Fue un adiós que hizo correr ríos de tinta e ingeniosos memes. El presidente de Rusia, Vladímir Putin, puso punto final el pasado junio a su visita a Corea del Norte en las pistas del aeropuerto de Pionyang con efusivos adioses, frenéticos agitares de manos y reverencias varias, dirigidas a través de la ventanilla del avión a su homólogo Kim Jong-un y a su hermana, Kim Yo-jong, esta última con reputación de despiadada. No fue la única ocasión en que ambos mandatarios exhibieron complicidad aprovechando la proximidad física que les brindaba el viaje: horas antes, habían departido amigablemente, con profusión de sonrisas y parabienes, mientras se hallaban ambos al volante de un Auxus, un coche de alta gama de fabricación rusa valorado en 380.000 euros regalado por el líder ruso al mandatario norcoreano. Atrás habían quedado definitivamente los hábitos de la Guerra Fría del pasado siglo, cuando la URSS era líder indiscutible en el campo de las denominadas «democracias populares» y miraba por encima del hombro a aliados menores como Corea del Norte.
Cuatro meses después, los frutos de semejante conchabanza están materializándose en los frentes de la guerra de Ucrania. Unos 13.000 soldados norcoreanos, según la inteligencia de Corea del Sur, han sido enviados a Rusia para que tomen parte en la contienda militar iniciada por Moscú contra su vecino del oeste en febrero de 2022. Y aunque los observadores aseguran que los militares asiáticos han sido enviados a la región de Kursk –un despliegue que, al tratarse aún de territorio ruso, estaría legitimado por la ley internacional–, otras informaciones no confirmadas sostienen que un reducido número de ellas se hallaría ya en territorio ucraniano, de acuerdo con dos fuentes de inteligencia citadas por la CNN. Por su parte, la agencia AP ha reportado que 8.000 hombres se estaban moviendo dentro de Rusia hacia la frontera entre ambos países reconocida internacionalmente. Más allá de las incertezas, lo que sí se puede confirmar en este momento es que el contingente norcoreano ya ha registrado sus primeras bajas en combate.
Nada sucede en Rusia al azar, y el Kremlin realiza esta suerte de subcontratación externa de la guerra con el objetivo de «paliar las enormes pérdidas» que está registrando su Ejército en sus últimas ofensivas en el este de Ucrania, sostiene Mijailo Samus, exmilitar ucraniano al frente de New Geopolitics Research Network, una plataforma independiente basada en Kiev sobre temas geopolíticos. De acuerdo con fuentes militares ucranianas citadas por Newsweek, en solo una semana Rusia habría perdido a 10.000 militares en el campo de batalla, cifra que podría incrementarse a 40.000 durante octubre.
Putin quiere «conquistar el mayor territorio posible antes de la elección de un nuevo presidente en EEUU», valora el experto. Y ante los riesgos internos que presenta una movilización, opta por traer tropas desde el país asiático, dotado de un numeroso Ejército de 600.000 hombres. La apuesta de este experto respecto a las funciones del contingente consiste en que ejercerán de «infantería ligera», es decir, protagonizarán incursiones terrestres después de haberse producido «bombardeos rusos de artillería o con bombas guiadas», lo que permitiría al Ejército de Pionyang, que no ha entrado en combate en los últimos «70 años«, adquirir capacidades militares de cara a su propio enfrentamiento con Corea del Sur, concluye Samus.
Con el objetivo de fomentar las deserciones y llevar a cabo labores de propaganda entre los militares recién llegados, funcionarios del Estado surcoreano se hallan ya en Kiev para asesorar en estos menesteres a sus homólogos ucranianos. Eso sí. El principal objetivo en estos momentos en Ucrania y Occidente es detener o impedir que se incremente este flujo humano, que puede hacer inclinar la balanza de la guerra del lado ruso, habida cuenta el elevado grado de militarización del Estado norcoreano y sus descomunales Fuerzas Armadas.
Todo pacto tiene contrapartidas y evidentemente, Kim Jong-un no acepta entrar en una guerra que se libra en lejanos frentes sin haber obtenido concesiones de Moscú, en este caso en la forma de transferencias de tecnología que impulsen la capacidad de su propio Ejército, un extremo que suscita inquietud en Europa, EEUU, y los aliados asiáticos de Occidente. «Es algo que ya está sucediendo, en el campo de los submarinos y también de los misiles balísticos», destaca Samus. La alianza rusonorcoreana, como era de esperar, suscita grandes dosis de preocupación en las capitales occidentales. Dirigentes estadounidenses ya se hallan en conversaciones sobre este tema con China, un país que, pese a su proximidad con Moscú y Pionyang, no da muestras de entusiasmo ante un movimiento que se perfila cada vez más como la mayor escalada bélica desde el arranque de la invasión rusa en Ucrania.
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