Salah dice que no se lo podía creer, que le parecía imposible estar ahí, que sus ojos estuviesen viendo esas mismas calles —distintas, eso sí, tantos años después—, que por fin hubiese vuelto a lo que fue, antes de todo, su casa, su lugar de nacimiento.
Pero estaba ocurriendo: Salah, un hombre sirio de mediana edad, ha vuelto por primera vez este sábado desde hace ocho años a su Alepo natal. “No sé cómo describirlo. Es algo inexplicable. Me marché como todos los demás, después de aguantar los meses del sitio de la ciudad en 2016, aterrorizados de los aviones rusos, de los milicianos chiís… Pero hoy, aquí estoy. Hemos vuelto”, cuenta Salah, que ha vivido, durante todo estos años de distancia, pocos kilómetros al norte de Alepo, en la región de Azaz, controlada por las milicias rebeldes sirias.
Pocos kilómetros, poca distancia. Pero una línea —la del frente— que le era infranqueable a este hombre. “Yo no soy nadie. Nunca he sido activista, ni periodista, ni he luchado. Soy alguien normal que siempre quiso, desde el inicio de la guerra, que el presidente sirio, Bashar al Asad, se marchase. Pero eso les dio igual. Durante todos estos años Asad y sus amigos, Rusia e Irán, nos han estado bombardeando y atacando. Nos arruinaron la vida. Pero hoy hemos vuelto a casa”, dice Salah, cuya anterior vivienda, eso sí, ya no existe.
Todo ha ocurrido en cuestión de días. Este miércoles, los rebeldes sirios —liderados por la milicia Hayat Tahrir al Sham (HTS), arrancaron una ofensiva militar contra las fuerzas del régimen de Damasco, que ha visto como sus aliados, Teherán y sus milicias y Moscú, han sido diezmados y distraídos en el Líbano los unos y en Ucrania los otros.
En un principio, HTS aseguró que la ofensiva era tan solo para recuperar territorio perdido en 2020, antes del último alto el fuego. Pero los milicianos rebeldes avanzaron; los soldados de Asad huían. Tan solo tres días después, sin apenas combates, la oposición siria ha tomado este sábado casi la totalidad de Alepo, la segunda ciudad de Siria y la que fue, antes del inicio de la guerra civil del país árabe, su capital económica.
Pero hay más: la espantada de los soldados de Asad es tal que los milicianos han tomado en cuestión de horas, este sábado por la noche, la totalidad de la ciudad de Hama, situada a algo más de 150 kilómetros al sur de Alepo y que fue una de las cunas de la revolución siria en la primavera árabe de 2011.
Miedo a los que llegan
“Lo primero que noté al llegar a Alepo fue que la gente nos tenía miedo”, explica Abdulfaki, natural de Alepo y miembro no combatiente de las milicias opositoras sirias. “Mucha gente tenía recelo, y estaban convencidos de que habíamos venido a matarles. Luego se han dado cuenta de queque no, que lo único que queremos es liberar la ciudad. Nos han dicho que Asad y sus acólitos les habían dicho durante días de que somos unos bárbaros, unos asesinos. Que les degollaríamos a todos. Mentían, por supuesto”.
Hayat Tahrir al Sham, la mayor de las facciones rebeldes que realizan esta ofensiva contra el régimen de Damasco, es la milicia que controla la región opositora de Idleb, y fue la antigua filial de Al Qaeda en Siria. Pero en 2017, con el ascenso de su actual líder, Abu Mohammad al Jolani, el grupo decidió renunciar al yihadismo y el terrorismo internacional, y centrarse en la lucha tan solo dentro de las fronteras sirias.
Al Jolani, durante los últimos años, se ha caracterizado por mostrarse en imágenes y lugares públicos en camisa de botones ‘a la europea’ y con barba recortada, y buscado ser reconocido como un líder integrista y profundamente islámico —en Idleb impera la ‘sharía’— pero tolerante con las minorías religiosas.
“Han pasado ocho años en los que el mundo pensaba que la revolución siria estaba muerta. Muchos de nosotros también lo pensábamos. Pero hemos continuado. Y lo primero que me ha venido a la cabeza al entrar a Alepo, este viernes por la noche, han sido todas las memorias del pasado, de mi infancia. Todo lo que viví de pequeño; todos los amigos que han muerto aquí a manos de Asad y sus bombas”, dice Abdulfaki.
Caídas y contrastes
En Alepo, el pasado y el presente chocan. Hace ocho años, cuando el régimen de Damasco tomó la totalidad de la ciudad, lo hizo después de meses de sitio, de bombardeos de la aviación rusa y siria contra decenas de miles de civiles atrapados en los barrios opositores del lugar. Según estimaciones del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH), en la batalla de Alepo, terminada en enero de 2016, murieron más de 30.000 personas, la mayoría de ellas civiles.
El contraste con la toma opositora de Alepo de este sábado, sin apenas combates y muertes civiles, es evidente. “Creo que la gran diferencia es que nosotros, los opositores, somos los habitantes de esta ciudad. Yo viví la mayoría de mi vida aquí”, dice Salah, y que como él, muchos miembros de las milicias y civiles que en la actualidad viven desplazados en las zonas rebeldes.
“Las milicias rebeldes, con sus pegas y grandes defectos, las componen gente local, nacida aquí —continúa Salah—. Y como tal, quieren a esta ciudad. Los habitantes de Alepo amamos a Alepo. Pero Asad y su régimen, con Rusia y las milicias iraníes… a ellos no les importó la ciudad. La destruyeron en 2016 porque tan solo les importaba la victoria militar. Esta es nuestra diferencia: ellos querían aplastar la rebelión. Nosotros, volver a casa”.
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