Es posible que el juicio de la historia sea benévolo, que su ley marcial quede como la astracanada inocua de un presidente arrinconado. Será necesario más tiempo porque ahora el país vive en el drama, aún impactado por el parlamento rodeado de militares, y exige su salida urgente. Saldrá pronto pero quizá nunca desvele qué pasaba ese día por su cabeza cuando se puso frente a las cámaras para hablarle al pueblo. Cómo pensó que era una buena idea, cómo pensó que podía funcionar.
“Pasé la noche pegado a la televisión junto a mis padres. Lo mismo que décadas atrás, me decían: si hay problemas, los militares a la calle”, aseguraba Kim, estudiante veinteañero. “Aún lo estoy procesando”, continuaba frente a la Asamblea Nacional. En sus aledaños, donde dos noches atrás se peleaban soldados y manifestantes, ayer celebraban miles de ciudadanos una suerte de terapia nacional. Apenas se percibía la tormenta reciente en las calles cercanas, acariciadas por un sol invernal, con la juventud departiendo en las cafeterías pijas o en los restaurantes locales que bordan el pollo frito.
Esa maquinaria democrática que Yoon Suk-yeol quiso desactivar en aquella aciaga noche le empuja ahora al despido si no dimite antes. Los cinco partidos de la oposición han registrado ya la moción para destituirlo. Mañana se presentará en sesión plenaria de la Asamblea y podría votarse ya el viernes, una evidencia de la prisa por enterrar un episodio oprobioso. El Partido Democrático y otras pequeñas formaciones juntan 192 de los 200 votos necesarios pero no parece difícil que puedan rascar los restantes entre las filas conservadoras del Partido del Poder Popular (PPP) que lidera Yoon. Ya en la votación nocturna que tumbó la ley marcial se contaron 18 síes de los compañeros del presidente. La decisión tendrá que ser refrendada por el Tribunal Constitucional por al menos seis de los nueve jueces pero en estos momentos, sin haberse cubierto las bajas por jubilación, carece de miembros suficientes para formarse. Son fruslerías procedimentales: nadie imagina a Yoon presidiendo otro consejo de ministros ni pronunciando el próximo discurso de Año Nuevo. Hoy ha cancelado su aparición pública sin que haya desvelado la Casa Azul una nueva fecha.
El Partido Democrático justificó el proceso de destitución en la “clara violación de la Constitución” que supuso una ley marcial dictada sin cumplir los requisitos legales. “Fue un grave acto de sublevación”, terminó la formación progresista.
El país está expurgando a todos los elementos fieles al presidente. Da igual que le secundaran con entusiasmo o que no intentaran frenarle. Una decena de asesores han presentado la dimisión en bloque. No son pesos mosca: el director de la Seguridad Nacional, el jefe del Gabinete y el director de la Policía Nacional, entre ellos. Las voces se dirigen ahora al Ministerio de Defensa porque nadie ha olvidado que prometió ejecutar la Ley Marcial cuando el Parlamento ya la había anulado. A favor del Ejército cabe consignar que esta vez no ha matado a nadie.
“Nunca más”
“Nunca más”, gritaba un hombre alzado sobre la escalinata de la Asamblea Nacional al que los cientos de congregados contestaban con la misma consigna. Su hijo murió en el levantamiento de Gwangju, el más traumático episodio surcoreano de la historia reciente. El Ejército masacró a cientos o miles de jóvenes que protestaban contra una ley marcial dictada en 1980. Es una asamblea espontánea: alguien cuenta su historia y el resto le secunda con gritos. La democracia surcoreana es tan robusta como ruidosa. Son curiosas las formas opuestas que han adoptado Corea del Sur y Taiwán. Lograron la democracia por las mismas fechas y aún hoy sigue su política y sociedad polarizadas por la relación con su vecino, Pekín o Pionyang. Pero en Taiwán todo es una armonía festiva mientras en Corea del Sur mandan las voces y los aspavientos.
En la Asamblea Nacional se resume su democracia, la parlamentaria y la ciudadana. Decenas de surcoreanos acuden cada día a sus aledaños para protestar o exigir. La afluencia se había multiplicado ayer y también la profesionalización: un equipo de sonido tan atronante como una discoteca ibicenca, pasquines con impresiones de lujo… Richard, profesor treinteañero, pide fotografiarse sujetando uno que califica a Yoon de amigo japonés. “Es un estúpido obcecado, no creo que sobreviva. Debería de ser juzgado por traición”, señala. No es un asunto menor el japonés. Yoon se ha acercado a Tokyo venciendo la comprensible resistencia de muchos surcoreanos por las tropelías imperialistas del siglo pasado. Para fortalecer ese trivote Washington–Tokyo–Seúl frente a Pekín y Pionyang ha tenido Yoon que atenuar muchas voces en su país.
Bochorno y pasmo
Dos sentimientos son perceptibles en las masas congregadas frente a la sede parlamentaria. La primera es el bochorno por unas imágenes que aún circulan por los noticiarios globales. “Lo vio todo el mundo, nunca pensé que mi país podría dar esa imagen en 2024”, opina Seonghyeon Han, estudiante de comunicación política. “Muchos de mis amigos apoyaban a Yoon, ahora ya no”, revela. El salto tecnológico y económico de un país que era un solar tras la guerra enorgullece a los surcoreanos. Hoy, además, son conocidos en el mundo por los jovenzuelos del K-pop, sus películas ganan Óscars y hay pocas series televisivas más seguidas. Verse en lenguas por unos blindados en las calles es una realidad indigerible.
La segunda es el pasmo. Probablemente siguen los surcoreanos más estupefactos que indignados. ¿De dónde sacaría la idea Yoon de una ley marcial? Es cierto que estaba acorralado por su popularidad ínfima, escándalos de corrupción y una oposición parlamentaria que torpedeaba sus acciones de Gobierno. Los dos últimos años de mandato prometían ser tan ásperos como los primeros y urgía hacer algo. Cederle el país a los militares, sin embargo, pareció suicida desde el principio. En sus alusiones a las fuerzas pronorcoreanas se adivina el intento de atraer a esa extrema derecha, tanto política como ciudadana, que ve comunistas conspirando con Pionyang en cualquier esquina. Si realmente pretendía limpiar el parlamento de “fuerzas antiestatales”, un concepto tan elástico que comprende a la oposición en pleno, no había más vía que una dictadura ‘comme il faut’. No resultó: ningún surcoreano anhela aquellos tiempos. Que Yoon mantuviera sus esperanzas subraya un alejamiento de la realidad sorprendente.
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