La misión para asesinar al presidente surcoreano es la más audaz en una península que las ha coleccionado. Fue en 1968. Un comando de la Unidad 124 formado por 31 soldados norcoreanos atravesó la frontera y alcanzó Seúl sin ser detectado tras cubrir 90 kilómetros a pie en un invierno helador que causó amputaciones. Cada uno cargaba con 30 kilos: una metralleta, una pistola, un cuchillo, 320 rondas de munición y 14 granadas. Solo fueron interceptados a un centenar de metros de la Casa Azul y la ensalada de tiros en el centro de Seúl aún es recordada. De aquella Unidad 124 llega medio siglo después el Cuerpo de Tormenta, las fuerzas especiales que Pionyang presta a Putin.
Son la élite entre la élite de un país consagrado al Ejército. Con apenas 25 millones de habitantes cuenta con el cuarto más numeroso del mundo: 1,2 millones de soldados en activo y casi 8 millones de reservistas. El estamento militar se traga casi un tercio de su PIB pero ni así los soldados escapan a las apreturas. A uno que desertó en 2017 le encontraron los médicos surcoreanos el estómago plagado de parásitos y gusanos. Los que estos días esperan en barracones en la frontera ruso-ucraniana son los privilegiados, mejor alimentados y mejor equipados. A ellos recurrió Pionyang para la misión más sensible de los últimos años: sellar la frontera durante el coronavirus y disparar a todo lo que se movía. Son unas 40.000 tropas divididas en 10 brigadas con el centro de entrenamiento en Tokchon (provincia de Pyongan del Sur). Hasta ahí viajó Kim Jong-un días antes de mandarlos a combate.
Sobre su función y relevancia sólo hay especulaciones. Los 10.000 combatientes ya enviados no decantarán la balanza cuando en Ucrania se han juntado millones de uno y otro bando. Pero tampoco serán un elemento folclórico. Pueden ser decisivos en campañas más quirúrgicas como la liberación de Kursk. En esa zona fronteriza rusa tomada por Ucrania combaten unas 40.000 tropas de Moscú contra unas 30.000 de Kiev y en el aluvión de norcoreanos confía Putin para aceitar la victoria.
Instrucciones y uniformes
Los norcoreanos permanecen por ahora a una cincuentena de kilómetros de la frontera, recibiendo instrucciones y uniformes rusos. Los expertos debaten sobre la función que les encomendará Putin. Algunos sostienen que serán enviados sin piedad de avanzadilla a las posiciones ucranianas más fortificadas. Una picadora de carne, aclaran. Otros pronostican que Moscú apenas les encargará la protección de la retaguardia para transferir las tropas rusas a la invasión del este de Ucrania.
Dependerá, probablemente, de su eficacia en el campo de batalla y de esta no hay aún evidencias. A las mejores tropas norcoreanas, al igual que a las peores, les falta experiencia y se ignora cómo reaccionarán cuando lluevan bombas. No ha combatido Corea del Norte en ninguna guerra desde la que acabó con un armisticio en la península en 1953. Tan misteriosas son sus aptitudes que Seúl enviará un equipo militar a Kiev, con la que ha fortalecido sus lazos en los últimos meses, para monitorizarlas. Algunos pronostican que no serán rivales dignos para los encallecidos ucranianos que, además, juegan en casa.
“Son superiores a las tropas que ahora está reclutando Rusia: de 30, 40 o incluso 50 años, muchos en mal estado físico, presidiarios con una disciplina dudosa… Los norcoreanos son jóvenes, están mejor entrenados y en un buen estado físico, tienen experiencia en el manejo de las armas y otro tipo de acciones militares”, señala Ramón Pacheco, profesor de Relaciones Internacionales del King’s College y experto en Corea del Norte. Pero también recuerda el experto sus defectos: su falta de experiencia, desconocimiento del terreno y los problemas de comunicación con los colegas rusos. No comparten cultura, lengua ni tácticas de combate. Los servicios de inteligencia ucranianos aseguran que Moscú destinará un intérprete por cada treinta soldados norcoreanos.
El primer salto al extranjero
Será el primer salto al extranjero para esos miles de veinteañeros. También hay dudas sobre su reacción al comprobar que incluso en una trinchera embarrada disfrutan de más libertad que en su país. Pionyang prohíbe a su pueblo las series televisivas o el K-pop surcoreanas y con sus colegas rusos descubrirán el universo insondable de las redes sociales. También comprobarán, como todos los huidos, que fuera de ese paraíso socialista que describe su propaganda se come y se vive mejor y que hasta el tabaco ruso sabe mejor. Algunas informaciones no contrastadas hablan ya de deserciones. Si las hay serán escasas, juzgan los expertos. En la jerarquía social norcoreana, similar a un sistema de castas, los que han demostrado durante generaciones su lealtad al régimen ocupan la cúspide, y sólo a los más fiables se les permite la salida. A los soldados que regresen vivos les esperan privilegios y reconocimiento social. Si regresan en bolsas, los disfrutarán sus familiares. Y si han desertado, les esperan castigos terribles a sus familiares.
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