A un mes de abandonar la Casa Blanca, el todavía presidente de EEUU, Joe Biden, ha fijado este jueves un nuevo objetivo para la lucha contra el cambio climático: quiere reducir para 2035 las emisiones de gases de efecto invernadero entre un 61% y un 66% respecto de los niveles de 2005. La Administración saliente defiende que los objetivos deberían ser alcanzables incluso aunque su sucesor en el cargo, el republicano Donald Trump, dé un volantazo en la dirección contraria. La expectativa de los demócratas es que el legado de políticas públicas e inversiones les sobreviva y siga dando frutos tras su marcha.
Al establecer este objetivo, Biden cumple con los ‘deberes’ que tienen todos los firmantes de los Acuerdos de París: cada país debe entregar a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático sus nuevos planes nacionales de acción por el clima antes de que venza el plazo en febrero del próximo año. El nuevo objetivo supone un paso adelante más ambicioso que los objetivos vigentes, que fijaron la reducción de entre un 50% y un 52% para 2030 con respecto a los niveles de 2005. La finalidad última de las llamadas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) es limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados centígrados.
«Nuestras inversiones bajo esta Administración son duraderas y seguirán dando dividendos para nuestra economía y nuestro clima en los años venideros, permitiéndonos establecer un objetivo ambicioso y alcanzable para 2035″, dijo John Podesta, asesor principal de Biden para la política climática internacional. Las principales medidas por las que el Gobierno saca pecho son las introducidas bajo la Ley de Reducción de la Inflación y el proyecto de ley de infraestructuras en la descarbonización de la economía y las políticas de los estados que abordan el cambio climático. «Confiamos en la capacidad de Estados Unidos para unirse en torno a este nuevo objetivo climático», dijo Podesta, y añadió que, aunque Trump «puede poner la acción climática en un segundo plano, el trabajo para contener el cambio climático va a continuar en Estados Unidos».
Los volantazos del país más contaminante
Esta decisión se suma al complicado vaivén de Estados Unidos, el mayor emisor de la historia, de los acuerdos climáticos internacionales. En 2015, durante la cumbre de París, el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, se sumó oficialmente al Acuerdo de París y confirmó su compromiso para recortar un 32% sus emisiones para 2030 respecto a los niveles de 2005 y, a su vez, impulsar un rápido despliegue de las renovables. En 2017, a su llegada a la Casa Blanca, Trump ordenó retirar a EEUU de este pacto internacional, una orden que se ratificó entre 2019 y 2020. En 2021, tras la victoria de Biden, el demócrata firmó una orden ejecutiva en su primer día en la presidencia para volver a entrar en la alianza climática. También anunció un plan para recortar las emisiones estadounidenses un 50% para 2030.
En los últimos años, Estados Unidos ha mantenido un perfil relativamente bajo en encuentros como las cumbres del clima en los últimos años y apenas ha dado algún paso significativo para aumentar la ambición de sus medidas de recorte de emisiones. La única novedad relevante de los últimos años fue el inesperado pacto bilateral con China, el mayor emisor actual, en el que ambos países se comprometían a reducir sus emisiones de metano, uno de los gases de efecto invernadero, y dejar atrás su consumo de carbón, uno de los combustibles más contaminantes. Sin embargo, a diferencia de los pactos internacionales, este compromiso no es legalmente vinculante ni establece metas claras sobre cómo, cuándo y cómo se va a cumplir.
Los analistas creen que, aunque los EEUU de Trump terminen por no cumplir los objetivos del clima fijados por su predecesor, la mera renovación del compromiso en los últimos meses de la Administración Biden podría «mandar una señal al mundo» sobre cuál es la dirección que hay que tomar para hacer frente al cambio climático. En la última cumbre del clima, celebrada en Bakú, los senadores demócratas Ed Markey y Sheldon Whitehouse se posicionaron en esta misma línea y afirmaron que, pase lo que pase, «debemos ser optimistas con las políticas climáticas de Estados Unidos», ya que, en su opinión, «nada va a detener la revolución que ya hay en marcha». Estos dos senadores demócratas argumentaron que «la revolución de las renovables» seguirá avanzando por tratarse de «una inversión estratégica» para el país. También afirmaron que la mayoría de decisiones en materia climática se toman a nivel estatal y que confiaban en que los gobiernos regionales se mantendrán «en el rumbo correcto«.