Nada hacía presagiar que la tragedia le iba a obligar a olvidar tan pronto sus recientes vacaciones de Navidad. La española Raquel Folgado acababa de regresar el domingo de Abejera (Zamora), su pueblo natal, para pasar estas fiestas con su familia, y tan solo un día después comenzaba un auténtico infierno. Esta investigadora vive desde hace años en California y en la actualidad reside en Pasadena, a solo tres kilómetros del incendio de Eaton, uno de los más devastadores.
«El lunes comenzamos a recibir alertas por vientos fuertes y elevado riesgo de incendios. Aquí la vegetación estaba muy seca, debido a la ausencia de lluvias en los últimos meses», analiza la zamorana, quien apunta que este mes de enero suele ser época de lluvias, «pero se registraban humedades relativas por debajo del 30%, debido a que los vientos que llegaron a la zona de Los Ángeles procedían del desierto», detalla.
Con todos estos ingredientes, ante cualquier posibilidad de incendio, este se podría propagar fácilmente, como finalmente ha ocurrido. «Se produjo el incendio de Pacific Palisade y la preocupación aumentó cuando el martes por la tarde se inició otro en el Bosque Nacional de Los Ángeles, una zona conocida como el cañón de Eaton, muy familiar para mí, porque está cerca de mi casa y suelo ir a hacer senderismo», señala la zamorana.
Sentir el humo
La cercanía del incendio hizo que también sintiera el humo que llegaba, «además de las fuertes ráfagas de viento, que duraron parte de la noche». Eso provocó que fuera imposible utilizar ningún medio aéreo d extinción. «En cierta medida, la situación me recordaba al tremendo incendio de mi tierra en la Sierra de la Culebra«, rememora.
Poco descanso al que siguió una nueva jornada «en la que tocó evaluar los daños y estar alerta por la posibilidad de tener que evacuar. En mi calle, vi dos árboles grandes caídos, además de ramas y trozos de tejados por todas partes», describe.
En la zona de Altadena ha habido cientos de propiedades afectados, con al menos cinco fallecidos. «Una vez que confirmé que mi distrito no estaba dentro de la zona de evacuación, pude presentarme en el trabajo para comprobar daños». Su labor como botánica investigadora en criopreservación la realiza en The Huntington.
«La noche anterior había habido cortes de energía que afectaron a los laboratorios y también tuvimos que lamentar la caída de algunos árboles dentro de los jardines», resume sobre cómo afectó este desastre a su lugar de trabajo, cuyas instalaciones estos días permanecen cerradas, solo con personal esencial. «Una vez evaluados los daños, estamos trabajando desde casa y saliendo lo menos posible para evitar respirar el humo, cenizas y partículas que están por todos lados», asegura.
En lugar seguro
A pesar de toda esta situación, la investigadora zamorana da las gracias «por estar bien y en un lugar relativamente seguro». Y es que los vientos no iban a remitir en lo que resta de semana, así que el peligro todavía está muy presente en la zona. «Actualmente, hay más de cien mil personas evacuadas, zonas sin luz ni agua y otras donde el agua no se puede utilizar debido a la pérdida de presión y acumulación de los escombros tóxicos procedentes de los incendios», explica.
La zamorana lleva varios años viviendo en California, pero asegura que es la primera vez que presencia fuegos de esta magnitud «en invierno, es algo inaudito», califica. «Aunque he vivido varios mega incendios cerca de Pasadena, ninguna se había propagado tan rápido a zonas residenciales», compara.
«Es brutal ver Los Ángeles como si fuera una zona de guerra», reconoce la zamorana, quien tiene su mano tendida. «Ahora toca levantarse y ayudar en todo lo que podamos a los compañeros que se hayan visto afectados», finaliza.