Así es la Behobia
Primeros metros por Irún
A lo largo de la mañana del domingo, hasta 30.000 corredores van desembarcando escalonadamente en el barrio irunés de Behobia para tomar el camino hacía la línea de salida situada justo al lado del río Bidasoa y comenzar su aventura con el dorsal asido al pecho. Es el lugar de encuentro de muchos conocidos y el momento de expulsar nervios, hacerse la foto de rigor con el cartel de entrada a este barrio histórico irunés, dejar las pertenencias a los voluntarios que las trasladarán a la zona de meta, comprobar si ese día el tiempo va a dar una tregua o volverá a ser otra jornada épica de frío y lluvia o de calor inesperado, y comenzar a tomar conciencia de que estamos ante una prueba que es una fiesta por su ambiente pero un auténtico desafío atlético.
En este sentido, Miguel Valencia, @otrolokoquecorre, recomienda mucha prudencia y no olvidar que “la Behobia sigue siendo una carrera con un recorrido exigente y que requiere una preparación que no hay que obviar para poder disfrutarla plenamente”. Por delante, la carrera tendrá 20 kilómetros para correr y otros tantos para sentir. Una carrera para la que no solo hay que entrenar las piernas, sino también las emociones«.
Cada corredor tiene asignado una hora y cajón de salida que debe cumplir escrupulosamente (si parte antes quedará descalificado en las clasificaciones), en un sistema de partida escalonada que permite correr con otros participantes de semejantes ritmos al suyo y minimizar los típicos problemas de congestión que acarrea este tipo de pruebas masivas.
Y por delante, una recta larga y aparentemente no tan animada que resulta ser un espejismo de lo que está por venir. Y es que tras los primeros dos giros llega la primera en la frente: una subida corta pero dura que nos indica que la Behobia es más de subes y bajas que de llanos y monotonía en el camino y que nos lleva al corazón e Irún, donde las palmas y vítores de la gente se deja sentir completamente desde los aledaños y los balcones. Dureza y ambiente, esto es la Behobia-San Sebastián.
Subiendo y bajando Gaintxurizketa
“Como si fuera un puerto de montaña ciclista”, tal y como lo describe Ibarreta. Y no va desencaminado, la sensación es la misma porque el primer gran coloso de la jornada es un subida de unos dos kilómetros con un considerable desnivel y donde el peligro está en el exceso de confianza de los corredores que aún llegan bastante frescos y con energía.
Para Gabriel Miquel, este es un punto clave donde toca reservar fuerzas y no dejarse llevar por el ánimo de los aficionados, porque en caso contrario, luego se paga caro. Silvia Barrachina remarca en este sentido “lo importante que es que alguien te haga de guardián de tus emociones«, en referencia a su marido: «Te vienes tanto arriba que si no dosificas, lo acabas pagando”.
Y, sin duda, es una misión difícil, porque contemplar cómo hasta este punto inhóspito, que no es bonito pero sí espectacular, se desplazan centenares de aficionados, y la gran cantidad que se concentran cuando se corona el alto de Gaintxurizketa, puede jugarte una mala pasada acelerando más de lo que tocaría. Como indica la barcelonesa Carol Lanuza, que la ha corrido en varias ocasiones: «solo eres consciente de cómo anima la gente cuando llegas al tramo de autopista y, por una vez, lo que oyes es el tap-tap-tap de la pisada de los corredores».
Pero aún más traicionera puede ser la siguiente bajada y los posteriores toboganes de Lezo de camino de Errenteria -y ya ni te explico si el tiempo no acompaña-. Para Jaume Leiva, esta es una de las claves de la carrera: “Los corredores suelen gestionar bien las subidas, pero las bajadas, especialmente aquí con dos que son muy largas, son el gran el problema. Debes correr rápido sin que a nivel muscular te afecte el impacto durante tanto tiempo”. Además es un tramo que permite acelerar el ritmo y hay que saber controlarse porque, en caso contrario, acabaremos vendidos para lo que queda de trayecto, que aún es mucho.
Pero más allá de esa tremenda subida y su posterior descenso, todo el mundo es consciente que aquí también se disfruta de uno de los puntos álgidos de la jornada: cada año aparece el pirata ondeando su bandera con la calavera a ritmo de heavy metal. Y es que la Behobia-San Sebastián también es esto.
