Los bombardeos y operaciones militares diarias de Israel contra el Líbano, que ya han acabado con la vida de más de 2.700 libaneses, están resquebrajando también los delicados equilibrios internos entre las comunidades étnico-religiosas que habitan en el país medio oriental, ya enfrentadas en el pasado en sangrientos conflictos. Esto se desprende de diversas declaraciones realizadas en los últimos días, especialmente de líderes e integrantes de la comunidad de los cristianos maronitas, una de las más grandes y políticamente influyentes en el país, junto con los drusos y los musulmanes chiíes y suníes.
«Por supuesto, los cristianos no quieren volver a vivir un conflicto civil, pues saben lo que significó y no desean que se repita. Pero, y lo digo de forma muy franca, sí existe cierto malestar entre la gente que habla de que [Hizbulá, que es chií] ha traído la guerra al Líbano», explicaba este martes el sacerdote Hadi Zgheib, de la eparquía de Jounieh, una de las circunscripciones eclesiásticas del país. «Hay que prestar atención a esto […] porque una chispa lo puede hacer estallar todo», añadía en un encuentro con un grupo restringido de medios en Roma, entre ellos este diario.
La preocupación es alta, también porque, aunque al principio se pensaba que no ocurriría, Israel ha bombardeado en zonas con una significativa presencia cristiana, en el sur, en el valle de la Becá e incluso en el norte del país, donde se intentan refugiar muchos desplazados. Una situación de extrema vulnerabilidad que ha llevado a representantes de organismos vinculados a la Iglesia católica a alzar la voz, y cuestionar la gestión del Gobierno central libanés también en lo relativo a la ayuda humanitaria.
Ayuda humanitaria
Un ejemplo de ello es lo que señalaba esta semana el propio presidente de Cáritas Líbano, Michel Abboud, en un artículo difundido en Vatican News, el servicio de noticias oficial del Vaticano. «Tenemos grandes dudas sobre el Gobierno [libanés], porque ahora somos pobres y porque hay fraudes en el Gobierno. Por eso, ¿cómo podemos creer que este mismo Estado es capaz de gestionar las ayudas [humanitarias]?», decía Abboud. «Es necesario que todos los donantes realicen los controles necesarios […] para que la ayuda llegue a las personas que realmente la necesitan», precisaba, refiriéndose a los alrededor de 1.000 millones de dólares que, en los últimos días, han sido destinados al país por diversos países occidentales.
Ese dinero es un «pequeño gesto», añadía la monja Marie-Antoinette Saadé, superiora de la Congregación de las Hermanas Maronitas de la Sagrada Familia. «¿Pero qué importancia tiene esto? […] Estamos ante una situación que se repite cada vez que los beligerantes deciden desencadenar guerras mortíferas y el mundo político internacional se queda mirando», opinaba.
Un pasado sangriento
El propio patriarca Béchara Butros Raï, que la semana pasada fue recibido por el papa Francisco, también lo había sugerido hace algunas semanas. «Existen facciones de nuestra sociedad que desean que el Líbano sea una tierra libre«, dijo Raï, sin citar a Hizbulá, aunque sus declaraciones fueran vistas precisamente como una referencia a esta organización, que de facto actúa como una especie de Estado dentro de otro Estado. En este contexto, Raï también ha insistido en la necesidad de elegir lo más pronto posible a un nuevo presidente libanés, un cargo que -por la compleja organización del país, y fruto de un pacto en 1943- debe ser un cristiano maronita.
Un clima de tensión que se produce cuando el Líbano ya ha sufrido una devastadora guerra civil en la década de los setenta, que enfrentó a fuerzas cristianas maronitas —especialmente las Falanges Libanesas, un grupo inspirado por la Falange española— con el Movimiento Nacional Libanés, integrado principalmente por musulmanes, palestinos y panarabistas. Un conflicto que duró hasta 1990, cuando Israel proporcionó ayuda militar a los cristianos, después de la sanguinaria matanza de Sabra y Shatila en 1982, en la que miles de refugiados palestinos fueron asesinados, principalmente a manos de los falangistas libaneses, también con complicidad israelí.
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