Los aspavientos por un candado roto descubrían años atrás al recién llegado. Un viejo pequinés, en cambio, apenas mascullaba una blasfemia con escaso rencor y se dirigía a su tienda de bicicletas usadas de cabecera para desembolsar lo que asumía como un impuesto de circulación. Era un gasto ridículo que aceitaba la economía, una contribución periódica a los crecimientos anuales de dobles dígitos, una metáfora de lo alegre que fluía el dinero en aquellos días. Robaban bicicletas por la noche y el día, en calles iluminadas y oscuras, con o sin vigilante, daban igual cuántos candados. No has vivido en China hasta que no te han robado la bicicleta, decíamos entonces, como muchos chinos dicen ahora que no has estado en Barcelona hasta que te han levantado la cartera.
Olvido el candado a menudo al aparcar mi bicicleta. Aquel latrocinio terminó con la siembra de cámaras. Mediada la pasada década ideó China su Gran Hermano y a él se entregó con ímpetu y crecimientos geométricos. En 2019 ya contaba con 200 millones de cámaras; en 2023 superaba los 700 millones. Con 1.400 millones de habitantes, es una cámara cada dos personas. Un artista quiso demostrar con una performance lo difícil que era escapar a su escrutinio. Consistía en caminar por una céntrica calle pequinesa sin que sus 89 cámaras filmaran los rostros de los voluntarios. Estudió su distribución y su tiro y dio las instrucciones pertinentes: de cuclillas en este tramo, de espaldas en el otro… Lo consiguieron, o al menos eso reivindicaron, tras una premiosa marcha de dos horas para cubrir un kilómetro escaso. Ocurrió cuatro años atrás, la densidad actual arruinaría la misión en un par de metros.
Las nuevas tecnologías se asociaron con la vieja pulsión controladora china para empujar hacia la profecía orwelliana. El Gobierno está feliz y también los chinos. Las cámaras desincentivan el crimen: ¿Qué inconsciente delinquiría con decenas de ojos sobre su nuca? Los asesinatos per cápita en China son una décima parte de los estadounidenses. Con las cámaras cumple el gobierno su rol paternalista y se siente más protegido su pueblo. No hay invocaciones aquí al derecho a la intimidad ni miedos por el uso de las grabaciones. El que se queja, alertan los chinos, algo querrá ocultar. Es paradójico que la gente aquí confíe más en este gobierno dictatorial que la de Occidente en sus democracias.
Control sobre la ciudadanía
Quizá influya la honestidad. En el pacto tácito chino de seguridad por privacidad están las cartas sobre la mesa. No es mucho menor el control sobre la ciudadanía en Occidente pero sí el cinismo. El excontratista de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense, Edward Snowden, ya acreditó la febril recolección de datos que Obama había negado con tozudez. Con más de siete millones de cámaras cuenta el Reino Unido, muchas con reconocimiento facial, usadas en la coronación del Rey Carlos, el Grand Prix o las manifestaciones. Durante cuatro años se sirvió en secreto de los datos biométricos de los pasaportes, según una reciente denuncia periodística. No hay en China ingenuos que creen su privacidad a salvo.
Quizá influyan las culturas opuestas. Frankenstein, Orwell, las distopías que describen la literatura y el cine de ciencia ficción… Al hombre le esperan calamidades cuando juega a ser Dios en la tradición occidental. En China, ajena a esos referentes y sin raíces católicas, se abalanzan a los avances tecnológicos y científicos. Fueron reveladoras en 2018 las reacciones frente al científico chino que creó los primeros bebés genéticamente modificados para evitarles el VIH. El mundo se escandalizaba mientras los chinos se preguntaban por qué no podían conseguir hijos más sanos y guapos con la edición del genoma.
Con tanto ardor ha abrazado China a los ojos electrónicos que Pekín ha impuesto orden. A los propietarios de inmuebles les ha aclarado que el reconocimiento facial es ilegal para controlar las entradas. A negocios privados como bancos u hoteles les ha recomendado métodos menos invasivos para identificar a los individuos. Y a los gobiernos locales les ha pedido mesura tras las noticias de que acudían a ella para atiborrar sus arcas. Fue sonado el caso de Foshan, una anodina ciudad de la sureña provincia de Guandong, que expidió 620.000 multas en un año por una inocua infracción de tráfico.
¿Un paso atrás? No tan rápido. China replicará el modelo en la Luna con cientos de cámaras ligeras, pequeñas, autónomas e interconectadas, con capacidad para localizar, identificar y seguir la pista a cualquier suceso “anormal”. No hay alienígenas ni bicicletas pero la Administración Espacial Nacional ha justificado el gran hermano lunar en la protección de sus bienes, sin aclarar qué amenazas le inquieta. Quizá es solo su tendencia a colocar cámaras como el que espolvorea sal en el cocido.
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