Errenteria y los Capuchinos
La mejor explicación de por qué Behobia es una carrera en la que los corredores se sienten como “héroes”, como indica Ibarreta, se puede apreciar al adentrarse en Errenteria, uno de los momentos más emotivos de la prueba a nivel ambiental. Miles de vecinos salen a las calles a aplaudir, con niños deseosos de chocar las manos de los corredores, amigos con la cartelería preparada para apoyar a los colegas que la disputan por primera o quinta vez, personas mayores ofreciendo naranjas, jóvenes jocosos animándote por el nombre de tu dorsal y las bandas musicales locales poniendo banda sonora para festejar un día de catarsis popular.
Es un tramo de disfrute absoluto, pero donde no hay que venirse arriba, porque al salir del casco urbano para encaminarnos a Pasaia nos toca otro de los huesos de la jornada, la subida de Capuchinos, que no es de las más largas pero sí de las de más desnivel de la jornada, y es un cambio de escenario tan brutal que el choque deja secuela. “Un repecho que no esperas y que a mí siempre se me atraganta”, confirma Gabriel Miquel. Para este tipo de situaciones, el también catalán Pedro José Moreno, tiene claro que es importante conocer “dónde vienen los momentos más duros y comenzar a pensar en ellos antes de que lleguen durante la carrera”.
Hasta el alto de Miracruz
Otro tramo de subes y bajas con vistas al puerto que ya te van preparando la entrada a San Sebastián donde se encuentra la última gran dificultad de la jornada, el alto de Miracruz.
Allí, para un buen grupo de corredores, sucede otro de los momentos más emotivos de la prueba, con el saludo y abrazo del colectivo solidario del Reto Dravet, que no paran de animar muy fuerte a todos los corredores y aún con más ganas a los que visten su camiseta morada solidaria. «Ellos corren por nuestros niños y niñas afectados por una rara enfermedad sin cura a día de hoy llamada Síndrome de Dravet, un epilepsia de origen genético que les hace tener altos grados de discapacidad y dependencia, pero cuyas familias sacan fuerzas de donde no hay para intentar que sus hijos sean felices y tengan una vida lo más normal posible», explica Félix Lucas, impulsor de la iniciativa y padre de un hijo afectado por esta enfermedad rara.
Y, como no podía ser de otra manera, entre los que son calurosamente recibidos vistiendo la camiseta morada se encuentra el manresano Oscar Mendoza: «Para mí la Behobia no es una carrera, es LA CARRERA con mayúsculas. Llegar al kilómetro 17 es sentir un montón de emociones juntas. Es la unión de los que corremos con la morada y las familias que no paran de animarnos. Es un momento que pone los pelos de punta», remarca.
Y es que el Alto de Miracruz es casi un kilómetro de subida repleta de donostiarras alentando y aplaudiendo a todos los que se enfrentan a este muro para que esos cerca de 1.000 metros de ascenso no se hagan tan duros, agónicos y largos.
Una subida que la primera vez que la acometió Jaume Leiva reconoce que acabó haciéndola “casi caminando”. “Me sirvió de lección para saber que hay que gestionar mejor las fuerzas y ser conservador en la primera parte de la carrera para afrontar esta subida y los kilómetros posteriores con fuerza. A partir de entonces, ya no he vuelto a pinchar y es cuando han venido mis mejores resultados”.
Disfrute en San Sebastián
Los tres últimos kilómetros son de los más sencillos de todo el recorrido, siempre y cuando tengamos en cuenta que, probablemente, las piernas no están tan frescas como al inicio de esta aventura y que el viento puede hacer acto de presencia.
El camino que queda hasta cruzar la línea de meta se puede afrontar de dos maneras muy distintas: la primera es, si tenemos suficientes fuerzas y un tiempo objetivo para completarla, acelerar el ritmo de cara a conseguir finiquitar este reto con aún mejor sabor de boca.
Pero la gran mayoría de corredores saben que estos últimos kilómetros repletos de gente a lado y lado de la calzada, son para disfrutar del espectacular ambiente de la capital guipuzcoana, especialmente cuando dejamos atrás Gros y encaramos la larguísima recta de meta que recorre la playa de Zurriola hasta la Alameda del Boulevard.
“Es como una etapa del Tour”, explica Ibarreta. “Es difícil que no se te escape una lágrima en la Alameda del Boulevard, no hay año que no me haya sucedido”, afirma Gabriel Miquel. «Esos ánimos son los que te llevan a meta. Ves a la gente y pienso en las horas que llevan ahí gritando, se dejan la voz, es emocionante», indica Carol Lanuza.
Y es aquí donde ya Silvia Barrachina, puede soltarse y correr con todo lo que le queda dentro estos últimos y festivos metros, para cruzar la meta y, sorpresa, que otro catalán o catalana te felicite, te cuelgue la medalla y te ofrezca algo de avituallamiento.