Cuando los rebeldes sirios tomaron Alepo el pasado 30 de noviembre, la primera parada de la ofensiva relámpago que precipitó el derrumbe del régimen de Bashar el Asad en menos de dos semanas, el pánico se extendió por parte de la ciudad. «Nuestra gente tenía tanto miedo que se quedó encerrada en casa varios días», asegura a este diario un alto cargo de una oenegé europea presente en el país. En las distintas ciudades donde opera la organización, principalmente a través de personal local sirio, se empezaron a tomar medidas. En Hama se dispuso todo para ordenar la evacuación y, en Damasco, parte del personal se trasladó a las zonas alauíes de la costa en busca de seguridad. «Básicamente temíamos que empezaran a rodar cabezas de nuevo, como sucedió cuando el Estado Islámico (EI) tomó parte de Siria en 2014: o estabas con ellos o eras asesinado», dice el cooperante europeo.
Esos temores dan fe del grado de desconfianza que generaban en parte de la sociedad siria algunas de las milicias que han acabado con la dictadura dinástica de los Asad. Principalmente la coalición de grupos de tradición yihadista que integran Hayat Tahrir Al Shams (HTS, Organización para la Liberación de Siria), los grandes protagonistas en la toma de Damasco y el incipiente gobierno de transición. Su líder y nuevo hombre fuerte del país, Abu Mohamed al Golani, fue durante años el líder de Al Qaeda en Siria, tras forjarse en la insurgencia contra la ocupación estadounidense de Irak y enrolarse inicialmente en el Estado Islámico de Irak, la semilla del EI o Daesh. De ahí que Washington lo considere un terrorista y ofrezca desde hace años 10 millones de dólares por información que pueda conducir a su captura.
Pero ese mismo Al Golani lleva también varios años tratando de desligarse de su pasado más extremista y enviando señales de moderación. Algo que ha quedado patente en los últimos días, en los que ha prometido que se respetará el pluralismo de la sociedad siria, incluidas sus minorías, al tiempo que el nuevo gobierno provisional amnistiaba a militares y miembros del antiguo régimen sin graves crímenes a sus espaldas. En lo más estrictamente cosmético, se ha desprendido del turbante y se ha arreglado su vieja barba salafista para pasearse ahora con chinos o fatigas militares como un Zelenski al uso. Incluso ha cambiado su nombre de guerra (ese Al Golani que honra los orígenes de su padre, quien tuvo que marcharse de los Altos del Golán después de que fueran ocupados por Israel en 1967, según contó en una entrevista a la PBS) por su nombre de nacimiento, Ahmed Hussein Al Shara, utilizado por primera vez en un comunicado de HTS dos días antes de que comenzara la ofensiva que derribó al régimen.
¿Transformación genuina o golpe de relaciones públicas?
«Una persona tiene distintas personalidades a los 20 años que a los 30, los 40 y con toda seguridad a los 50. Es la naturaleza humana», le explicó hace unos días a la CNN. ¿Pero es la suya una transformación genuina o una campaña puramente de imagen para obtener legitimidad y la ayuda económica que tan desesperadamente necesita Siria, devastada por la guerra y el yugo de las sanciones occidentales? «Por una parte es un lavado de cara respecto a Occidente porque sabe que sus credenciales siembran mucha inquietud. Pero también es una muestra de realismo y pragmatismo a nivel doméstico. Por la sencilla razón de que HTS no tiene los recursos suficientes como para gobernar en solitario», asegura Ignacio Álvarez-Ossorio, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense.
Quizás la experiencia en Idlib, la región del noroeste de Siria donde ha gobernado Hayat Tahrir Al Shams en los últimos años bajo el paraguas protector de la vecina Turquía, sea el mejor laboratorio para ponderar esa transformación. Un cambio que comenzó a gestarse después de que Al Golani rompiera con Al Qaeda en 2016, supuestamente por discrepancia con sus tácticas «extremistas», para crear HTS un año después –creada de la fusión de varios grupos de islamistas radicales suníes– y centrarse exclusivamente en la liberación de Siria. En Idlib no se obligó a las mujeres a salir a la calle con el rostro cubierto ni se prohibió el tabaco. Y la policía de la moral fue desmantelada en 2022. Un año antes Al Golani le había dicho a la PBS que su gobierno de salvación, como se le llamó, debía regirse por principios islámicos, «pero no según los estándares del EI o incluso Arabia Saudí».
En Idlib no dudaron en buscar el apoyo de las distintas tribus locales, acercándose también a drusos y cristianos, para ampliar su base social y levantar con el tiempo un gobierno tecnocrático para tratar de prestar servicios con cierta eficiencia. Paralelamente trataron de aplastar a sus rivales sin muchos miramientos. «Hicieron una campaña brutal contra Al Qaeda y contra el EI, ejecutando a parte de su liderazgo», dice Álvarez-Ossorio. «Y aunque han tenido varias fases, claramente han acabado desligándose de los grupos yihadistas porque los veían como una amenaza». Organizaciones de derechos humanos les acusaron de perseguir la disidencia o torturar a los detenidos en sus cárceles.
Falta ver ahora como Al Golani y su Tahrir al Shams se desempeñan en Damasco. Por el momento han anunciado que el gobierno provisional estará vigente hasta marzo, aunque no se ha aclarado si se convocarán elecciones después. Y como primer ministro han nombrado a Mohamed Bashir, el mismo que dirigió su gobierno de salvación en Idlib. Entre los nombramientos conocidos hasta ahora no hay mujeres ni miembros de minorías. Pero todo acaba de empezar y Siria, como sabe bien Al Golani, necesita de la ayuda exterior para poder dejar atrás el túnel oscuro de su cruenta guerra civil y décadas de opresión autoritaria.
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