Quizá Lloyd Austin, secretario de Defensa estadounidense, pueda conocer al cuarto ministro de Defensa chino si Pekín lo nombra antes del trasvase de poderes en la Casa Blanca. Los dos primeros fueron destituidos por corrupción y el tercero va en camino, según el medio británico ‘Financial Times’. No hay silla más caliente que la del ministro de Defensa ni estamento más sospechoso por los chanchullos pasados y presentes.
El almirante Dong Jun, ministro desde diciembre, está siendo investigado «en el marco de una amplia campaña» contra la corrupción militar, sostiene el diario citando a fuentes oficiales estadounidenses. No hay respuesta aún oficial de China ni la habrá pronto. Si es cierto, el proceso será largo e incluirá disculpas a sus próximas ausencias públicas por enfermedad. A Dong se le vio por última vez la semana pasada en una cumbre internacional de su gremio en Laos. El portavoz del Ministerio de Exteriores, preguntado por la noticia, ha respondido al periodista que estaba «perseguiendo sombras».
El ministro de Defensa en China carece de funciones de dirección política, una competencia exclusiva del partido. Es un cargo protocolario al que se encarga la representación del Ejército y las relaciones con la prensa y sus homólogos internacionales. Sus declaraciones revelan las posturas de la élite política sobre asuntos castrenses.
Diálogo militar con EEUU
Dong nunca disfrutó de una posición sólida. En contra de la casuística no entró en la Comisión Central Militar, el órgano de dirección castrense, ni en el Consejo del Estado. De su mandato destaca la recuperación del diálogo militar con Estados Unidos, concretada en mayo tras 18 meses de silencio. Lo había interrumpido Pekín tras la visita a Taipei de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes. Su salida no variará el timón pero subraya el anhelo de Xi por un Ejército limpio y la pulsión de sus altos cargos por ensuciarlo.
China vivió en junio un día sin precedentes. Destituyó a dos ministros de Defensa con una sola nota en la prensa oficial: el efímero Li Shangfu, apenas siete meses en el cargo, y su predecesor, Wei Fenghe, que lo ejerció entre 2018 y 2013. Ambos habían sido ya expulsados ya de la Comisión Militar Central y siguen a la espera de una sentencia condenatoria que se da por descontada. Li fue sobornado y sobornó, siempre con «grandes cantidades de dinero». Wei habría aceptado regalos excesivos y cobró a cambio de favores. Li y Wei «extraviaron los principios del partido» y «contaminaron seriamente el ecosistema político del Ejército», según la acusación.
Xi Jinping heredó la pasada década un ejército con una merecida reputación turbia. Eran conocidas las subastas de cargos al mejor postor y corruptelas en los numerosos negocios vinculados. Xi purgó a la élite, llegada más por las mordidas que por sus méritos, y privó al Ejército de sus actividades lucrativas. El margen para la corrupción se redujo a los contratos de suministro, tan onerosos como opacos.
Subasta de altos cargos
La campaña se ha acentuado en el último año. Nueve generales y otro puñado de altos cargos han caído ya. Ninguna división ha sufrido más que la Fuerza de Misiles, un estamento de élite que controla el arsenal de proyectiles convencionales y nucleares. Tres responsables, entre ellos el poderoso Sun Jinming, han sido destituidos por «graves violaciones de la disciplina del partido», la fórmula eufemística para las prácticas corruptas.
Xi incidió el mes pasado en el deber de ejemplaridad de sus Fuerzas Armadas y pidió que estuvieran listas para el combate. Lo primero está relacionado con lo segundo: al partido siempre le ha preocupado que la subasta de altos cargos arruine la eficacia de un Ejército al que destina fondos millonarios.