El vaso del Real Madrid y Mbappé es una pieza volátil. Todos lo vieron llenísimo cuando el galo aterrizó en verano para firmar, al fin, una historia de felicidad mutua. Se fue vaciando con el paso de las semanas y la acumulación de errores. En Anfield se vio el fondo del mismo. Seco o colmado, según el indicador escogido: la precaria ilusión o la inacabable impaciencia. Pero todavía es diciembre y el vaso, aunque a veces parece que se vaya a caer sigue al borde de la mesa. Se ha pagado para servir con jugadas como la que permitió a Mbappé limpiarse el mal de ojo y colaborar en la victoria frente al Getafe.
Un partido con dos palos en contra por exceso de relajación, pero que deja a los de Ancelotti, pese a querer vender la vajilla entera tras el 0-4 contra el Barça, a un solo punto de la revolución de Flick, que podría sofocar si ganan el partido aplazado de Valencia. Empezó el partido tarde por culpa de la sala VOR, que se fue a negro. Después sería imprescindible para confirmar jugadas como el de la acción del penalti de Nyom sobre Rüdiger que acabaría decantando un encuentro envenenado por la decepción de Champions.
Mbappé evita tirar otro penalti y marca después
El penalti desatascó un partido grisáceo, con el Getafe formando en dos líneas cerradas de cuatro jugadores. La acción de los once metros refleja lo que es el Real Madrid esta temporada. Un equipo que crucifica los errores. Mbappé ni se acercó al balón para quitarse de encima el dolor por el error de Anfield. La negociación quedó en manos de Ceballos y Bellingham, quien con una paradinha le quitó el agobio al francés, quien, pese al gol, está lejos todavía de sus mejores prestaciones.
El delantero del Real Madrid se pasó el calentamiento haciendo ejercicios de cuello. No quería ni un gramo de presión. Supo reservarse para el momento adecuado, que llegó en el minuto 38 de juego. La acción del 2-0 es la mejor muestra de lo que ha convertido a Mbappé en un jugador por el que suspirar y esperar siete años. Un espacio dorado por delante, sobre el que lanzar las zancas dos o tres pasos para así afinar. Después, definición de mil amperios pegada al palo para superar a David Soria. La definición perfecta del francés y que, si la mantiene, traerá una espiral de felicidad en el Bernabéu.
Lo fácil y lo difícil hubiera sido ponerse de nuevo en el punto de penalti. Ajustar bien esta vez y anotar. El consuelo de quitarse de encima la carga del fallo de Liverpool, pero insuficiente para ejemplificar su talento. Tan hábil fue apartándose del entuerto del 1-0 como asumiendo el desenlace de un segundo tanto que convertía el partido en un nuevo escenario. El de una tarde mágica para Mbappé, para quien no hay rival pequeño cuando se trata de ser la estrella multiplicadora de los panes y los goles que debe ser.
La fiesta incompleta
Salió Ancelotti con Rodrygo de ‘9’, una posición que, pese a su valor, se ha convertido en objeto de subasta. Como el centro del campo que ha cambiado casi tantas veces de apariencia como partidos se han jugado esta temporada. Llegó el Bernabéu al descanso en paz, encariñado con un Mbappé del que coreó su nombre y esperando un desenlace tranquilo ante un rival que se mantuvo en pie hasta el 0-0, que deshizo un cortocircuito de Nyom.
La segunda parte empezó con Mbappé liberado, buscando su acople definitivo, intentando forzar penaltis y regalando oxígeno a sus compañeros con pases como los que da en los entrenamientos. Porque en la rutina de Valdebebas siempre ha sido el mejor. O eso han trasladado sus grandes defensores.
El problema es que el Real Madrid no puede convertir ningún partido en una sesión de ejercicios, porque entonces se lleva sustos como los palos de Patrick y Uche, el reflejo del Getafe este año. Un hombre con un vendaje y pinchazos que tiene que formar por obligación. Y cuando todo parecía ideal, Mbappé volvió a fallar lo que nadie espera de él. Recorte perfecto y balón rozando el palo. Otro contraataque después con el mismo inicio y desenlace. Metió la más difícil, falló el resto.