No hay elecciones más globales que las que cada cuatro años el primer martes después del primer lunes de noviembre celebra Estados Unidos. Por la influencia que este país ejerce en el resto del mundo, lo que los estadounidenses decidan tiene una trascendencia que supera las fronteras de ese inmenso y diverso país. Más en un contexto mundial de máxima peligrosidad como el actual, con un nuevo orden por construir en el que nuevas potencias que quieren hacerse oír, con dos guerras a las que no se les ve fin y cuyo potencial puede ser aún más devastador, en tiempo de descuento en la lucha contra un cambio climático cuyos efectos son ya visibles en forma de fenómenos extremos, y con la desinformación como gran amenaza a nuestros sistemas democráticos.
Ante este escenario que nos incumbe a todos, los dos aspirantes a la Casa Blanca, Donald Trump y Kamala Harris, tienen proyectos antagónicos y su enfrentamiento se produce en un clima de máxima polarización que se ha teñido de violencia política– por todo lo que está en juego. Nada está decidido y a tenor de las encuestas, el resultado puede depender de solo unas decenas de miles de votos. Se puede responsabilizar de ello al peculiar sistema electoral estadounidense pero ello no puede esconder que los estadounidenses llegan a las urnas divididos por igual o casi entre Trump y Harris.
Y ante esta realidad que muchos electores desde de aquí les pueda parecer incomprensible, EL PERIÓDICO ha hecho un esfuerzo informativo por explicar las singularidades de un país tan complejo como diverso, tan rico y con tantos pobres, tan liberal y tan conservador, tan igualitario como desigual. Durante semanas, este diario ha analizado y viajado a los estados que van a decidir estas elecciones, ha escuchado a votantes de uno y otro lado, ha analizado los temas candentes de la campaña y que más preocupan a los electores, ha hablado con expertos pero también, y sobre todo, con la gente de la calle, tomando el pulso a un país cuyo destino nos incumbe. A continuación un resumen de los estados analizados y que son clave en estas elecciones.
Que Trump tenga la victoria electoral al alcance de la mano no se entendería sin el peso electoral de Texas, el segundo estado de EEUU en tamaño, población y riqueza después de California y contrariamente a este, gran bastión republicano del país. Con 38 de los 538 votos electorales necesarios para ser elegido presidente o presidenta, nunca un demócrata a vuelto a ganar en este estado petrolero desde que hace 48 Jimmy Carter batiera a Gerald Ford. Y esta vez, las élites empresariales, conservadoras, masculinas y blancas en su mayoría lo tienen también claro: están inequívocamente con Trump.
La directora adjunta de EL PERIÓDICO y excorresponsal en EEUU, Gemma Martinez, viajó a <u>Texas</u> en octubre para tomar el pulso a los votantes del candidato republicano. La economía, la mano dura con la inmigración (el estado es fronterizo a México) y el apoyo a los combustibles fósiles son principales argumentos que esgrimen sus partidarios en estado que vive mayoritariamente del petróleo, pero no solo. También la construcción, las telecomunicaciones y la biotecnología son sectores en auge que contribuyen a que Texas tenga el segundo PIB de EEUU y que cree empleo a mayor velocidad que el resto del país. El sentir de muchos de los votantes republicanos se lo resumía a la enviada especial Jeff L. MacGeorge, el dueño de una empresa de reformas en Houston: “Harris no sabe gestionar la economía, con los precios de la gasolina en cifras estratosféricas y con una inflación desbocada desde que Biden y ella están en la Casa Blanca”.
Huyendo de la demócrata California, en Texas ha recalado Elon Musk , dueño de X, fundador de Tesla y SpaceX, que ha trasladado la sede de la red social a Bastrop, un suburbio de Austin donde ya tenía otros negocios. Además de respaldar ideológicamente y financieramente a Trump desde su red social y otras plataformas, en esta campaña ha saltado a la arena política, compartiendo mitin, escenario y discurso con el candidato republicano.
Con 19 votos electorales, ese estado en declive industrial, es el más codiciado de los siete en los que la lucha entre Trump y Harris está abierta. Trump ganó aquí por la mínima en 2016 y Biden lo hizo por muy poco margen en 2020. En los últimos días, Trump ha estado agitando aquí el fantasma de un fraude electoral, sembrando de nuevo dudas sobre el voto por correo.
Fue en Pensilvania donde Trump sobrevivió a un primer intento de asesinato el pasado 13 de julio. Y volvió a poner en el mapa a este estado cuando en su cruzada contra la inmigración, señaló a la pequeña localidad de Charleroi, una pequeña localidad que ha visto incrementarse su censo en los últimos cuatro años gracias a la inmigración, en buena parte haitiana
Hasta allí ha viajado la corresponsal de EL PERIÓDICO en Estados Unidos, Idoya Noain, para constatar que la realidad sobre el terreno no tiene nada que ver con el discurso apocalíptico del candidato republicano pero sí comprobar que la tensión y el miedo se ha disparado entre la comunidad haitiana tras ser señalada por el dirigente.
En Pensilvania, la enviada especial también ha constatado como el declive la industria sumada a la subida del coste de la vida debido a la inflación se ha cebado especialmente en la clase trabajadora, buena parte de la cual da la espalda a los demócratas.
Como Pensilvania, este estado cuna de la industria automovilística también en declive se ha ido decantado entre demócratas y republicanos. Sus 15 votos electorales fueron para Trump en 2016 y para Biden en 2020, por solo 154. 000 papeletas de diferencia. Hasta su capital, Detroit, ha viajado también Idoya Noain para comprobar aquí, en la cuna del sindicalismo, Trump ha resquebrajado la histórica alianza entre el Partido Demócrata y los trabajadores. Porque aunque oficialmente el principal sindicato del automóvil, United Auto Workers (UAW) está con Biden, hay deserciones.
