Alekséi Navalni, el más célebre opositor al régimen de Vladímir Putin, era plenamente consciente de que la opción más probable que le depararía el futuro era la muerte en prisión, y estaba plenamente dispuesto a pagar el precio. En su libro de memorias titulado ‘Patriota’ y publicado en España por la editorial ‘Península’, el disidente fallecido pasa revista a toda su vida, incluyendo su envenenamiento en verano de 2020, su infancia y adolescencia, y hasta su estancia en la cárcel a partir de 2021 tras serle impuestas penas de prisión de varias décadas de duración en casos fabricados por las autoridades judiciales rusas. Sin lamentar en ningún momento su decisión de volver a Rusia tras el primer intento de asesinato y plantar cara al Kremlin en su propio terreno, dicta en ‘Patriota’ una estremecedora sentencia a sus carceleros y asesinos: el régimen de Putin «no es sostenible».
La obra arranca con una potente descripción, sin escatimar detalles, de su envenenamiento durante un viaje a Siberia, cómo cayó enfermo en un avión que le traía de regreso a Moscú desde Tomsk, donde había realizado varios vídeos acerca de cómo funciona la corrupción auspiciada por las élites provinciales vinculadas a Rusia Unida, el partido del líder del Kremlin. E incluso recurre al humor, una de sus herramientas más atractivas y más frecuentemente empleadas en los vídeos acerca de la corrupción en su país y que en su día le hicieron famoso. «Por deferencia a las convenciones de la novela policíaca, intentaré relatar todo lo ocurrido aquel día con la máxima precisión posible… el menor de los detalles puede proporcionar la clave del misterio«. Aquella mañana, a bordo del avión de la aerolínea privada S7, Navalni compara sus sensaciones próximas a la muerte con «el beso de un dementor«, esos seres fríos, sin rostro definido y de gran estatura que aparecen en las novelas de Harry Potter y que son capaces de robar el alma a los seres humanos. El ósculo «de un dementor no duele. La víctima simplemente nota que la vida se le va», puede leerse en el relato.
Sucesión de alucinaciones
Navalni rememora también de forma vívida el periodo que paso en coma durante varias semanas y su progresiva recuperación, caracterizada como «una sucesión ininterrumpida de alucinaciones» y salpicada de «algún atisbo esporádico de realidad». Mientras desgrana cómo aprendía de nuevo a hablar, a escribir y a expresarse, explica que un presunto profesor japonés, que evidentemente solo existía en su mente, le iba a colocar «unas nuevas piernas biónicas» y le iba a «reemplazar la medula espinal«.
El Navalni guasón deja paso al Navalni firme, aunque sombrío, en los relatos escritos desde la cárcel. En una entrada fechada el 17 de enero de 2024, es decir, apenas un mes antes de su fallecimiento, admite su frustración ante la dificultad de hacer entender a sus compatriotas e interlocutores, en particular a los guardas de la prisión, las razones de su regreso a Rusia tras su envenenamiento, en un país sometido en permanencia a una brutal y venenosa propaganda que ha inoculado entre la población cinismo y teorías de la conspiración: «No hay secretos ni sentidos retorcidos… tengo mi país y mis convicciones; no quiero renunciar a mi país ni sacrificarlo; si tus convicciones significan algo para ti, debes estar dispuesto a defenderlas a hacer sacrificios en caso necesario».
Con ocasión del segundo aniversario de la guerra de Ucrania, Navalni, criticado en el pasado por haber defendido posiciones ultranacionalistas, condena sin ambages la invasión de Ucrania por el Ejército ruso y la imperiosa necesidad de reparar el daño causado al país vecino. Según el bloguero, los «verdaderos motivos» por los que el líder del Kremlin inició la guerra es su deseo de «aferrarse al poder a toda costa» y «su obsesión por el legado histórico», ya que quiere «pasar a la Historia como el ‘zar conquistador‘ y ‘el coleccionista de tierras rusas'». En lugar de embarcarse en guerras, considera que Rusia «un país enorme con una población en declive» debería tener como objetivo «conservar» su población y «desarrollar» lo que «se tiene en abundancia», es decir, territorio.