Laia Sanz (Corbera de Llobregat, 1985) no pierde nunca esa mirada de ilusión. Es nombrar el Dakar, que correrá por 15º vez este año (3-17 de enero en Arabia Saudí), y algo en ella se ilumina. Pese a los miedos y las dudas, la emoción por volver al desierto pasa por encima.
Quedan pocos días ¿Cómo los afronta?
Me encuentro muy bien con la preparación física. La enfermedad de Lyme [la sufrió la piloto en 2020 por la picadura de una garrapata] está quedando cada vez más atrás. Y la verdad es que este año he podido entrenar mucho y volverme a sentir deportista de verdad. Llegamos a este Dakar sin haber rodado con el coche. Obviamente, nos gustaría haber hecho kilómetros, alguna carrera, pero al mismo tiempo me siento bien. He evolucionado mucho como piloto de coches. Conozco muy bien el coche del año pasado. Es el primer año que repito con el mismo. Seguro que ayudará. Tengo muchas ganas.
Es una carrera que no tiene paciencia con nadie. La exigencia es muy alta desde la primera etapa.
Los primeros días seguramente nos lo tengamos que coger con un poco más de calma para reencontrarnos con las sensaciones. Por suerte, el Dakar es muy largo y los primeros días ya habrá una criba por la etapa de 48 horas.
En poco finaliza el trabajo de todo un año. Cuando termina el Dakar ya piensa en el siguiente. Pero, ¿qué se siente cuando se cruza la meta?
En moto era una liberación de decir: ‘¡Por fin!’. En coche, en cambio, es: ‘¿Ya se ha terminado?’. Se hace muy corto el Dakar, por eso quiero disfrutarlo y vivirlo a tope.
¿No se da un respiro?
Cuando iba con la moto intentaba no pensar en ella durante un mes, porque acababa aburrida. Con el coche, el segundo día ya estaría corriendo. Por tanto, ya comienzas a pensar en seguida. Además, con el coche toca trabajar un montón de tiempo, porque son presupuestos más grandes y es más complicado.
¿Con el paso del tiempo es más fácil que este proyecto económico funcione?
Es difícil, y además no es un momento fácil en general. Creo que al final, después de haber demostrado tanto durante tantos años, soy una garantía. He acabado todos los Dakar y eso también es positivo. También el hecho de que todo lo que he ido haciendo ha salido bien. He podido hacerlo bien en Enduro, en Trial, en Dakar, en moto, ahora en coche, en el ExtremeE. Por lo tanto, yo espero ir teniendo oportunidades. Obviamente, tendré que luchar mucho, pero estamos en el camino y con muchas ganas de hacerlo.
¿Y no se le pasa por la cabeza volver a la moto?
Ni de coña. El Dakar, no. Algún año sí me gustaría hacer un mundial de Enduro o de Trial. No le diría que no. Pero en un Dakar, totalmente descartado.
¿Qué conocimientos ha adaptado de la moto al coche?
Todos. A conocer la carrera, sobre todo. Los que venimos de la moto leemos muy bien el terreno, porque al final nuestra vida está en juego. Hay mucha gente que comienza con el coche directamente y, bueno, si arrancas una rueda no pasa nada. Pero es que con la moto eres tú quien recibe los golpes. Yo creo que por eso cuidamos tanto el coche, vigilamos mucho, conocemos mucho la arena, sabemos viajar por el terreno. Quizás más que la gente que viene directamente del coche.
Son dos maneras de vivir el Dakar totalmente distintas.
La moto es mucho más peligrosa, pero también tienes más sensación de libertad. Vas sola, totalmente, y eso lo hace diferente. La satisfacción de cuando encuentras un waypoint difícil en moto es muy guay. Pero el coche también tiene su parte positiva, que es que lo compartes con alguien. Acabas teniendo mucha relación y es importante que te lleves bien porque compartes las 24 horas del día dentro y fuera del coche. Tiene que confiar en ti y tú en él. Es una parte bonita, el compartir esta carrera. El coche tiene sus cosas distintas. Creo que es una muy buena manera de alargar la carrera. La experiencia previa de la moto ayuda muchísimo.
