Pese a las infames ofensas de Florentino Pérez, en Uganda, Namibia, Albania y Finlandia no dejan de preguntarse qué demonios pasa con el gripado Mbappé. También, por supuesto, se lo cuestiona el resto del universo. Hoy es el gran arcano del fútbol (junto al sonoro extravío del City). Una estrella, la estrella con mayúsculas, por ahora estrellada. En París cantan un empate: a Mbappé le va tan mal como al PSG.
En las grandes citas, Kylian no se abrochó con Messi y Neymar en aquel “hollywoodiense” PSG; tampoco sin ellos. No conjuga del todo con Vinicius; tampoco sin él. No tiene que ver con el posicionamiento táctico, por ambulante que sea. Por el carril central se desnortó ante el Barça, partido por el que discurrió como un novatillo, en fuera de juego a perpetuidad. Por la vía del ausente Vinicius, en Anfield, fue otro Mbappé afeitado. En el segundo gran cartel del curso, tras el clásico español, con el Real Madrid sofocado en la Copa de Europa, el francés fue la nada, o casi peor. Con la pelota atornillada se hacía un ovillo. En carrera, con ese esprint jamaicano que le distinguía, quedó a rebufo de Bradley, un chico de 21 años que sin rubor atacó más a Mbappé de lo que le defendió. Que fallara un penalti con 1-0 en contra no fue lo más crudo. De Pelé a Messi no hay mito que no haya pasado alguna vez de verdugo a víctima en esa suerte del fútbol. Lo más turbador para el galo fue su tembleque gestual en el lanzamiento. Da la impresión de que, de momento, el escudo del Madrid se le hace bola. Como si estuviera superado por la losa heráldica de un club que no perdona una ni al dominó. Seas Di Stéfano o Zidane.
Otros artículos de José Sámano
Mbappé, hasta que corte amarras y destapone el ketchup, parece contrito. Nada que ver con ese Mbappé capaz de cargar con toda Francia en la mejor final que jamás haya deparado un Mundial (Qatar). No cabe apelar al fatigante calendario, liberado con la selección de Deschamps en las dos últimas ventanas. Todo apunta a un problema psicológico, seguramente pasajero. Una secuela de lo que ya padeció con la misma camiseta el primer Zidane. En el Madrid, la puerta grande se hace diminuta.
Mbappé, tras años de flirteos y desamores, llegó a un equipo donde la principal figura ocupaba su puesto. Un embrollo, para Ancelotti, Vinicius y el propio delantero francés. Le tocaba ponerse a cola del brasileño y remar por donde con tanto desagrado le obligaba Luis Enrique en el PSG, como ariete. Mientras Mbappé rastrea al mejor Mbappé, sus compañeros andan en la misma búsqueda. Incluso Ancelotti, por muchas 1.301 alineaciones que haya ordenado en su fabulosa carrera.
Un Ancelotti tan inopinadamente malhumorado que no remite al campechano Ancelotti. A la vista, un doble reto muy acorde con el metabolismo madridista: una remontada colectiva en Europa y una remontada individual del deslustrado Mbappé. Pero el parisino no es el único borrón de este Real. ¿Lesiones? Todos las padecen, el goteo es incesante, ya sea el Madrid, el Barça o cualquier otro. Se trata de un problema futbolístico, con unos o con otros el equipo no cuadra, no sintoniza. Le da para merendar en Leganés, pero en los duelos gordos (Barça, Milan y Liverpool) se ha quedado muy chato.
De momento, pese a los desaires de Florentino Pérez, Mbappé no es aspirante al Balón de Oro. Lo mismo da que voten o no Uganda, Namibia, Albania y Finlandia.