Nadie diría que por este lugar haya pasado una guerra. Las calles de Baalbek, una de las principales ciudades del este del Líbano, están a rebosar. Mujeres y niños apuran las últimas horas del sol para hacer todo tipo de compras. Todos y cada uno de los comercios están abiertos. Sólo aquellos completamente destruidos por los misiles israelíes no atienden al público. La vida tiene que seguir, pese al miedo. «Pero esto no va a durar, no podemos confiar en Israel», reconoce Mariam, detrás del mostrador de una tienda de ropa. «Yo estoy aterrada, tengo muchísimo miedo», confiesa sincera a este diario, temiendo que ese alto el fuego se mantenga inestable y breve.
Cada día de tregua, declarada el 27 de noviembre, Israel ha atacado el Líbano. Por el momento, ha habido 248 violaciones del alto el fuego, la mayoría por parte de Israel. Durante la primera semana del acuerdo entre Israel y Hizbulá, las agresiones del Estado hebreo mataron a 11 personas en todo el país de los cedros. Ahora, en el primer mes de tregua, al menos 30 personas han muerto por todas las violaciones del acuerdo y unas 36 han resultado heridas en todo el Líbano. Por el momento, la milicia chií respondió el 2 de diciembre con el lanzamiento de dos proyectiles que cayeron en zonas abiertas. Nadie en Baalbek confía que esta paz temporal aguante los 60 días acordados.
Casi un millar de muertos
Mariam pasó oculta los dos meses de brutal guerra en su ciudad. «Nos encerramos en casa y lo oímos todo: los aviones sobrevolando, los drones atacando…», reconoce esta joven, cuyo hogar se libró de la violencia. El edificio de al lado del suyo no tuvo la misma suerte. A lo largo de los 11 meses previos de conflicto de baja intensidad, la región de Baalbek en el valle de la Becá, conocida por ser un importante feudo de Hizbulá, no sufrió los constantes ataques israelíes que se cebaron con el sur del país. Pero, tras la escalada bélica iniciada el pasado 23 de septiembre, eso cambió de forma trágica. Muchos bombardeos llegaron sin aviso previo, arrasando a gran parte de la población civil de la zona.
Al menos 940 personas han muerto en la región de Baalbek-Hermel y 1.520 resultaron heridas, según su gobernador Bachir Khodr, como resultado de los 1.260 ataques aéreos en la provincia. Este casi millar de víctimas mortales supone casi una cuarta parte de la cifra de muertos anunciada por el Gobierno libanés antes de la entrada en vigor del alto el fuego. A finales de octubre, las órdenes de evacuación israelíes obligaron a huir a más de 50.000 personas de Baalbek y alrededores. Maher el Jebbeh, de 30 años y oriundo de Baalbek, no tuvo más remedio que escapar. «Nos fuimos a Beirut donde tuvimos que alquilar una casa por 800 dólares al mes y pagar cuatro meses por adelantado«, explica a EL PERIÓDICO retratando el caos que vivió.
Pobreza entre la Historia
Junto a Akkar, en el norte del Líbano, el valle de la Becá es una de las regiones más empobrecidas del país. Además, la llegada de refugiados sirios en la última década ha supuesto una presión adicional a la zona, que ha debilitado sus frágiles infraestructuras y servicios. El Banco Mundial estima que, mientras la tasa de pobreza en el resto del Líbano se mantiene alrededor del 44%, en Baalbek alcanza el 60%. «Esa es una de las razones por las que la mayoría de gente de aquí no se ha podido ir, ya que no tenían dinero para alquilar otro sitio, y, a su vez, no tenían nada para protegerse de las bombas porque nadie sabía dónde el dron o el avión atacaría», reconoce Maher. «No hay palabras que puedan describir la situación a la que se enfrenta la gente aquí», añade, frente a las ruinas milenarias de su ciudad.
Baalbek tiene una historia que se remonta a al menos 11.000 años atrás, pero fue en el periodo romano cuando verdaderamente floreció. La prueba está en los múltiples templos –Júpiter, Venus y el impresionante Baco– perfectamente conservados que admira Maher desde la ventana de su casa, esa a la que no creía poder volver. Las ruinas de Baalbek son uno de los yacimientos arqueológicos mejor preservados de todo Oriente Próximo. «Si Israel tuviera la oportunidad de ocupar nuestra tierra, lo haría, porque creen que este territorio y nuestro patrimonio les pertenece por derecho divino«, denuncia Maher.
Bastión histórico de Hizbulá
Más allá de la importancia comercial y turística que tiene la zona, las múltiples banderas amarillas y verdes que coronan los escombros frente al yacimiento arqueológico indican la extendida presencia de Hizbulá. Fue en esa planicie donde nació el movimiento de resistencia en 1982. A su vez, el valle de 182 kilómetros de longitud, que limita al oeste con el Monte Líbano y al este con el Antilíbano, es un corredor estratégico que lo conecta con sus aliados en Siria, Irak e Irán. Los elevados niveles de pobreza, que han aumentado en los últimos años de brutal crisis económica, lo han convertido en un terreno fértil para reclutar a jóvenes con pocas perspectivas laborales para librar la resistencia contra Israel.
Además, ante la ausencia de servicios gubernamentales, Hizbulá ofrece un amplio sistema de bienestar social, que cuenta con centros educativos, hospitales y clínicas. «No creo en los ideales de Hizbulá, pero sí que entiendo su causa«, defiende Maher. «Israel es nuestro enemigo: nos robaron nuestra tierra, Palestina, y mataron a nuestro pueblo, porque somos árabes y creemos que somos una sola cultura, una sola sociedad» junto a los palestinos, añade. «Nunca haremos una paz verdadera con Israel; aunque el Gobierno haga un trato con ellos, como sociedad, nunca lo haremos«, defiende este joven arquitecto con convicción.
«Es trabajo del Gobierno»
«No queremos vivir una vida condenada a la guerra perpetua; la gente libanesa no está a favor de la guerra», afirma Mariam, desde detrás del mostrador de la boutique en la que trabaja. La joven reconoce que, en los últimos dos meses, su prima no se ha atrevido a salir de casa por miedo. Pero, pese al temor, toca enfrentarse al mañana. El Banco Mundial, en una evaluación preliminar, estimó que más de 99.000 viviendas han resultado total o parcialmente dañadas, con un coste estimado de 2.800 millones de dólares. «Toda la reconstrucción la tiene que hacer el Estado, no la ciudadanía, aunque ya tenemos claro que este Gobierno en bancarrota no se hará cargo de ello», dice Mariam.
En el Líbano, antes de la guerra, una de cada tres personas era pobre. En Baalbek, aún más. Ahora, esa cifra habrá aumentado. Por eso, a los libaneses, y, sobre todo, a aquellos más paupérrimos del valle de la Becá y Baalbek, sólo les queda esperar a algo parecido a un milagro. «Tendremos que confiar en la generosidad de los demás pero ya te digo yo que, si fuera millonaria, no invertiría todo mi dinero en un trabajo que tiene que hacer el Gobierno», concluye Mariam sin miedo.
Suscríbete para seguir leyendo