Rememoramos hoy el ataque brutal de Hamás, sistemático, extenso, planificado, de hace un año, a lo largo de la carretera 232, junto a la frontera de la Franja de Gaza, 60 kilómetros de horror con cerca de 2.000 muertos y 300 secuestrados. Y, después, la represalia infame, más extensa aún, también planificada y ejecutada con rigor criminal por el Ejército israelí. Casi 42.000 palestinos asesinados, sin contar las masacres adyacentes, medio escondidas, como las de Cisjordania, o, ahora, los bombardeos en Beirut. Cifras y cifras que no pueden concentrar la magnitud de la tragedia y donde las palabras «magnitud» y «tragedia» dejan de ser tópicos y se convierten en tímidas aproximaciones a lo que ocurrió, a lo que está ocurriendo.
Edgar Keret, el escritor de Tel-Aviv que acaba de publicar ‘Les edats de l’home’ en La Segona Perifèria, sagaz, irónico, se transforma en voz de la conciencia israelí: «El sufrimiento, aquí, es de una escala bíblica», porque la dimensión de lo que hemos estado viendo desde hace un año, desde ese 7 de octubre en el Festival Nova y en los kibutz de la zona, excede cualquier tipo de comprensión que no sea el del imaginario de las plagas. Violencia antigua y atávica que nos habla de un territorio atravesado por odios y revanchas, pero también, como afirma Keret, por los «poderes fascistas que tratan de apoderarse de nuestra democracia y destruirla». Y añade: «la mayor amenaza para Israel no es ni Irán ni sus misiles, sino Netanyahu«.
Y todavía quedan abiertos muchos interrogantes. El más importante, quizá el decisivo: ¿por qué una potencia militar y de inteligencia tan poderosa y sofisticada como Israel no pudo prever el ataque del 7 de octubre? Según ‘The New York Times’, lo sabían desde hacía un año. ¿No se lo creyeron? ¿Despreciaron con arrogancia la capacidad de Hamás? O, peor aún, ¿dejaron que pasara para que después llegara lo que vino después? La escala bíblica no admite sutilezas, empatías o acuerdos; sólo entiende de espadas flamígeras y de sangre derramada en el desierto.
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