Y Diarra, un central que fue un amigo para el Girona, se convirtió en el mejor aliado de Solis. Estaba el partido en el tiempo añadido cuando el Alavés se estaba desesperando por los errores de Conechny que le tenían que haber dado el triunfo y se marchó, al final, con las manos vacías. Entonces, un centro de Arnau desde la banda derecha se transformó en una encerrona para silenciar Mendizorroza porque el defensa maliense se hizo un nudo con las botas y el balón.
Y de pronto, sin saber nadie la causa real, esa pelota, juguetona y caprichosa ella, caía en los pies de Solís, el último suplente al que había recurrido Míchel para despertar a un equipo que se tomó el partido tan a la ligera que transitó por la cornisa y no se despeñó de milagro. Acudió Solís para firmar el primer gol de su carrera que le da un tesoro a un equipo que ya se veía con el partido empatado en el mejor de los casos. Y perdido, si Conechny hubiera tenido puntería.
Un tiro a puerta, un gol
«Es un orgullo que ese balón me quedara ahí para marcar ese gol», comentó el jugador colombiano. «Me tocó a mí y otro día le tocará a otro compañero», añadía, reconociendo que «hemos extrañado la pelota». Y es que en ese encuentro, que acabó con un triunfo que le acerca a Europa, el Girona no solo extrañó la pelota sino que estaba enemistado con ella. Un tiro, el de Solis, un gol. Más eficacia, imposible.
Dominó desde el inicio el Girona. A las 10 minutos de partido ni rastro del Alavés, que jugaba en casa, pero se sentía como si estuviera en territorio enemigo. No pasaba ni del medio campo, refugiado en una estructura ultradefensiva para cerrar todos los caminos al equipo de Míchel. Tenía paciencia el Girona, además de que recobraba el espíritu en la presión que se había llevado por delante el denso calendario mezclando Liga, Champions, el precio del novato pagó, y hasta la fugaz Copa del Rey.
El enfado de Míchel
Al técnico de Vallecas no le gustaba, sin embargo, esa puesta en escena de su equipo, aunque desprendía personalidad y carácter. Se irritó Míchel porque un saque de esquina a favor del Girona -era el segundo en el cuarto de hora inicial- se transformó en la primera aproximación con cierto peligro, solo cierto, del Alavés. Aunque topó con la astucia defensiva del experto y sobrio Blind, esos jugadores a los que no se mide por su velocidad física sino por la mental. Y ahí él es uno de los mejores.
Salió Míchel con tres centrales (David López-Krejci-Blind) dejando el flanco derecho para Arnau, lateral e interior, a quien le correspondía conectar con Bryan Gil, el extremo. ¿Y en la izquierda? Pues, Miguel, el chico para todo. Los primeros problemas para Gazzaniga aparecieron en la frontera del minuto 20 cuando el Alavés, fiel a su estilo, poco importa quien esté en el banquillo (ahora es ‘Chacho’ Coudet’), vive feliz cuando cuelga balones al área. Da igual desde donde se centre. La clave es que la pelota llegue por el aire.
Tres lesiones en tres minutos
A ese dominio, real pero poco efectivo del Girona, no le acompañaba la sustancia necesaria. Tenía el control, pero no generaba ocasiones quedando en el balance de la primera hora un lejano, lejanísimo disparo de Krejci como único argumento ofensivo.
Como nada extraordinario sucedía en Mendizorroza lo más destacable fue que hasta dos jugadores del Alavés se tiraron al césped (Carlos Martín y Joan Jordán) porque se habían lesionado. Doble cambio obligado tuvo que efectuar Coudet a la media hora, algo inusual. La lista de caídos se amplió con Miguel, quien fue sustituido por Danjuma, modificando así la estructura táctica de Míchel. No en su dibujo, aunque sí en sus protagonistas. Llevaba el neerlandés minuto y medio en el campo y ya vio una tarjeta amarilla.
El VAR eliminó un penalti contra el Girona
Otra mala noticia para el técnico de Vallecas, quien ordenó calentar a dos futbolistas (Tsygankov y Oriol Romeu) cuando no se había acabado la primera mitad. Entonces, llegó una jugada caótica (m. 38) en la que Busquets Ferrer pitó un penalti que solo vio él. El VAR lo desautorizó con rotundidad porque ni Conechny lo había protestado, enfurecido consigo mismo porque su disparo, ya dentro del área pequeña, se había ido por encima del larguero.
Y todo ese caos nació en una intolerable pérdida en campo propio, demasiado cerca de Gazzaniga, que provocó un inmenso susto al Girona, con ese penalti que duró unos segundos y una tarjeta amarilla a Arnau. Todo invalidado por la tecnología. Lo mejor que le pudo pasar a Míchel y, por supuesto, a sus jugadores era llegar al descanso con el empate inicial, teniendo en cuenta el inexplicable bajón en el rendimiento.
Hasta le quitó el balón el Alavés, síntoma de ese declive, que no pudo ni evitar esa oportunidad de Danjuma en el tiempo añadido. La única realmente peligrosa de un Girona que se marchó al vestuario con un pobre balance en ataque. Dos disparos (cuatro hizo el equipo de Coudet) y ninguno a puerta. De ahí, el enfado de Míchel.
Intervino con urgencia en el vestuario el técnico del Girona. Sacó a Iván Martín, cuyo paso por el partido había sido fantasmal, sin rastro alguno, para colocar a Oriol Romeu arriesgándose, además, con esta decisión porque mantuvo a Yangel Herrera, a pesar de que tenía tarjeta amarilla. Pero emitía su equipo idénticas constantes vitales.
Los errores de Conechny
O sea, un Girona plano y estéril al que se le iban apagando las buenas vibraciones del arranque. Acabó mal la primera mitad e inició mal la segunda. Una hora de partido y cero tiros a puerta, símbolo de su inocencia y prólogo de su torpeza. Un córner a favor sacado de manera horrible por Danjuma desencadenó el contragolpe del Alavés que llevó a Conechny a quedarse, de nuevo, solo dentro del área pequeña.
Estaba solo. Sin nadie que lo intimidara. Tan solo que era gol o gol, pero el disparo del argentino se marchó, al igual que en la primera mitad, por encima del travesaño. Una jugada que retrató el desastre defensivo del Girona, salvado dos veces por la bota cuadrada del extremo argentino que desesperó, y con toda la razón del mundo, a Coudet. Y a todo el alavesismo.
Pasaban los minutos y el Girona se deshacía todavía más. Míchel cambió el insípido ataque -entraron Stuani y Tsygankov- para despertar a un equipo que se tiró a la bartola en Mendizorroza. No se supo si Jesús Owono, el meta internacional de Guinea Ecuatorial, que se estrenaba como titular con el Alavés por la lesión de Sivera, llevaba guantes. O ni los necesitó. Míchel también modificó el centro del campo con la aparición de Oriol Romeu y Solís. Pero, en realidad, nada cambió.
Fue mucho mejor el Alavés. Mucho mejor porque entendió lo que requería el partido, transformado en un misterio indescifrable para el Girona, que arrancó con Bryan Gil-Van de Beek-Abel Ruiz y acabó con Tsygankov-Stuani-Danjuma. Seis jugadores con aire ofensivo sostenidos, al final, por la mano de Gazzaniga quien repelió un venenoso disparo desde fuera del área de Conechny.
Y la mejor, e única, ocasión llegó a cuatro minutos cuando Stuani fue a la presión y asustó de tal manera a Owono que casi le cuesta un gol. Era la única hasta que Diarra montó un lío de tales proporciones que le dio un inesperado triunfo al Girona y la gloria por una semana para Solís.