¿Cómo se prepara mentalmente?
No me preparo mentalmente nunca. Nunca lo he hecho.
Y cómo lleva los meses anteriores, donde hay angustia y dudas antes de la carrera.
En mi caso es difícil, porque con moto he vivido etapas donde tenía tres años de contrato y lo vives con un poco más de calma. Dices: ‘Si me voy a casa el segundo día, tengo la tranquilidad de que hay un proyecto a largo plazo». Yo no estoy en ese punto ahora, no es fácil. Estoy en el punto de escalar, que es lo que quiero, que también lo he vivido con moto y es presión. Ahora es: ‘Si me voy a casa el segundo día, ¿quién sabe si volveré el año que viene al Dakar?’. La gente lo ve muy bonito desde casa, pero no es fácil, hay mucha presión. Aunque la vivo de manera positiva. Siempre la he sabido llevar muy bien y no la he trabajado nunca. Una vez me pongo el casco, me olvido de todo y gas. Que pase lo que Dios quiera. De hecho, los años en que más he apurado y que más presión he tenido son cuando lo he hecho mejor. No es una cosa que piense cuando esté allí. El «no la líes el primer día». Hay más nervios los últimos meses de cerrarlo todo. Una vez estoy allí, cuando me subo al avión, es decirme… ‘¡Qué descanso!’. Y ahora viene lo bueno, ahora viene la parte de disfrutar.
Quince Dakars no son pocos. Ha vivido momentos muy difíciles allí. ¿Por qué volver?
En moto era más fuerte la experiencia, porque me encontraba más cosas desagradables. Vivías esa parte más dura. Pero yo sigo teniendo muchísimas ganas de ir y estaría todo el año corriendo en coche, porque me gusta. Hace que te superes, pasar unos límites que van mucho más allá de lo que tú te imaginas. Todos volvemos, es una adicción.
¿A la adrenalina?
¡Seguro! Y a la velocidad; al final, un poco al riesgo. También es una aventura, no solo a nivel deportivo, sino en general. Te pasan mil cosas, vives muchos momentos. Son esos ingredientes que hacen de esta carrera un momento muy especial y diferente.
Parece todo muy bonito, pero dentro del coche también se viven momentos de tensión.
Hay mucho estrés, pero he encontrado la persona. Será el cuarto Dakar que haga con Maurizio Gerini. Yo confío en él, él confía en mí. Obviamente hay momentos de tensión, no nos engañaremos. O él se equivoca o yo me equivoco. Hay un momento de cuatro gritos en el coche, pero no nos hemos discutido. Nos respetamos mucho. Además, creo que ayuda el hecho de que yo sepa lo difícil que es navegar. Entonces, cuando él me dice que afloje o pare, yo lo entiendo. Que esto, para los pilotos que vienen de los coches, les es más complicado de entender. Como sé navegar, tengo paciencia en este sentido. Nos entendemos muy bien, es un tío muy positivo. Bajas del coche y te hinchas a reír. Todo esto ayuda. Por muy buen copiloto que fuera alguien, si no tuviera un poco de ‘feeling’ y amistad, porque al final acabas haciendo amistad, sería muy insoportable estar 15 días conviviendo en el coche y después en el’ motorhome’ las 24 horas.
Más allá de la carrera hay muchas cosas que hacer. No es correr y desentenderse del coche.
Sé que estos 15 días son 100% para la carrera. Llega el final del día y tienes que hablar con el ingeniero, decirle todo lo que ha pasado en el coche. Pero también tenemos un rato para desconectar y hablar de nuestras cosas. No es todo el día pensando en la carrera, pero luego llegas vivac y tienes trabajo que hacer. Y lo tienes que terminar lo más rápido posible para descansar, además de hablar con el equipo y con los mecánicos. Una vez hecho esto, puedes relajarte un poco. Preparas tus cosas y después intentas descansar. Con coche es un poco más relajado. Con moto era todo más estresante, había menos tiempo para descansar. Tener a un copiloto te permite delegar un poco.
¿Tiene supersticiones?
La medalla de mi abuela, que esto es sagrado. Si no la llevo, mal. Pero más allá de eso, no tengo manías.