Nibali y Roglic completan el podio con Carapaz

Terminada su prestación en la Verona calurosa, Jasha Sütterlin, sale de la Arena asolada, gladiador agotado, y debe sobrevivir montado en bici entre hordas de turistas sudorosos e indiferentes que invaden las aceras de mármol lujosas. Su mirada se ilumina cuando reconoce a un periodista. Se acerca y le pregunta: ¿he hecho el mejor tiempo? ¿He hecho el mejor tiempo? El periodista, frío como el hielo, le dice: no sé, yo solo estoy buscando una heladería.

El alemán, que termina un Giro excelente de gregario entregado a Richard Carapaz, tarda menos en enterarse de la fugacidad de su fama que el erguido, aunque más cargado de espaldas de lo que desearía, ciclista de pelo blanco llamado Francesco Moser, que pasea entre la gente deseando ser reconocido.

Nadie le para al tirolés que ganó su Giro justamente en una contrarreloj que terminaba en la misma Arena de Verona cubierta con una alfombra rosa en la que, con la ayuda de los helicópteros de la RAI que perturbaron el aire y la pedalada de Laurent Fignon, derrotó espectacularmente al francés por más de dos minutos. Ocurrió en 1984. Seguramente sería una crueldad inútil recordarle al feliz Richard Carapaz que dentro de 35 años nadie se acordará de él en la Verona en la que escribió por primera vez su nombre en el Infinito.

Carapaz, de 26 años, ecuatoriano del Carchi que emigró a los 15 años a Bogotá para hacerse ciclista, es el primero de su país que logra la victoria en alguna de las tres grandes pruebas por etapas. Se une al tenista Andrés Gómez, ganador de Roland Garros, y al marchador Jefferson Pérez, campeón olímpico en la trilogía de héroes deportivos del país andino.

La contrarreloj (victoria del tejano Chad Haga, pianista soberbio, defensor de la coma Oxford, y con un cuerpo marcado por las cicatrices del atropello que sufrió hace tres años junto a varios compañeros del Sunweb) dibujó el podio final. Lo completaron los dos principales favoritos cuando la carrera partió de Bolonia: el siciliano Vincenzo Nibali (a 1m 5s), de 34 años, quien deberá intentar otro año el récord de vencedor más viejo del Giro, y el esloveno Primoz Roglic (a 2m 30s), de 29, quien, como habían previsto los especialistas no encontró fuerzas la tercera semana para defender las grandes ventajas que había conseguido en las contrarrelojes del primer y noveno días.

Mikel Landa, el mejor español en la general, perdió el podio finalmente por 8s (ya lo perdió por 1s en el Tour del 17s) pero su cuarto puesto completa el magnífico Giro del Movistar, que también se impuso en la general por equipos y obtuvo dos etapas. Es el cuarto Giro de un grupo dirigido por Eusebio Unzue: dos los ganó Indurain (1992 y 1993) y los otros, dos ciclistas latinoamericanos, el colombiano Nairo Quintana (2014) y Carapaz.

Apoyado por siete compañeros jóvenes que han crecido con él, el ecuatoriano, que se define como el ciclista del frío y de la calma, se ganó tanto el liderazgo de su equipo como el liderato del Giro de una manera tan dulce e indolora como dicen que actúan las agujas de triple filo para las inyecciones intramusculares. Fue tanta su inteligencia táctica, su fuerza mental, como la fuerza de sus piernas, de dinamita cuando atacaron con violencia para ganar el Giro. Cuando en su propia tela de araña cayeron y quedaron pringosamente atrapados Roglic y Nibali, él les extrajo el jugo, todo el jugo, suave, dulcemente.

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