Nicolás Maduro jura este viernes como presidente hasta 2031 ante una muy amable Asamblea Nacional (AN) y con el acompañamiento de una mínima y testimonial presencia de delegaciones internacionales. Seis años son una eternidad en la región y mucho más en una Venezuela que acumula 12 años de un conflicto interno con alzas y bajas que convierten a este 10 de enero en algo más que una efeméride institucional: se trata de un acontecimiento político que reactiva la confrontación con intensidad y pone a prueba la fortaleza del madurismo frente a una presión que excede las fronteras de ese país.
Las vísperas fueron previsiblemente electrizantes. Las ciudades se convirtieron otra vez en territorios de disputa y el Estado exhibió, una vez más, su poder explícito y también velado de intimidación. María Corina Machado estuvo en el centro de un confuso episodio: la oposición sostiene que fue interceptada por agentes y obligada a grabar una declaración. El Gobierno la acusa de hacer teatro con el propósito de tensar más aún la situación. El incidente provocó lo inusual en la política: la convergencia en la condena de Donald Trump y el presidente chileno, Gabriel Boric, además de gran parte del espectro conservador que llegó a reclamar a Washington una «intervención humanitaria» en Venezuela, una manera elegante de llamar a la invasión militar.
Con el eco de ese episodio, flota en el aire caraqueño la pregunta sobre lo que sucederá en la AN y, especialmente, «el día después» al 10 de enero. Los analistas se inclinan a estimar que el autollamado «presidente obrero» controla los hilos de la situación en virtud lo que él mismo llama la «perfecta fusión» entre el Gobierno, las Fuerzas Armadas y la Policía.
El rito de la jura podría sin embargo ser alterado con el aterrizaje de Edmundo González Urrutia para reclamar el derecho a iniciar su presidencia por haber ganado las elecciones, como suele repetir, por 30 puntos de diferencia. Ese escenario ideal para la oposición tendría las características de un milagro disruptivo, capaz de desencadenar energías sociales superiores a las existentes. La expectativa mediática de un retorno de visos religiosos, el de un líder que baja desde el cielo para restaurar un orden perdido, no guardaba en las últimas horas correspondencia con la verdadera relación de fuerzas. Machado, la diseñadora de la hoja de ruta de la oposición, ha apostado el capital político acumulado en los últimos dos años. Su carta solo podría triunfar si las Fuerzas Armadas se dividen. Ese horizonte no está a la vista.
Desgaste y frustración
«Nos vemos pronto en Caracas», dijo González Urrutia este último jueves en República Dominicana. El significado de «pronto» en la actual coyuntura es ambiguo y la posibilidad de una nueva frustración del antimadurismo estaba latente. El ministro del Interior y Justicia, Diosdado Cabello, advirtió que el candidato opositor será detenido si se atreve a pisar suelo venezolano. También dijo que podría realizar un simulacro de jura fuera del país.
El politólogo Pablo Andrés Quintero dijo a la revista digital ‘Tal Cual’ que el Gobierno «está jugando al desgaste físico y emocional» de sus adversarios. El madurismo, sostiene Rafael Uzcátegui, autor de ‘La rebeldía más allá de la izquierda. Un enfoque post-ideológico para la transición democrática en Venezuela’, «parece condenar a la población venezolana a la rebelión. O a la migración forzada. Veremos, en las próximas semanas, cuál de las alternativas, o alguna variante híbrida, se impone». Por el momento, aquellos que rechazan a Maduro se han fijado un límite de expresión: no quieren arriesgar su vida. La amenaza punitiva tiene sus efectos.
Maduro ya contempla que González Urrutia permanecerá fuera del país para ser un «Guaidó 2.0», en alusión al diputado que en enero de 2019 se autoproclamó «presidente encargado» con el respaldo de la Administración de Donald Trump, parte de la Unión Europea (UE) y América Latina y que, tras varios intentos de desestabilizar al Palacio de Miraflores, redujo su capacidad de convocatoria a la insignificancia.
El factor Trump
El «día después» a los modestos fastos en la AN está asociado a lo que ocurrirá en Estados Unidos a partir de la vuelta de Trump a la Casa Blanca. González Urrutia se ha visto en Washington con el futuro asesor en Seguridad Nacional, Michael Waltz. La foto compartida permite inferir un interés especial del magnate republicano en la cuestión venezolana. Después de expresar sus sueños inconfesables en relación con el canal de Panamá, Groenlandia y Canadá, Trump deberá fijar su posición sobre Venezuela y lo insólito, sugieren algunos analistas, puede transformarse en sentido común para el multimillonario. Por lo pronto, el jueves tuvo palabras elocuentes para referirse al enigmático caso Machado.»La activista por la democracia venezolana y el presidente electoestán expresando pacíficamente las voces y la VOLUNTAD del pueblo venezolano con cientos de miles de personas manifestándose contra el régimen. La gran comunidad venezolana-estadounidense en los Estados Unidos apoya abrumadoramente una Venezuela libre, y yo los apoyo firmemente». No hubo «cientos de miles» en las calles del país sudamericano, pero a Trump ese detalle no le importa. Ya ha enviado una señal y todos la entendieron.
Durante la crisis de 2017, en medio de más de 100 muertos durante los enfrentamientos, Maduro convocó a una Convención Constituyente que nunca redactó una Carta Magna: solo buscó funcionar como un contrapoder de una AN que estaba en manos opositoras. Ahora, quiere reformar la Constitución. Dijo que su primer decreto buscará promover esos cambios para «definir con claridad el modelo de desarrollo de los próximos 30 años» y generar nuevas normativas para «salirle al paso» a acciones «violentas» que pudiera llevar a cabo una oposición con la cual, sostuvo Maduro, se ha sido «benévola».
La jornada del 10 de enero encuentra a Maduro frente a una evidencia: la región le ha dado la espalda o es representada apenas por sus embajadores, como el caso de Brasil, Colombia y México. De China, Rusia, Irán y Turquía llegaron delegaciones que en ningún caso incluyen a figuras de alto nivel político. Pero el «presidente obrero» tuvo al menos una alegría: la presencia en Caracas del secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep), Haitham Al Ghais. «Estamos aquí para apoyar al Gobierno. Estar con ustedes aquí en Venezuela es una parte importante para nosotros», dijo. La década madurista mostró un precio promedio del barril de crudo más alto de todos los períodos presidenciales anteriores en Venezuela, incluso por encima de la cotización media en tiempos de Hugo Chávez, con los meses excepcionales de 2008, cuando se llegó a 120 dólares en los mercados internacionales. Esos beneficios penden de un hilo. Si las sanciones norteamericanas vuelven al ruedo, la economía venezolana puede enfrentar tormentas que el Gobierno ha dado por superadas.