La tienda está vacía de clientes, y Dia’a, aburrido detrás de la caja, cambia su mirada, cada pocos segundos, entre la pantalla de su teléfono y el televisor que tiene unos metros más allá. En ella, el canal de noticias está encendido y, sobre un cartel de ‘última hora’ en letras rojas, el presidente ruso, Vladímir Putin, habla en directo sobre las líneas rojas de Moscú, sobre lo que Rusia no aceptará que la OTAN haga en Ucrania, sobre la imperiosa necesidad del Kremlin de responder a las provocaciones occidentales y de otras cuestiones cruciales para el mundo que ahora mismo le importan un comino a Dia’a, un joven de la región de Idlib.
Él está aburrido, a lo suyo, hundido en su teléfono mientras de vez en cuando despacha a algún cliente. «Los jabones están en el segundo pasillo a la izquierda», le dice y señala Dia’a a una mujer que acaba de entrar.
El chico tiene motivos para estar cansado y desconectado: hace unos días, mientras aún era miliciano de Hayat Tahrir al Sham (HTS), fue uno de los primeros que entró en Damasco a conquistarla mientras el entonces presidente sirio, Bashar el Asad, huía en avión en dirección a la capital rusa. Dia’a, dice, combatió en toda la ofensiva, liberó todo el país, y lo primero que hizo al llegar a la capital —la primera vez en su vida que la visitaba— fue postrarse ante ella, rezar a Dios y darle las gracias por haberle protegido.
Fotografías de Asad
«Y después fui directo al palacio de Asad. ¡Qué barbaridad!», exclama Dia’a, que se anima, ahora sí, y se incorpora en su silla. «Y, ¿sabes qué? Me llevé de allí un buen fajo de sus fotos. Mira», dice el joven, y de debajo de la mesa saca un puñado enorme de fotografías privadas del depuesto presidente sirio, de joven: Asad bailando. Asad, bajo el agua, marcando bíceps. Asad esquiando. Asad jugando con la nieve. Asad posando. Asad, Asad, Asad.
«Esto ahora es mi tesoro, aunque no sé qué voy a hacer con ellas. Incluso tengo el pasaporte antiguo de Hafez Jr. —el hijo de Bashar, que recibió el nombre de su abuelo, Hafez al Asad—. En los últimos años estuvo viajando por Brasil, China, Rumanía y Rusia…», continúa el chico: «¡La comida para bebés está allí al final!», le grita a otra señora.
Dia’a, como muchos de los combatientes de HTS, proviene de la región de Idlib, donde nació y se expandió la milicia que, liderada por Abu Mohammad al Jolani, gobierna ahora Siria. Hayat Tahir al Sham fue creada en 2017 como la unión de varias milicias, la más grande de las cuales era Jabhat al Nusra, la antigua filial de Al Qaeda en Siria.
En su creación, Jolani anunció que HTS había roto sus vínculos con la organización terrorista internacional, que acusó al hombre de crear una ‘fitna’ —una división o guerra civil— dentro de la organización.
En 2019, HTS consiguió expulsar a todas las demás milicias rebeldes de Idlib, y empezó ahí su dominio de la zona: su administración política, el Gobierno de Salvación Sirio (GSS), fue constituido a la forma de un Estado tecnocrático, cuya misión fue la de proveer servicios a los cerca de cinco millones de personas de la región.
Desde entonces, la milicia pasó de comportarse como una guerrilla a hacerlo como un gobierno, y durante los últimos años, además de contra el régimen de Asad, HTS ha luchado contra Hurrás al Din —la nueva filial de Al Qaeda en Siria— y el Estado Islámico (EI) en la zona. La lucha no fue siempre del todo efectiva: durante años, Abu Bakr al Bagdadi y su sucesor, Abu Ibrahim al Hashemi al Qurashi, estuvieron escondidos en Idlib, donde ambos murieron en dos operaciones estadounidenses independientes.
«El secreto de nuestro éxito en la administración en Idlib ha sido la experiencia que hemos tomado durante todos estos años. Hemos tenido muchas crisis, como el coronavirus, los constantes bombardeos de Rusia y Asad, el terremoto de 2023… y nuestro gobierno se demostró como una administración en la que se puede confiar. Incluso estando en una zona de guerra, intentamos desarrollar el área, proveer a la población de servicios», explica Muhammad al Asmar, jefe de comunicación internacional del GSS.
Territorio libre
La diferencia es enorme. En Idlib, en comparación con las zonas antes controladas por Asad, todo es más bullicioso, está más lleno. La gran mayoría de tiendas y comercios en Alepo, por ejemplo, están medio destruidos, medio vacíos —porque el vaso medio lleno es para quien se lo puede permitir—. Idlib es un mundo aparte.
Allí hay de todo: coches enteros y —sobre todo— por partes, lavadoras, materiales de construcción, cristales, herramientas, restaurantes, casas de cambio con dólares y liras turcas, motocicletas y bicicletas, productos de electrónica, teléfonos inteligentes y electrodomésticos varios. Todo proviene del mismo sitio: la frontera con Turquía, unos kilómetros más allá. No hace falta preguntar por la forma —contrabando o legalmente— a través de la cual llegan los productos.
En las antiguas regiones de Asad, las sanciones, la corrupción y un Gobierno cuyo único objetivo era mantenerse en el poder y extraer el máximo posible de ello dejaron el lugar en una depresión infinita. Si en toda Siria tan solo hay dos horas de electricidad al día, en la ciudad de Idlib, tan solo hay dos horas al día en las que la luz no funciona.
«La vida aquí nunca ha sido fácil. Los bombardeos constantes eran una pesadilla, y muchos somos pobres y no podemos permitirnos el combustible para calentar nuestras casas. Pero siempre hemos estado muy contentos con HTS. Han tratado bien a la población; nos han cuidado», dice Sarir, una habitante de Idlib.
La región ha estado poblada por cerca de dos millones de desplazados internos por el conflicto sirio. Gran parte de los habitantes de Idlib —los que están fuera de la ciudad— vive en tiendas de campaña en campos de refugiados insalubres y sin servicios. Muchos de ellos, ahora, esperan volver a sus antiguas casas. Pero tras más de una década en guerra, casi nadie tiene adónde ir.
Un modelo a exportar
Desde su toma total de Idlib en 2019, HTS y su GSS han estado gobernando la región a través de la ‘sharía’, la ley islámica, con consejos de hombres de la región —académicos, ingenieros, jefes de pueblos, comerciantes— que legislaban y elegían a los integrantes de la administración local. Estos consejos, por supuesto, estaban todos formados por hombres: Idlib es una región tradicional y conservadora, y por sus calles se ven pocas mujeres. Las que salen de casa lo hacen siempre tapadas con hijabs o niqabs.
«El sistema con el que hemos gobernado Idlib no será exportado a toda Siria. Gobernar Idlib es distinto a gobernar todo el país. Cuando solo gobernábamos aquí estábamos en guerra, había bombardeos y la situación era difícil. No podíamos hacer unas elecciones públicas. Pero ahora Siria es más estable y está mucho más lista que antes para poder vivir un proceso electoral público. Los futuros líderes del país serán escogidos a través de elecciones», dice Al Asmar.
«Y sobre la cuestión del velo y la ‘sharía’… Cada región de Siria tiene sus propios hábitos y tradiciones, y la gente seguirá tal y como quiera, tanto aquí como allí. Nosotros no vamos a imponer ninguna restricción a nadie«, añade el jefe de comunicación del Gobierno de Salvación.
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