El nombre del policía Filippo Raciti se dio a conocer en todo Italia el 2 de febrero de 2007. Aquel día, Raciti -38 años, casado, dos hijos, inspector jefe y voluntario de la Cruz Roja- fue asesinado. En aquella época, los enfrentamientos callejeros entre aficionados eran cosa diaria, y el policía perdió la vida a manos de dos jóvenes (cuya condena fue confirmada también en última instancia) recién concluido un encuentro entre el Catania y el Palermo.
Desde aquel día, sin embargo, Italia dijo basta y, a lo largo de los años, los diversos gobiernos que se han sucedido en el país han aprobado diversas leyes represivas para acabar con el fenómeno de los hinchas violentos, especialmente con cambios legislativos en 2010, 2015 y 2019.
Pero de poco sirvió. Las muertes, la convulsión y la violencia en los estadios italianos no desaparecieron. Desde 2007 hasta hoy, los incidentes que han afectado a aficionados radicales del Calcio se cuentan por doquier. Uno de los más graves llevó a la muerte de un hincha de la Florentina en 2022 y el propio Gobierno de Giorgia Meloni, el que ahora está a cargo en Italia, está nuevamente discutiendo del tema precisamente en estos días.
Mafias
Todo ello se suma a que cada vez con mayor clamor la sombra de la criminalidad y de las mafias ha asumido una relevancia imposible de esconder. Un caso llamativo es el de Fabrizio Piscitelli, apodado Diabolik, con antecedentes judiciales y fundador de los ‘Irriducibili’ de la Lazio. En agosto de 2020, Piscitelli fue asesinado -en pleno día, en un parque-, en un episodio que tampoco se ha aclarado completamente.
Más grave aún (si cabe) ha sido el reciente operativo de la policía italiana contra diversos capos de las hinchadas del Inter y Milán. Han sido acusados de negocios sucios con la ‘Ndrangheta, la mafia originaria de Calabria. Según los investigadores, ejecutaban sus planes con “una violencia de extraordinaria gravedad”.
La sociedad y la política italiana se han interrogado larga y tendidamente sobre por qué las gradas generan estas peligrosas conexiones y todos estos argumentos inundan la prensa del país. Pero la respuesta aún no ha sido hallada. Hay análisis, eso sí, que relacionan el fenómeno con las tasas de paro y la guetización que existe en ciertas zonas del país. Además, algunos expertos destacan el atractivo que los hinchas más violentos ejercen sobre los más jóvenes, como también afirmaba recientemente el escritor inglés James Montague en las páginas del diario deportivo La Gazzetta dello Sport.
“¿Por qué? Las gradas son un espacio donde [los jóvenes] pueden estar juntos”, opinaba Montague, subrayando que, no obstante, gran parte de los líderes ultras históricos pertenecen a una generación mayor de 50 años. El problema es que «en Italia la situación es compleja, y los [aficionados] radicales también pueden recibir presiones del crimen organizado», argumentaba el experto. «Eso es lo que a mí me da mucho más miedo…», concluía.
Veteranos
La realidad es que la infiltración tanto de la delicuencia común como de la mafiosa en las gradas, tan presente en la agenda pública hoy, lleva años arraigándose en el fútbol transalpino. Empezó a hacerse evidente en la década de los 80 del siglo pasado, especialmente en Sicilia, la isla cuna de la Cosa Nostra, y en Nápoles, sede de la Camorra.
En este sentido, puede decirse que la ‘Ndrangheta ha sido la última en hacerse con el negocio. De hecho, es solo desde 2010 que diversas investigaciones han destapado su participación en casos de extorsión, amenazas y manipulación de partidos. Algo que, por supuesto, no afecta solo a los grandes conjuntos, sino también a las ligas menores.