La formación ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) no debería obtener rendimiento político de un atentado cometido por un ciudadano de origen extranjero que fue acogido como refugiado. Taleb Al Abdulmohsen, el médico saudí que el viernes por la noche irrumpió con un coche de alta gama en el mercadillo navideño de Magdeburgo, en el este de Alemania, y dejó cinco muertos y 200 heridos, no era un yihadista. Era ateo, islamófobo, simpatizante de la AfD y convencido, como este partido, de que Alemania ha tratado demasiado bien a los refugiados musulmanes. Destacado activista’ por los derechos de saudíes como él, amenazados por el mundo islámico, había adquirido cierta relevancia mediática, tras conceder entrevistas a medios como la BBC o el diario conservador ‘Frankfurter Allgemeine’.
La AfD, que ocupa la segunda posición en intención de voto ante las próximas elecciones nacionales, lanzó sus mensajes de «Basta ya» el viernes al saltar las primeras informaciones del atentado. Dirigía su denuncia contra el canciller, el socialdemócrata Olaf Scholz, por no activar deportaciones masivas de inmigrantes irregulares u otros extranjeros, pero también hacia quien puede ser su sucesor, el conservador Friedrich Merz, por considerar que tampoco lo hará, si alcanza el poder. Este sábado la AfD puntualizó que el agresor no era militante de la AfD, pese a sus simpatías hacia el único partido que, a su parece, puede salvar Alemania de una ‘islamización’.
El atropello múltiple del mercadillo de Magdeburgo compromete no solo a la AfD, sino también al socialdemócrata Scholz o al bloque conservador de Friedrich Merz, que según los sondeos es el favorito para ganar las elecciones previstas para el 23 de febrero. Una vez más, se han revelado fallos de seguridad. En primer lugar, en los servicios secretos, que no detectaron la peligrosidad de este médico saudí, que ejercía en una unidad de psicoterapias para delincuentes con adicciones de una clínica del ‘land’ de Sajonia Anhalt.
Había sido reconocido como refugiado en 2016, diez años después de llegar al país y tuvo algunos episodios de alteraciones del orden público en 2013 o más recientes. Sobre todo sorprende que, pese a los múltiples mensajes islamófobos en las redes, su cercanía a la AfD o las advertencias de las autoridades saudíes no estuviera bajo el radar de los servicios de seguridad. Tanto el espionaje de Interior como el seguimiento de las solicitudes de asilo competen tanto al gobierno central de Scholz como al ‘land‘, donde gobierna la CDU de Merz.
A esos fallos se unen las sombras sobre los dispositivos de seguridad del mercadillo de Magdeburgo, lo que afecta principalmente al ‘land’. Desde 2018, a raíz del atentado del mercadillo berlinés de la Breitscheidplatz, cometido por el tunecino Anis Amri y con un saldo de doce muertos, se reforzó la seguridad sobre estos eventos navideños, que suman en toda Alemania unos 3.500, con unos 160 millones de visitantes anuales. Amri cometió su atentado con un camión de alto tonelaje, que robó a punta de pistola a un transportista polaco.
Las medidas de seguridad se endurecieron este año tras el ataque a cuchilladas cometido el pasado verano en una fiesta popular de Solingen. Su autor fue un refugiado sirio y lo reivindicó el Estado Islámico, lo mismo que el del tunecino Amri. Tanto los ataques yihadistas como el del lobo solitario islamófobo hay un común denominador: fallos o negligencias en el seguimiento de refugiados radicalizados en una u otra dirección.
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