Este sábado ha finiquitado el Parlamento de Corea del Sur la enloquecida carrera de su presidente, Yoon Suk-yeol, que durante seis horas devolvió una vibrante democracia al siglo pasado y se aferró después a la silla desafiando a su pueblo, su partido y el sentido común. Su salida no devolverá la calma a una política surcoreana siempre tumultuosa y cainita, con una pulsión casi invencible por enchironar a sus presidentes. A Han Duck-soo, primer ministro y relevo de Yoon en funciones de Gobierno, le quieren destituir los conservadores. A estos no les va mejor. Su líder, Lee Jae-myung, podría quedar fuera de las próximas elecciones por varios procesos judiciales. Le faltan aún muchos capítulos a la saga pero Corea del Sur ya ha purgado a un elemento extemporáneo con una diligencia admirable.
De esta aventura sale Corea del Sur más fortalecida. Ningún país está a salvo del delirio presidencial así que más vale contar con ágiles resortes e instituciones robustas. A Yoon le ha destituido el Parlamento, le ha presionado el pueblo en la calle, le ha reprendido su partido, le investiga la Fiscalía y el Ejército cumplió con lo mínimo su orden de cerrar el Parlamento. La lección surcoreana no es irrelevante cuando por la esquina asoma Donald Trump.
Con 204 votos de los 300 del hemiciclo, cuatro más de los necesarios, fue aprobada la moción de censura. Al Partido Democrático (PD) y otras cinco formaciones menores de la oposición les faltaban ocho votos de la bancada conservadora y consiguieron 12. Los miembros del Partido del Poder del Pueblo (PPP) no evacuaron el Parlamento para arruinar el quórum como el sábado anterior. El último desatino de Yoon había cavado su tumba en las vísperas. Con su defensa de la ley marcial y su negativa a dimitir rompió el pacto con su partido por el que este le blindaba de la bochornosa destitución parlamentaria a cambio de su «salida ordenada». Al partido no le quedó más remedio que instruir a sus legisladores de que siguieran a su conciencia y, aunque en los minutos previos de la moción ordenó tumbarla, la votación secreta amparó las previsibles disensiones. Al recuento le siguió el estallido de júbilo en los aledaños de la Asamblea Nacional, tomados por cientos de miles de ciudadanos pese a la gélida y ventisca tarde invernal. Unos gritaban, otros se abrazaban y los últimos lloraban en un cuadro opuesto a la silenciosa desilusión del sábado anterior. «Lo que ha ocurrido demuestra que sois los propietarios de este país», les dijo Lee tras la victoria de su moción.
«Hasta el final»
Ha repetido Yoon poco después que no se rendirá nunca a través de un comunicado. «Haré una pausa pero el viaje hacia delante que he recorrido con la nación durante los últimos dos años y medio nunca se detendrá. Tendré presentes las críticas, los ánimos y el apoyo que he recibido y haré todo lo que pueda por el país hasta el final», ha añadido.
Han, primer ministro, toma las funciones del ya expresidente a la espera de que el Tribunal Constitucional selle o invalide su destitución en los próximos seis meses. La ley estipula que la decisión necesita los votos de seis de los nueve miembros pero el órgano no ha cubierto aún las tres vacantes por jubilación. Será necesaria, pues, una unanimidad de los seis restantes que en otro país parecería improbable. El Tribunal Constitucional surcoreano, sin embargo, ha mostrado un ejemplar apego a los criterios legales sin atender a los colores políticos. En 2004 anuló la destitución del progresista Roh Moo-hyun, quien pudo terminar su mandato, y en 2017 corroboró la de la conservadora Park Geun-hye, condenada después por corrupción. Es seguro que Yoon, antiguo fiscal, peleará su inocencia, pero no parece muy compleja la deliberación. Su ley marcial no atendía a ninguno de los supuestos previstos en la Constitución y sus razones no iban más allá de fantasmales amenazas pronorcoreanas y saboteadores parlamentarios.
Yoon regresará a la Casa Azul si el Tribunal Constitucional revoca la decisión parlamentaria. Es una posibilidad inverosímil tras las marchas multitudinarias, con un apoyo popular irrisorio del 11% y un 75% de surcoreanos a favor de su salida, según las últimas encuestas. La investigación por traición, que puede acarrearle una larga temporada de cárcel, tampoco ayuda. Si el tribunal la confirma, el Parlamento dispondrá de dos meses para convocar las elecciones. Es el escenario que el PPP quería evitar por la certeza de que el pueblo no le perdonará el vodevil. Un país moderno, tecnológico y con una cultura que devora la juventud global llenó las portadas globales durante seis horas con unas imágenes de militares en el parlamento más propias de una república bananera.