En Tapachula se aglomera una multitud de migrantes tras entrar a México. Hasta hace poco, muchos arribaban a esta ciudad fronteriza con Guatemala tras cruzar el cercano río Suchiate en cámara neumática, pero últimamente no los vemos llegar por ahí. Las rutas migratorias en México —país de origen, tránsito, destino y retorno— cambian todo el tiempo sin que por ello disminuya un flujo constante de cientos de miles de personas en movilidad.
El flujo, integrado cada vez por más mujeres solas o acompañadas con niñas y niños de todas las edades, procede de países centroamericanos como la propia Guatemala, Honduras o El Salvador, y del sur continental, sobre todo de Venezuela, en menor medida de Colombia y Ecuador. Y también vienen personas de Haití e incluso desde más allá del Atlántico: Senegal, Pakistán, China y un largo etcétera.
En Tapachula muchos migrantes comienzan a realizar gestiones burocráticas antes de proseguir el camino por el extenso territorio mexicano hacia EE. UU.; aquí se forman muchas de las caravanas migrantes que en los últimos meses han aumentado en frecuencia y tamaño, aunque la mayoría son eventualmente disueltas antes incluso de llegar a Ciudad de México a través de coacciones y engaños, según nos relatan. Las personas migrantes caminan juntas para intentar disminuir su exposición a eventos de violencia a cargo de los múltiples actores armados que operan en un trayecto de unos 3.000 kilómetros entre las frontera sur y norte.
Múltiples formas de violencia
Los eventos violentos van desde torturas a violencia sexual pasando por robos, secuestros, amenazas, privación de agua y alimentos, quemaduras o extorsiones y tienen graves consecuencias en la salud física y mental, a veces de manera irreversible. Muchas personas cargaban ya con una mochila pesada: habían huido de sus propios países a causa del conflicto, la violencia o la exclusión, y luego sufrieron nuevas agresiones en puntos del corredor migratorio latinoamericano como la peligrosa jungla del Darién en Panamá.
El reciente aumento de las caravanas migrantes en el sur de México nos ha llevado a redoblar la asistencia móvil. Entre finales de septiembre y principios de diciembre hemos atendido en la llegada de doce grupos que se trasladan en caravanas, compuestos por más de 10.000 personas, en los estados de Chiapas, Oaxaca y Veracruz, y hemos bridando más de 1.900 consultas médicas.
Entre las personas atendidas había pacientes con enfermedades respiratorias agudas, osteomusculares, afecciones de la piel y gastrointestinales, causadas por el consumo de agua no potable, las largas caminatas y las altas temperaturas. También vimos casos de enfermedades crónicas como hipertensión arterial, asma y diabetes. A pesar de la fragilidad con que los migrantes concluyen las caminatas, las fuerzas de seguridad les cierran a veces el acceso a zonas adecuadas de descanso. Esto ocurrió, por ejemplo, el pasado noviembre en La Venta, donde cientos de personas se vieron obligadas a parar en los arcenes de una carretera periférica, exponiéndose así a accidentes.
Estas caravanas migrantes son apenas la punta visible del iceberg en un océano de desesperación. Representan una pequeña fracción de las más de 925.000 personas que fueron reportadas en situación migratoria irregular entre enero y agosto de 2024, según datos del Instituto Nacional de Migración, un aumento del 131 % respecto al mismo periodo del año anterior, muestra de que la agudización de la crisis humanitaria de los migrantes en México a lo largo de 2024 va mucho más allá del aumento reciente de las caravanas. En Médicos Sin Fronteras nos resulta muy complicado acceder a parte de las personas en movimiento, muchas de las cuales escogen rutas poco transitadas y son cada vez más susceptibles de caer víctimas de las redes de tráfico de personas. Sabemos que muchas no tienen acceso a servicios básicos y que, en algunos casos, necesitan atención médica y psicológica urgente.
Rompecabezas burocrático para obtener asilo
Las personas migrantes se hallan asfixiadas y desesperadas por un proceso extremadamente complejo y prolongado para solicitar asilo, no exento de cambios arbitrarios y repentinos, tanto en México como mediante el sistema CBP One estadounidense, así como por estrategias de desgaste por parte de las autoridades mexicanas que incluyen retornos forzosos, generalmente en autobuses, desde los tercios norte y central hacia localidades meridionales como Oluta, Villahermosa o Tuxtla.
Estas estrategias no solo no consiguen detener el fenómeno migratorio, a pesar de su énfasis en la contención del flujo, sino que dejan a las personas migrantes desprovistas de protección y expuestas a la violencia del crimen organizado y otros actores armados. Las autoridades, tanto en México como en EEUU y a lo largo del corredor migratorio latinoamericano, deben proporcionar vías seguras de migración y reforzar los servicios básicos disponibles, incluida la atención en salud y espacios donde descansar dignamente.
Tras un 2024 funesto, violento e inhumano con las personas en movimiento, esperamos que durante el año que pronto comienza, los nuevos Gobiernos de México, EEUU y los de otros países de la región respeten el derecho al asilo, los derechos humanos y reconozcan que hay una crisis enorme que no desaparecerá por sí sola. Solo este reconocimiento contribuirá a mejorar las condiciones médico-humanitarias de unas poblaciones en tránsito que huyen a lo desconocido, dejando todo atrás, en busca de bienestar y seguridad.