“Nos han defraudado tantas veces en el pasado que es como si todo el mundo hubiera dejado de creer en ello. Y Donald Trump se aprovecha de ello. Algunos creen que les apoya a ellos y su trabajo cuando, en realidad, creo que personalmente le importan un carajo», explicaba a Noain Joan Salomon, un hombre de 45 años trabajador de Stellantis y cuyo padre y abuelo ya trabajaron en Chrysler y General Motors.
Pero Michigan no lo decidirán solo los trabajadores. El voto joven es trascendental en un estado de fuerte peso universitario, al igual que el voto árabe, una comunidad de 300.000 personas, y el voto negro, que en una ciudad como Detroit representa el 78% de la población. Y si Trump logra avances entre la comunidad negra, el dolor y la rabia se palpan entre los musulmanes por las guerras de Gaza y El Líbano, que rechazan que rechazan palabras aparentemente empáticas de Harris sobre el sufrimiento de los palestinos que no se traducen en un cambio de política hacia Israel. Una frustración que da alas a Jill Stein, candidata del Partido Verde.
Con 10 votos electorales en juego, Wisconsin votó ininterrumpidamente demócrata desde 1988 hasta 2012. En 2016 Trump ganó aquí por menos de 23.000 votos y se repitió el patrón de lo sucedido en Míchigan y Pensilvania, que Biden recuperó el estado en 2020, por poco más de 20.000 votos. Ricardo Mir de Francia, excorreponsal en Washington, ha analizado Wisconsin, donde los trabajadores blancos sin formación universitaria han basculado hacia el trumpismo.
Entre sus partidarios, Harris tiene a los jóvenes de ciudades universitarias como Madison y los profesionales con formación superior de los suburbios. Cuenta a su favor también con el legado de la Administración de Biden, que ha favorecido uno renacer de las manufacturas.
Después de Pensilvania con sus 21 votos electorales, Georgia es el segundo que más tiene, 16, al igual que Carolina del Norte. En el corazón del sur religioso y conservador del país, ha sido tradicionalmente un feudo republicano, más pobre que la media del país, que ningún demócrata ganaba desde que lo hiciera Bill Clinton en 1992 pero que hace cuatro años dio la espalda a Trump. Al magnate solo le faltaron 12.000 votos para igualar a Biden y nunca aceptó esa derrota. Desde ahí abanderó la supuesta teoría del fraude electoral para luego tratar de alterar el resultado con presiones al gobernador del estado.
Mir de Francia ha analizado para el Periódico las causas por las que Georgia ha dejado de ser un bastión republicano, que atribuye al crecimiento imparable de su capital, Atlanta, y su área metropolitana, donde el 57% de la población reside en suburbios multiculturales. La entrada de Kamala Harris en campaña dio al traste con la esperanza de Trump de una victoria fácil en el estado. La candidata demócrata tiene mejor perfil que Biden para atraer a jóvenes y a minorías de entornos urbanos y universitarios. El candidato republicano solo tiene asegurada ahora la victoria en el campo y en las pequeñas ciudades.
El estado sureño aporta 16 votos electorales. Con pocas excepciones –Jimmy Carter en y Barack Obama – ha votado siempre republicano en las presidenciales, aunque su gobernador es un democráta, Roy Cooper. Trump ganó en Carolina del Norte hace cuatro años por menos de 75.000 votos y espera revalidar esa victoria.
Pero como en Georgia, las opciones demócratas en el estado han mejorado mucho desde que Harris fue nombrada candidata. La popularidad del gobernador demócrata que expendió la sanidad para las familias de bajos recursos en el estado, corre a su favor. Harris es favorita en las ciudades y entre los votante negros (20% de la población), pero no en las zonas rurales, donde reside el 40% de la población del estado.
Hasta este estado fronterizo con México predominantemente republicano que Biden ganó por la mínima hace cuatro años y aporta 11 votos electorales se desplazó Idoya Noain para explicar la transformación de este territorio del suroeste en un nuevo polo de desarrollo con metas e infraestructuras para volverse un nuevo Silicon Valley, con una gestión de ciudades encomiable y la Universidad Estatal de Arizona convertida en la mayor del país.
Una transformación que ha sido también demográfica, con los latinos representando ya casi el 32% de los habitantes, casi el 61% inmigrantes- y cómo con la irrupción de Trump los republicanos han perdido aquí su hegemonía, lo cual no significa que su candidato no tenga apoyos. Lo mantiene en las zonas conservadoras del estado y entre los que consideran la inmigración y la seguridad en la frontera los temas más importantes. En el municipio de Nogales, en la misma frontera, Noain ha conocido de primera mano el impacto que tienen los inmigrantes que cruzan el muro que separa EEUU y México, y el temor de parte de la población a los efectos que pueda tener el desenlace electoral. El miedo no es ahí a los inmigrantes que cruzan sin papeles rumbo al norte, sino a lo que pueda pasar si gana Trump.
Al igual que Arizona, Nevada, en el oeste de Estados Unidos, es también un estado en transformación: cada vez menos blanco y rural cada vez más diverso y urbano, lo que significa también más progresista, como ha explicado en las páginas del Periódico la excorresponsal en EEUU Irene Benedicto. Con seis votos electorales, no ha votado por un candidato republicano desde 2004 por George Bush.
Pero Trump confía en poder este estado gracias en parte a la población latina, que roza el 30%, casi 10 puntos por encima de la media nacional, parte de la cual se está distanciando de los demócratas por la carestía del precio de la vida y, sobre todo, la crisis de la vivienda.