Donald Trump se ha pasado la campaña describiendo al presidente como un político “corrupto” y amenazando con meter a su hijo en la cárcel. Joe Biden se ha pasado los últimos meses pintando a su némesis republicana como como “una amenaza para la democracia” y la clase de persona “a la que te gustaría darle una patada en el culo”. Pero este miércoles ambos han aparcado temporalmente sus diferencias para cumplir con el ritual que sirve para señalar la intención del presidente saliente de cooperar con su sucesor en una transferencia del poder pacífica y ordenada. Exactamente lo que no quiso hacer Trump hace cuatro años, cuando no solo no aceptó su derrota en las elecciones sino que se negó a invitar a Biden a la Casa Blanca para preparar la transición. Un comportamiento antidemocrático que remató al no asistir a su ceremonia de inauguración en las escaleras del Capitolio.
Todo eso debería generar un mínimo de humildad en Trump, que menos de diez días después de conquistar el poder por segunda vez ha vuelto nuevamente a la Casa Blanca invitado por Biden. «Me voy a asegurar de que tiene todo lo necesario para una transición fluida», le ha dicho el demócrata después de que ambos se saludaran con semblante serio y un apretón de manos en el Despacho Oval. «La política es dura y, a menudo, no es un mundo muy agradable, pero hoy sí es un mundo agradable y se lo agradezco mucho», le ha respondido Trump antes de añadir que la «transición será todo lo fluida que puede ser».
Regreso triunfante
La Casa Blanca describió después la reunión como «muy cordial» y «muy cortés», además de «increíblemente sustancial», según la portavoz Karine Jean-Pierre. Más datalles sobre su contenido aportó el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, quien será reemplazado por el congresista republicano Mike Walz en cuanto Trump tome el mando. De acuerdo con Sullivan, se abordó el tema de los rehenes estadounidense secuestrados por Hamás en Gaza. También se repasaron algunos de los asuntos prioritarios para la Administración saliente en política exterior, particularmente Ucrania y China. «Biden subrayó que, en su opinión, el continuo apoyo de Estados Unidos a Ucrania redunda en el interés de nuestra seguridad nacional», explicó Sullivan a los medios.
Trump no pisaba la Casa Blanca desde el 20 de enero de 2021, cuando se marchó a primera hora de Washington para no asistir a la toma de posesión de Biden. Menos de dos semanas antes sus seguidores habían asaltado el Capitolio espoleados por sus arengas aquella mañana del 6 de enero, el momento más oscuro vivido por la democracia estadounidense desde la invasión británica de 1812. Pero aquel mal perdedor, sometido a dos impeachments durante su primer mandato e imputado en cuatro causas penales y tres civiles, por más que tengan cada vez más números para quedar archivadas, ha vuelto ahora triunfante a la capital.
Nuevos nombramientos
Este mismo miércoles se ha confirmado que su partido mantendrá el control de la Cámara de Representantes, la única que quedaba por dilucidarse. Una victoria que unida al vuelco en el Senado otorgará a los republicanos la mayoría en las dos cámaras para poder legislar sin trabas. Toda una hazaña para Trump, que contará además con un Tribunal Supremo dominado por jueces conservadores, por lo que el rodillo podría ser monumental.
Y, entre tanto, el magnate sigue nombrando a los nuevos miembros de su gabinete. Un proceso que avanza a un velocidad de vértigo, a diferencia de lo que sucedió en 2016, cuando una semana después de su victoria electoral no había nombrado todavía a nadie. Trump ha confirmado que el senador Marco Rubio será su secretario de Estado. Firmemente anclado en el campo de los ‘neocon‘ durante el grueso de su carrera, el latino de Florida ha basculado ultimamente hacia posiciones más cercanas al «América, primero», aunque sigue siendo un ‘halcón’ frente a China o Venezuela. También es conocido por su apoyo incondicional a Israel. No en vano, el lobi sionista es su principal patrón financiero, según datos de Open Secrets.
El nuevo presidente electo ha escogido además al congresista Matt Gaetz para ocupar el cargo de fiscal general del Estado. Gaetz está en el sector más a la derecha del Partido Republicano. Radical y populista ha hecho carrera gracias a su apoyo a Trump, por lo que su designación sugiere que el neoyorkino pretende cumplir con su amenaza de perseguir judicialmente a los «enemigos internos de EEUU». O lo que es lo mismo, todos aquellos a los que Trump considera sus enemigos. Por último, Tulsi Gabbard, ha sido designada para ser la próxima Directora Nacional de Inteligencia. Si bien es veterana de la Guardia Nacional, Gabbard nunca ha trabajado para la inteligencia, donde está llamada a despertar una enorme preocupación. Gabbard culpó a la OTAN de la invasión rusa de Ucrania y se reunió en 2017 con el déspota sirio Bashar al Asad, a quien ha tratado de rehabilitar.