No me protejas, de verdad. No insistas. Te aseguro que no tengo ninguna necesidad de que alargues tus brazos y me acojas entre ellos. Estás lejos, ya sé, a miles de quilómetros con un océano de por medio, pero todo el mundo sabe el alcance de tus estrujones. Y ese todo el mundo, en tu caso, es literal.
Te subiste al escenario cerca de Green Bay (Wisconsin), en tierra de bosques, ríos y lagos. Ahí te dirigiste a la multitud y, jugando a las confidencias, afirmaste que tus asesores te habían instado a dejar de utilizar una de tus frases preferidas. Desde hace semanas, llevas vociferándola en mítines y redes. Ya en un extenso discurso anterior, en Pensilvania, enfurecido por la reticencia del voto femenino a confiar en ti, lanzaste una promesa a las mujeres: “Estarán protegidas y yo seré su protector”. Y un escalofrío recorrió el espinazo de tantas.
Entonces llegó Wisconsin y quisiste ratificarte. Aunque tus asesores califican tus ansias protectoras de “inapropiadas” (o eso es, al menos, lo que tú dices) proclamaste: “Les guste o no a las mujeres, las voy a proteger”. Ay, que la democracia nos libre de los machos con síndrome de salvadores.
La brecha electoral de género ha irrumpido en la campaña estadounidense. Desde los años ochenta, las mujeres han optado preferentemente por el partido demócrata, mientras que los hombres apuestan por los republicanos. Al principio, el desajuste era leve. En los últimos años, se ha ido acentuado hasta dispararse en la actual campaña. Si dependiera de las votantes más jóvenes, Donald Trump se quedaría friendo patatas en la hamburguesería en la que hizo el paripé hace unos días.
En una encuesta de ABC News/Ipsos, el 66% de las mujeres de entre 18 y 39 años afirman que votarán a Kamala Harris, frente a sólo el 32% que optan por el candidato republicano. Por el contrario, el 46% de los hombres del mismo grupo de edad confian en Harris y el 51%, en Trump. Si presuponemos que los ciudadanos votan de un modo consciente, que conocen los discursos de sus candidatos y que comulgan con ellos, no deja de ser curiosa la cantidad de hombres que quieren proteger a las mujeres y la multitud de mujeres que huyen de ese abrazo como de la peste.
No hay nada peor que un machista poderoso queriendo salvar a las mujeres. El guion está escrito y reescrito. Un abrazo por aquí y un recorte de derechos por allá. Las mujeres como cuerpos a los que controlar (ahí esa la curiosa declaración de Trump en la que asegura que, con él de presidente, las mujeres “no pensarán en el aborto”) o como excusa para introducir la agenda ultraderechista. En este caso, para cargar contra esos ‘peligrosos’ migrantes (ya saben, esos comemascotas, según su vómito conspiranoico).
En ese protegerlas “les guste o no” está todo dicho. La supuesta protección es solo sometimiento y el gesto es el abrazo del oso. El que asfixia, el que anula, el que mata. Es la misma protección que tantos líderes ultras prometen a las mujeres cada día. Si Trump gana, ellos ganan. Y nosotras -todas- perdemos.
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