Las promociones turísticas, las aplicaciones destinadas a viajeros y los ‘youtubers’ que recorren el planeta suelen presentar de manera entusiasta a Buenos Aires como «la ciudad que nunca duerme», algo así como el territorio favorito de los insomnes que encontrarán en la capital argentina siempre una oportunidad de jolgorio. La revista británica ‘Time Out’ la eligió entre los 13 mejores lugares del mundo para disfrutar de la «movida» nocturna por sus clubes de tango, destinados en rigor a los visitantes extranjeros, las discotecas y un circuito de bares y restaurantes (con clientela preferentemente extranjera). La gran mayoría de los tres millones de sus habitantes intenta mientras cerrar los ojos después de un día intenso, navegar por internet (para proseguir virtualmente el trasiego) o adherirse a una pantalla y mirar una serie o una película hasta quedar exhaustos.
Pero sí hubo un tiempo en que la ciudad de Buenos Aires o, mejor dicho, su zona más dinámica y despreocupada, se negaba a dormir. La noche era social, cultural y musical. ‘Almanaque alegre/ Signos de colores/Noche bulliciosa/ Carnaval sonriente/Hoy se olvidará de su dolor la gente‘. El tango de Angel D’Agostino es de 1944 y se llama precisamente ‘Esta noche en Buenos Aires’. El cielo nocturno era un bien común. Medio siglo más tarde, Soda Stéreo, uno de los principales grupos de rock de Argentina hablaba de una «ciudad de la furia» que no se ajustaba a los rigores del reloj ni el calendario. ‘Con la luz del sol/ Se derriten mis alas/ Solo encuentro en la oscuridad/ Lo que me une’.
Ese estilo de vida surge con la misma modernización urbana, mucho antes de que supermercados y farmacias estuvieran abiertos las 24 horas del día. Lo que titilaba era una pulsión colectiva. El ritmo de una sociedad más igualitaria que ya no existe. Un popular tebeo, ‘Isidoro Cañones’, daba cuenta de esa costumbre. Isidoro es el hijo de un coronel que hace lo imposible para retenerlo en su casa. Pero el deseo de habitar la noche es mayor. La madrugada es el momento adecuado para iniciar una jarana que debe extenderse hasta el desayuno.
Librerías de madrugada
La avenida Corrientes funcionaba como un emblema de esa manera de experimentar una época. Las librerías cerraban a las dos de la mañana porque siempre existía la posibilidad de que un lector fuera al encuentro de lo que buscaba o le habían recomendado. La Hernández era mucho más paciente y bajaba sus persianas a las cuatro de la mañana, a la espera de aquellos que salían del cine Lorca que se encuentra a su lado y tenía funciones de trasnoche de películas europeas o de culto. Eso ya no sucede. A las 22 horas, aquella calle es apenas una mueca de su fulgor. A ningún librero, por otra parte, se le ocurriría extender el horario de venta más allá de los nuevos hábitos de consumo. De acuerdo con la Cámara Argentina del Libro las ventas del sector cayeron un 40%.
La pandemia supuso un punto de corte o suspensión de las maneras de circular por la ciudad. Pero la crisis económica posterior no permite siquiera recuperar lo que quedaba de las viejas costumbres. El circuito que se armaba alrededor de la avenida Corrientes y que contemplaba funciones en los cines a las 01.00, la llamada trasnoche, se extendía hacia su derecha con los restaurantes. Pippo tenía dos locales y se podía cenar cualquier hora de la madrugada. Nunca se le negaba un plato de sus pastas a un comensal. Pippo se quedó con un solo local y cierra a las 24.00 horas en un gesto de osadía que no comparte buena parte de la competencia de otras manzanas alrededor.
Es cierto que Corrientes dejó de ser el punto neurálgico porque los cines no tienen el mismo peso social y simbólico de décadas atrás (primero fue el video que mantuvo en sus casas a los potenciales espectadores y luego el streaming) y, además, debido a que otros barrios de Buenos Aires comenzaron a constituir su propio circuito gastronómico y teatral, como Palermo, San Telmo, Belgrano y Villa Crespo. A las 23 horas se terminan las funciones del llamado ‘teatro off’ y las cocinas de los restaurantes dejan de funcionar. Los comensales deben partir a medianoche a sus casas u hoteles o, de lo contrario, encontrar un lugar abierto para seguir la juerga.
A pocas cuadras de Pippo y el Lorca se encontraba el bar La Paz, sitio de convergencia inevitable de los escritores y artistas, los militantes políticos y diletantes durante los años setenta. Ni siquiera la dictadura militar (1976-83) terminó por completo con esos rituales de encuentro noctámbulo. Con la recuperación de la democracia se volvieron a dinamizar sus mesas, como si se hubiera querido recuperar el frenesí de antaño. La Paz ya forma parte del pasado: en esa esquina de interminables discusiones elevadas, charlas confesionales pobladas de conceptos psicoanalíticos y promesas de amoríos funciona un local de sushi, también hasta las 22 horas.
Y la ciudad ya no puede ser la misma. Entre otras cosas porque unas cinco mil personas intentan se cobijan en las escaleras del metro, la puerta de un banco, en una plaza o colocan un colchón frente a un cine. El sueño pesado de la ciudad. ¡Gente sola en la calle en Buenos Aires, mi amor/ Gente durmiendo sola entre las calles, bajo el sol/ Es tan corto este viaje, mi Buenos Aires, ¿Quién sos? «, se preguntan Fito Páez y Lali Espósito, y no pueden encontrar respuesta en la canción.
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