«Cambio» o «continuidad». El segundo turno de este domingo se define en Uruguay a partir de esas consignas resumidas en apenas una palabra. El profesor Yamandú Orsi quiere que el pequeño país sudamericano de vuelta la página de la mano, otra vez, de la coalición de centroizquierda Frente Amplio (FA). Álvaro Delgado, del oficialista Partido Nacional (Blancos) llama al electorado a preservar la senda abierta por el actual presidente de centroderecha, Luis Lacalle Pou. Los candidatos llegan al balotaje en una situación cercana al empate técnico, según las principales encuestadoras. «Alta incertidumbre y paridad«, aseguró el portal ‘El Observador’. El suspenso no está reñido de buenos modales. A pesar del final abierto, los uruguayos en general evitan bajo estas circunstancias los enfrentamientos que puedan conducir a situaciones violentas.
Orsi ganó con claridad el primer turno a fines de octubre pasado con el 44% de los votos. El delfín de Lacalle Pou quedó 17 puntos atrás. Sin embargo, desde que se restableció la democracia a mediados de los años ochenta del siglo pasado, el FA suele ser claro ganador de la primera vuelta, pero después debe enfrentar a blancos y otra fuerza tradicional, los colorados. Se unen inercialmente para frenar la llegada de los frentamplistas al Ejecutivo. No siempre lo lograron, como demuestran los casos de Tabaré Vázquez y José Pepe Mujica en 2004, 2010 y 2014. Esta vez, Delgado contará también con el respaldo de un partido menor, el Constitucionalista. Ese último apoyo parece haber equilibrado la disputa al punto de que, de acuerdo con la consultora Cifra, el nombre del ganador del domingo se conocerá cuando se cuenten los votos hasta el final. Los escasos indecisos, una vez más, pueden ser determinantes.
Pero no solo ellos. Del otro lado del Río de la Plata, en Argentina, viven unos 111.000 uruguayos. Si bien representan un 3% del padrón electoral, Orsi y Delgado necesitan esos sufragios como el agua. El llamado «voto Buquebus«, por la empresa que atraviesa el río a diario y en distintos horarios, adquiere en este escenario una importancia de carácter crucial. El FA y los Blancos han resuelto subsidiar los boletos de las embarcaciones para contar con esos apoyos en las urnas. La izquierda espera contar con unas 18.000 adhesiones, muchas más que las del rival.
La moderación compartida
Tanto Orsi, quien lleva como vicepresidenta a Carolina Cosse, la exalcalde de Montevideo, como Delgado, intentaron durante la campaña ser consecuentes con sus tradiciones. Así como la idea del «cambio» o la «continuidad» los separan, de sus bocas ha salido en los actos proselitistas y las intervenciones en los medios, una misma palabra: «proyecto». El FA y los blancos aseguran tener un programa claro sobre lo que necesita a estas alturas un país cuya economía crecerá este año 3,2% y donde la pobreza es una de las más bajas de la región, 9,1%. El desvío o mantenimientos de las líneas rectoras de la administración Lacalle Pou no supondrá grandes sorpresas. Si algo une a Orsi y a Delgado es la convicción de que las transformaciones, se inclinen más hacia la izquierda o su contrario, nunca pueden ser bruscas. Y por eso los rivales también hablan de «certidumbre».
A su modo, los contendientes expresan dos formas distintas de coalición. El FA, surgido en 1971 y vital en la lucha por la recuperación de la democracia, es una alianza de diversos partidos de izquierda que supo cobijar en un espacio común al partido Comunista y a los sobrevivientes de la guerrilla Tupamaros, además de socialistas y socialcristianos. El aprendizaje de convivencia no tiene precedentes en América Latina. Delgado, por su parte, es el abanderado de una coalición de emergencia: detrás suyo se unen aquellos que no quieren que Orsi acceda a la presidencia. «En la actualidad no representamos partidos», dijo el abanderado del oficialismo. La convergencia, remarcó no obstante Delgado, debe ser algo más que la alergia al FA. «No solamente nos juntamos para ganar, sino júntense para gobernar».
El caso Mujica
El segundo turno estuvo marcado por un mayor protagonismo del expresidente Pepe Mujica, quien, a los 89 años anunció haber superado el desafío letal de un cáncer de esófago. En octubre salió a respaldar a Orsi con una voz trémula. Las últimas horas lo tuvieron accidentalmente en el centro de la escena. Conocido por su ascetismo económico y una vida frugal en la periferia de Montevideo, Mujica, el adalid uruguayo del anticonsumismo, embistió contra Lacalle Pou por haber gastado 50.000 dólares en una motocicleta, y dos camionetas «al pedo (sin utilidad) «, indicios flagrantes, a su criterio, de la despreocupación por los que menos tienen en Uruguay. «Yo ponía más de la mitad de mi salario para el (plan) Juntos, y tengo recibos. Le di más de medio millón de dólares», recordó sobre el destino de lo que había ganado durante sus años de presidente. Y, de un modo infrecuente para una cultura de la mesura, dijo sobre los dirigentes derrochadores. «Son unos miserables. Estos son los padres de la patria». Y acusó a su vez al actual Gobierno de dejar una «deuda social» considerable.
Ante el pequeño revuelo por haber hablado de una motocicleta y dos camionetas (pruebas materiales del exceso), el exinsurgente giró sobre sus pasos. «Se me fue la lengua por calentura (enojo) y pido disculpas al pueblo uruguayo. No por el contenido, el contenido lo suscribo. Por las formas. No es momento de decir eso». Las «formas» a las que aludió Mujica parecen ser cruciales en este país con 3,4 millones de personas en condiciones de votar.