Las redes sociales se desregularizan: Facebook e Instagram van a dejar de tener verificadores de datos y delegarán la moderación de contenidos en manos de los propios usuarios para que se autogestionen. La reciente decisión de Mark Zuckerberg, propietario de Meta, la empresa matriz que engloba también Whatsapp, sigue los pasos de Elon Musk con X (antes Twitter) y marcan un cambio de dinámica global ya que, entre los dos magnates, copan la práctica totalidad del mercado, solo rivalizados por TikTok.
«El poder conseguido por Elon Musk con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha obligado a reposicionarse a los gigantes tecnológicos, antes reticentes a Trump«, explica a EL PERIÓDICO Carme Colomina, investigadora del CIDOB, el centro de investigación en relaciones internacionales de Barcelona. «En EEUU hace tiempo que se ha polarizado el debate sobre qué es libertad de expresión y qué es censura. Y el debate llega a una Europa dividida en la que los estados miembros no se ponen de acuerdo», añade.
A continuación, cinco claves para entender el impacto de la desregulación de las redes sociales, que va de lo social y a lo geopolítico:
«Vamos a deshacernos de los verificadores de contenido y a sustituirlos por un sistema de ‘notas comunitarias‘ similar al de X (antes Twitter)», dijo Zuckerberg en su vídeo comunicado.
Imitando sin tapujos a Elon Musk, la propuesta consiste en que algunos usuarios verificados pueden añadir advertencias y contexto a las publicaciones más polémicas. Este sistema maximiza la eficiencia, una de las obsesiones de Musk, que dirigirá durante la próximoa Administración estadounidense un nuevo departamento creado por Donald Trump llamado Área de Eficiencia Gubernamental.
Pero las ‘notas comunitarias‘, si bien ahorran a la empresa personal y dinero, pueden generar otros problemas. Por un lado, no todos los usuarios pueden añadir esas anotaciones, solo los que se han postulado previamente como colaboradores y que, tras un proceso interno, han sido autorizados por la propia red social. Por otro lado, no todas las publicaciones son verificadas, sino que solo las que más se viralizan.
«Vamos a volver a nuestros orígenes y a centrarnos en reducir los errores, simplificar nuestras políticas y restablecer la libertad de expresión«, argumenta Zuckerberg en su video comunicado. Esa alusión a la residencia universitaria de Harvard donde se concibió Facebook devuelve a las intenciones originarias de conectar a amigos online, pero también denota nostalgia por la ausencia de regulaciones.
«Esa vuelta a los orígenes es falsa. El uso del algoritmo se ha pervertido y el debate se ha polarizado. Aunque se levantaran todas las regulaciones, las redes no serían las mismas que en origen», argumenta Colomina, experta en desinformación.
Hasta hace poco, Meta sacaba pecho por las 40.000 personas trabajando en su departamento de seguridad y protección, en el que decía haber invertido más de 20.000 millones de dólares desde 2016. Los despidos supondrán, sin duda, un ahorro.
«Los verificadores de datos se han vuelto muy políticamente tendenciosos«, señala Zuckerberg, y se justifica: «Después de que Trump fuera elegido por primera vez en 2016, los medios tradicionales han escrito sin parar de cómo la desinformación es una amenaza para la democracia. Intentamos, de buena fe, abordar estas preocupaciones, sin querer convertirnos en árbitros de la verdad«.
Los moderadores han sido el centro de la polémica durante años por sus condiciones laborales, sometidos a vídeos violentos que les han causado estrés postraumático y le han valido a Meta una demanda colectiva en curso. Pero Zuckerberg desacredita ahora el sistema que había defendido como un sacrificio necesario de unos pocos asalariados para evitar que estos contenidos lleguen a los usuarios. Ahora, se han convertido en el chivo expiatorio como parte del acercamiento de Zuckerberg al presidente electo, con quien fue a cenar a Mar-a-lago recientemente.
«Vamos a detectar menos cosas malas«, admitió Zuckerberg, que matizó que no dejaría de tomarse en serio «muchas cosas legítimamente malas que hay ahí fuera, como drogas, terrorismo o explotación infantil«.
Hace apenas un año, Zuckerberg compareció ante el Congreso de EEUU para tratar de convencer a los legisladores de que Facebook e Instagram eran un lugar seguro, en particular para los menores. La presión social que le llevó a ese punto fue un movimiento de padres cuyos hijos se suicidaron tras ser expuestos de forma sistemática a contenido sobre cómo quitarse la vida, alimentado por un algoritmo adictivo.
«Las nuevas medidas podrían tener consecuencias nefastas para muchos niños y jóvenes«, dijo en declaraciones a medios Ian Russell, padre de una adolescente de 14 años que se quitó la vida tras ver miles de imágenes que promovían el suicidio y las autolesiones en Instagram.
Cuando Carme Colomina señala «la división de los Estados miembros (de la UE) en su relación con el dueto Trump- Musk» se refiere a contrastes que han quedado patentes esta misma semana. El presidente francés, Emmanuel Macron, y el primer ministro británico, Keir Starmer, han acusado a Musk de interferencia electoral por la propagación de desinformación.
«Hace 10 años, ¿quién habría imaginado que el propietario de una de las mayores redes sociales del mundo estaría apoyando un nuevo movimiento reaccionario internacional e interviniendo directamente en las elecciones, incluso en Alemania?», dijo Macron, en referencia al país germano, que acudirá a las urnas este febrero.
Mientras tanto, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha viajado a la mansión de Trump en Mar-a-lago y ha anunciado que su Gobierno está negociando un acuerdo para usar tecnología espacial de Space X, propiedad de Musk, causando una oleada de rechazo y preocupación en Bruselas, consciente de la falta de frente común.
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