Dos líderes ha consumido Corea del Sur en 15 días. La destitución parlamentaria de Han Duck-soo, presidente en funciones, profundiza una crisis sin precedentes en cuatro décadas democráticas y empuja al país a una incertidumbre sin final a la vista.
A continuación, unas claves para entender cómo el país asiático ha llegado a esta situación y qué escenario se abre a partir de ahora:
Vive el país en el huracán desde que el ya expresidente, Yoon Suk-yeol, dictara en la noche del 3 de diciembre una ley marcial apelando a una delirante cooperación de fuerzas norcoreanas con la oposición parlamentaria para derribar el país y el Gobierno. Apenas estuvo vigente seis horas, tumbada por el Parlamento y retirada finalmente por el presidente, sobre el que cayeron incesantes peticiones de dimisión. Las desoyó todas: las de la calle, los sindicatos, la oposición e incluso su partido. En su alocada carrera al martirio rompió Yoon el pacto con su formación, el Partido del Poder Popular (PPP), por el que este le blindaba de la humillante destitución parlamentaria a cambio de su rápida y ordenada salida. Ya sin el apoyo unánime de su bancada, Yoon fue expulsado por el Parlamento dos semanas atrás y relevado por el primer ministro, Han Duck-soo.
El mandato de Han Duck-soo ha sido tan efímero como se pronosticaba. El Partido Democrático (PD), que roza la mayoría de dos tercios en el Parlamento, le ha echado en cara su presunta complicidad en la ley marcial, que torpedeara la apertura de una investigación independiente sobre el expresidente y, especialmente, que no cubriera las tres vacantes del Tribunal Constitucional que validará la destitución parlamentaria. Ha alegado Han que esas decisiones desbordan las competencias de un presidente en funciones y exigido un acuerdo entre los dos grandes partidos para los nombramientos del Tribunal Constitucional. Lee Jae-myung, líder de la oposición, le ha acusado estos días de ignorar sus deberes constitucionales y de ejercer como «guardia leal» de Yoon. «La única forma de normalizar el país es arrancando de una vez a todos los elementos insurrectos», clamó.
El signo de la votación de este viernes dependía de una interpretación procedimental. Sienta la ley como necesaria una mayoría de dos tercios para destituir a un presidente pero no dice nada sobre un presidente en funciones. Cuando el presidente de la sala, el opositor Woo Won-shik, aclaró que bastaba con la mayoría simple, el desenlace perdió la emoción. Los diputados conservadores han gritado «abuso de poder», exigido la dimisión de Woo e ignorado una votación que no podían ganar. La destitución ha salido adelante con los 192 votos de la oposición. Han la ha asumido «para evitar más confusión e incertidumbre». Le releva el siguiente en el escalafón, Choi Sang-mok, ministro de Finanzas.
A Choi se le amontonará la faena: ejerce de presidente, de primer ministro y de ministro de Finanzas. Su mandato se antoja tan efímero como el de su antecesor si no cumple con las exigencias de una oposición abonada ya a los ‘impeachments’ como arma cotidiana. La cuestión de fondo es el Tribunal Constitucional. Cuenta sólo con seis de sus nueve miembros porque las riñas políticas han impedido el relevo de los tres jubilados. Bastaría que uno de los seis se opusiera a la destitución de Yoon para invalidarla por lo que el PD pretende más margen cubriendo las vacantes.
El Tribunal Constitucional ha empezado este mismo viernes la vista oral y emitirá su fallo antes de seis meses. Es seguro que su decisión no finiquitará una crisis que ha golpeado la reputación y la estabilidad del país. El won, su moneda nacional, ha caído a sus valores más bajos en 15 años y la confianza del consumidor ha regresado a los niveles pandémicos. Choi había pedido en las vísperas al Parlamento que no destituyera a Han. «Nuestra economía y el sustento de nuestra gente caminan ya sobre una fina capa de hielo y no pueden soportar más incertidumbre política«, dijo.
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