La ciudad marroquí de Casablanca se ha convertido en el cobijo de muchos chicos, menores de edad, que viven en la calle. Un precario refugio que, para Youssef, es un colchón metido entre varios bloques de cemento con unos plásticos que hacen de tejado. Vive en un descampado entre varios edificios y la basura que cubre la maleza. Tiene 14 años y hace nueve meses que vive en las calles de esta ciudad. Su difícil situación en casa y las malas influencias provocaron que dejara su hogar. Como en el caso de Youssef, todos los nombres de los menores y adultos que viven en la calle y aparecen en el reportaje han sido modificados para garantizar su protección.
Los motivos difieren, pero las consecuencias de los centenares de miles que viven en la calle son las mismas: una vulnerabilidad extrema explotada por otros adultos que se aprovechan, la mendicidad y, en muchos casos, la adicción a sustancias como la cola, que esnifan y les coloca hasta el punto de desconectarlos de la realidad.
Mostafa, junto a otros dos trabajadores de la asociación Bayti, cargan varias cajas de alimentos en su furgoneta y arrancan su recorrido nocturno semanal por la ciudad. Van parando en los puntos donde normalmente suelen estar. A muchos les conocen desde hace tiempo. Cuando llevan 20 minutos, se paran en el descampado para hablar con Youssef: «Es un nuevo sitio que acabamos de descubrir donde viven menores de la calle junto a adultos», explica Mostafa. «Normalmente, duermen en espacios como estos, que están escondidos y protegidos por muros o vallas, también en casas abandonadas».
Oleadas de población rural
Casablanca, con más de cuatro millones de habitantes, es la ciudad más grande de Marruecos y ha crecido con las oleadas de población rural que han migrado por falta de oportunidades en sus regiones de origen. Es el pulmón económico del país, pero también una ciudad atravesada por la desigualdad.
Este trabajador humanitario explica que han notado un aumento de los chicos que viven en la calle estos últimos años, coincidiendo con las dificultades económicas acentuadas durante y después de la pandemia.
«El principal motivo que les empuja a la calle son los problemas familiares, como la violencia y la explotación sexual o económica que pueden sufrir por parte de algún familiar», relata Mostafa. «Hay familias que obligan a sus hijos a salir de casa para buscar trabajo o ingresos, se ven forzados a pasar días en la calle», apunta. También hay otras razones, como la influencia de los amigos o la adicción.
Víctimas de violencia
Adam es el chico más joven con el que han hablado durante el recorrido, tiene 11 años y es originario de Safi, una ciudad a 250 kilómetros. Pasa sus días por las calles cercanas a la estación de autobuses. Una gran parte de estos jóvenes y niños, vienen de otras ciudades del país. «Acaba de regresar tras pasar un tiempo en su casa, explica que ha vuelto a ser víctima de violencia por parte de su padre y por eso decidió volver a Casablanca. Hemos intentado animarlo a que venga durante la semana a nuestro centro», explica Mostafa.
Su trabajo es acompañarles y asistirles, repartiendo comida o curando algunas heridas o enfermedades que pueden sufrir, aunque lo que intentan es animarles a que pasen por el centro que tiene su organización, donde pueden asearse, comer y realizar actividades, todo con el objetivo de intentar alejarlos del ambiente y todas las consecuencias de la calle.
En lo que llevan de año, han asistido y acompañado a 350 chicos y chicas, pero explica que la cifra de menores que hay en la calle es superior. No existen datos oficiales ni recuentos recientes. Un informe elaborado por UNICEF hace casi una década apuntaba que había 25.000 niños que vivían en la calle en Marruecos sin domicilio fijo, uno de cada cuatro en Casablanca.
Una cifra que, según varias oenegés, sigue siendo válida, aunque señalan que la situación de estos menores es muy cambiante. Hay tantos perfiles como historias. Mostafa explica que aunque muchos se quedan en la ciudad con el objetivo de ganar algo de dinero, hay otros que entran y salen de su casa. También hay chicos que están en «movimiento», buscan ahorrar lo mínimo, con el objetivo de salir del país, normalmente a través de Ceuta o Melilla.
No escolarizados
Casablanca es uno de los puntos del país dónde hay más chicos que viven en esta situación, aunque es una realidad que también existe en otras poblaciones, como Tánger. «Hay muchos riesgos cuando están en la calle, como la explotación económica o sexual por parte de los cabecillas de los grupos, normalmente adultos, con los que viven los menores o el maltrato por parte de desconocidos». El mismo informe relata que la mayoría de ellos no van a la escuela y son analfabetos, y que el 30% sufren adicción al hachís o a esnifar pegamento y, en ocasiones, son víctimas de la violencia por parte de la policía.
La última parada de la noche es en los alrededores de una mezquita de un barrio céntrico, allí viven una veintena de jóvenes, cinco chicas entre ellos. Algunos aprovechan los jardines que hay por la zona para dormir. Uno de ellos, Reda, que ya tiene 19 años, explica que él no está siempre en la calle. «Salgo de vez en cuando para estar con los amigos», explica, para añadir que desde pequeño ha pasado mucho tiempo fuera de casa, aunque por las mañanas le gusta ir a la playa a entrenar, ya que está inscrito en un equipo de fútbol.
Otro de los jóvenes relata que estuvo un tiempo en una granja escuela de la asociación en la que reciben formaciones. «Allí no consumía, te das cuenta de la diferencia», explica. «Hacen actividades para alejarte de la adicción y me sentía mucho mejor, pero finalmente volví a la calle y me enganché de nuevo». Para él, como muchos otros, la calle, con todas sus consecuencias, los atrapa. Una espiral de la que es difícil escapar sin oportunidades a las que agarrarse.
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