«Oportunidad histórica» y «momento de riesgo e incertidumbre». Con esas palabras reaccionó el fin de semana el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a los acontecimientos en Siria, donde una fulgurante ofensiva rebelde acabó en 11 días, tras una guerra civil de 13 años, con el régimen de Bashar el Asad y cinco décadas de control del país de su familia.
Son acontecimientos que pillaron aparentemente por sorpresa al demócrata y a su Gobierno y las palabras de Biden reflejan la encrucijada que la nueva situación en Siria plantea para Washington. Lo hace de forma inmediata para él, presidente saliente, pero también para el hombre elegido para darle el relevo y volver a la Casa Blanca: Donald Trump.
Aunque de momento ambos han marcado, en distinto grado, distancias de una situación plagada de indefinición, dudas y volatilidad, esa posición puede hacerse insostenible. Porque Siria, donde EEUU aún mantiene un despliegue de 900 efectivos militares, incluyendo fuerzas en el noreste agrupadas con aliados kurdos para evitar que resurja el Estado Islámico, es la última pieza en sacudirse en el siempre complejo tablero de Oriente Próximo. Y en esta partida, que vive un momento especialmente intenso por las guerras de Israel en Gaza y en Líbano, esta última ahora en un frágil alto el fuego, se mueven otras piezas geopolíticas y económicas trascendentales como Irán, Rusia o China.
¿Éxito catastrófico?
El domingo Biden definía la caída de Asad como «un acto fundamental de justicia» pero ese derrocamiento también reavivaba un escenario al que EEUU y sus aliados habían dado nombre hace tiempo: «éxito catastrófico«, la idea de que el líder sirio fuera reemplazado por grupos que Washington considera terroristas.
Es precisamente lo que ha sucedido con la Organización para la Liberación del Levante, o HTS (las siglas de Hayat Tahrir al-Sham), y su líder, Mohamed al Jolani, que están clasificados como terroristas por EEUU, otros países y Naciones Unidas. En el caso de Al Jolani, antiguo combatiente de Al Qaeda, que combatió en Irak y pasó cinco años en prisiones estadounidenses antes de irse a Siria con el frente Al Nusra, de la que se escindió para formar HTS, aún nadie en Washington ha retirado la recompensa de 10 millones de dólares que el Gobierno ofrecía por su captura.
Ahora dentro de la Administración hay lo que fuentes de Politico definen como «un gran esfuerzo para determinar si, cómo y cuándo se puede sacar a HTS de la lista de terroristas». Es una designación que, según la ley, el secretario de Estado de Biden, Antony Blinken, tiene autoridad para revocar en cualquier momento. Pero de momento se procede con cautela.
El propio Biden decía el domingo que «algunos de los grupos rebeldes que han tumbado a Asad tienen su propio historial sombrío de terrorismo y abusos de derechos humanos» y señalaba que, aunque «ahora están diciendo lo correcto», valorarán «no solo sus palabras sino sus acciones conforme asuman mayores responsabilidades», un mensaje que este miércoles repetía su portavoz, Karine Jean-Pierre.
Washington no quiere aparentar que toma el liderazgo. Biden ha enviado a Israel a Jake Sullivan, su asesor de seguridad nacional, y Blinken mandaba a altos cargos de Estado a capitales de la región para establecer conversaciones. Y antes de dar ningún paso, como el reconocimiento de la nueva coalición como un gobierno legítimo o empezar el levantamiento de sanciones, que pueden usar como herramienta de negociación o de presión, domina la precaución. «La historia muestra lo rápido que momentos de promesa pueden degenerar en conflicto y violencia», advertía el jefe de la diplomacia estadounidense.
Estado islámico y Turquía
Otra de las complicaciones que enfrenta Washington y que ha admitido Biden es que el Estado Islámico (EI) puede intentar «sacar partido de cualquier vacío para restablecer su credibilidad y crear un refugio seguro«, algo que el demócrata ha prometido «evitar». El mismo fin de semana de la caída de Asad EEUU lanzó 75 ataques aéreos contra objetivos del EI en Siria, donde también, según ha declarado una portavoz del Pentágono, Washington ya está «trabajando con socios en el terreno» para localizar las reservas de armas químicas y asegurar que no caen en las manos equivocadas.
En juego entra también el factor de Turquía. Recep Tayyip Erdogan ha sido el principal aliado internacional de HTS y tras el derrocamiento de Asad sus fuerzas han empezado a bombardear a fuerzas kurdas aliadas con EEUU, que guardan cárceles con presos del EI, una ofensiva con la que grupos rebeldes ya han sacado a los kurdos de dos ciudades en el norte.
Patata caliente para Trump
La mayor prueba para Biden, según algunos analistas, es si será capaz de establecer en torno a Siria algún acuerdo que funcione antes de que llegue a la presidencia Trump, pero ni siquiera si lo consiguiera eso sería garantía de cómo actuará el republicano, que en su primer mandato acabó con el programa encubierto de la CIA para financiar a la oposición de Asad y realizó una retirada parcial de las tropas estadounidenses del país, lo que ayudó a Turquía, a Asad y a Moscú, y contribuyó a la dimisión de Jim Mattis como secretario de Defensa.
El sábado mismo, mientras estaba en Francia para la reinauguración de Notre Dame y mostraba su peso global ya antes de volver al Despacho Oval al mantener en el Elíseo una reunión con Emmanuel Macron y Volodímir Zelenski, Trump colgaba un mensaje en Truth Social cuando los rebeldes estaban aún en las afueras de Damasco y decía: «Siria es un desastre pero no es nuestro amigo y EEUU no debería tener nada que ver con esto. Esta no es nuestra batalla. Hay que dejar que siga su curso. No hay que involucrarse«.
Al día siguiente, ya con el régimen derrocado y Asad huido, Trump ponía los sucesos de Siria bajo el foco de otro conflicto: el de Rusia y Ucrania. En otro mensaje en Truth Social afirmaba que Moscú había perdido el interés en Siria por la guerra de Ucrania (a la que ha prometido poner fin «en 24 horas» antes de tomar posesión). «Nunca hubo mucho beneficio en Siria para ellos más allá de hacer que (Barack) Obama se viera realmente estúpido», escribió, en referencia a la controvertida línea roja que el mandatario demócrata marcó y luego ignoró con el uso de armas químicas por parte del régimen de Asad.
Trump, que en ese primer mandato realizó dos ataques a Siria con misiles como represalia por el uso de armas químicas, puede intentar seguir abanderando su política de América Primero y marcar distancias con lo que sucede en un país que también denostó como solo «arena y muerte», pero hay elementos que podrían hacerle involucrarse, de su habitual forma transaccional de resultados inmediatos o de manera más estratégica y coherente. Porque Siria podría resultar un importante peón regional para otros de sus grandes objetivos en política exterior: imitar la influencia de China en la región, dar un golpe a Irán y hacer avanzar su plan de paz para Oriente Próximo basado en los Acuerdos de Abraham, firmados en su primer mandato, para la normalización de relaciones de Israel con países árabes.
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