos anuales de dobles dígitos, una metáfora de lo alegre que fluía el dinero en aquellos días. Robaban bicicletas por la noche y el día, en calles iluminadas y oscuras, con o sin vigilante, daban igual cuántos candados. No has vivido en China hasta que no te han robado la bicicleta, decíamos entonces, como muchos chinos dicen ahora que no has estado en Barcelona hasta que te han levantado la cartera.

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