Un destacado empresario de Alicante me enseñaba esta semana una foto con un empresario ilerdense el pasado sábado en Barcelona viendo desde un barco la final de la Copa América de Vela. Quienes tuvieron la fortuna de acercarse al campo de regatas imagino que percibieron el acontecimiento de una manera muy distinta a quienes lo vimos ese día (la falta de viento retrasó tres cuartos de hora el inicio de la prueba), desde la escollera de Poblenou. A lo lejos, dos velas gigantes que se movían encima del mar y un montón de barcas alrededor. Había que estar atento a los comentarios de la megafonía para entender qué pasaba. A nuestro lado -iba acompañado de mis tres hijos que me miraban atónitos a la espera de que les dijera «vamos a comer»- había espectadores que, seguro, se lo pasaban en grande con sus prismáticos y megacámaras de fotos.
Tras haber hecho el esfuerzo de entender esta peculiar competición deportiva, confieso que el curling, uno de los deportes más curiosos de los Juegos Olímpicos de Invierno, me parece más emocionante y sencillo de seguir. Salvo quienes recordaban en la memoria la celebración de la Copa América en València, la relevancia de lo que se nos vendió como tercera competición del mundo más seguida tras los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol era mínima entre la mayoría de la población. Si, desgraciadamente, practicar vela aún se ve (es falso) como un deporte elitista, la observación de estos bólidos marítimos solo servía para generar más estupefacción.
Que la Copa América es un negocio para el ganador, el equipo de Nueva Zelanda, y su CEO, Grant Dalton, es indiscutible. Allá él como quiera seguir con su estrategia para popularizar su evento aún más, ya sea migrando de nuevo a València, o yéndose a alguno de los riquísimos y autoritarios países del Golfo Pérsico. Decir, como ha comentado Dalton, que Barcelona carece de «espacios de infraestructuras disponibles» para ampliar a más equipos para crecer es una mala excusa, por muchos elogios de cara a la galería que haya realizado. Buen viento.
Imaginamos que pronto saldrán informes económicos mostrando el impacto económico de la copa en la ciudad y justificando de lejos su coste (45 millones más IVA). Imagino que tanto el Ayuntamiento de Barcelona como las empresas que se han involucrado en la celebración de la regata (desde el imperio de lujo francés, gran patrocinador, LVMH, hasta el grupo Puig, que abanderó el patrocinio de la regata femenina paralela), han utilizado la copa para generar inversiones, relaciones y ventas. Hay que cuidar la marca y la imagen.
A la espera de las consecuencias económicas de la copa, bien vale reflexionar en qué eventos deportivos en serio y reconocidos por la mayoría quiere ser líder Barcelona. Hay que abrir el debate, aunque sea para pensar de nuevo en los Juegos Olímpicos de Invierno y el ameno curling.
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