Estados Unidos se ha consolidado como el mayor productor mundial de petróleo y gas natural, y la administración de Donald Trump aspira a reforzar aún más esta posición mediante políticas destinadas a eliminar las barreras que aún limitan el crecimiento del sector. Entre estas medidas se incluye la reactivación de los permisos de exportación de gas natural licuado (GNL), un área en la que Estados Unidos busca aumentar su presencia global, especialmente en los mercados europeos y asiáticos, donde la demanda de GNL está en auge. La expansión de las exportaciones de GNL podría posicionar a EE.UU. como una alternativa clave frente a otros grandes exportadores, reduciendo la dependencia de Europa del gas ruso, algo que tiene profundas implicaciones geopolíticas.
Además, Trump pretende intensificar las subastas de terrenos federales para la exploración y extracción de petróleo y gas, lo que proporcionaría a las compañías energéticas estadounidenses acceso a nuevos recursos en tierras públicas. Este acceso ampliado responde a la estrategia de «dominancia energética» de EE.UU., que busca asegurar el abastecimiento interno, mantener bajos los precios de la energía y reducir la dependencia de importaciones. La administración también busca agilizar los permisos de construcción de infraestructuras críticas, como oleoductos y gasoductos, necesarios para el transporte y la exportación de estos recursos energéticos. Los nuevos proyectos de infraestructura permitirían conectar los campos de producción nacionales con puertos y puntos de distribución clave, optimizando la capacidad exportadora del país y ampliando su red de influencia.
Un aspecto fundamental de la política de Trump en el sector energético es la flexibilización de las regulaciones ambientales que afectan a la industria de combustibles fósiles. Su administración propone debilitar las normativas que limitan las emisiones de dióxido de carbono de las centrales eléctricas y que regulan las emisiones de los automóviles, argumentando que estas regulaciones suponen una carga excesiva para las empresas y frenan la competitividad de la industria. Aunque esta postura ha sido criticada por grupos ecologistas y científicos por sus posibles efectos en el cambio climático y la salud pública, los defensores de la medida aseguran que podría dar un impulso significativo a la economía energética de EE.UU.
La expansión de la industria energética de EE.UU. bajo Trump plantea también interrogantes sobre cómo se manejarán las relaciones con otros grandes exportadores de petróleo y gas, como Rusia, Arabia Saudita e Irán. Según Ed Hirs, experto en energía de la Universidad de Houston, es probable que Trump suavice las sanciones a Rusia, facilitando su participación en el mercado energético global, especialmente en Europa. Esto podría reflejar un interés estratégico en fomentar la competencia y dividir el mercado entre los exportadores, evitando que un solo país, como Irán, aumente su influencia.
La situación con Irán es distinta. La administración Trump ha implementado una política de «máxima presión» sobre el país, que incluye severas sanciones dirigidas a reducir significativamente las exportaciones de crudo iraní, fuente principal de ingresos para el país. Según Jesse Jones, analista de la consultora Energy Aspects, esta presión podría llevar a una reducción de hasta un millón de barriles diarios en las exportaciones iraníes, lo cual podría afectar al mercado mundial del petróleo y beneficiar indirectamente a los productores estadounidenses y sus aliados en la OPEP, como Arabia Saudita, al elevar o estabilizar los precios del petróleo.
En resumen, la política energética de Trump persigue una visión de «dominancia energética» en la que Estados Unidos se posiciona como líder mundial en la producción y exportación de petróleo y gas. Para lograrlo, su administración está dispuesta a eliminar barreras regulatorias, facilitar la infraestructura y reforzar alianzas estratégicas, mientras mantiene una postura firme hacia competidores que considera hostiles, como Irán. Este enfoque no solo pretende consolidar el rol de EE.UU. en el mercado energético, sino también proyectar su influencia geopolítica mediante la energía, un recurso estratégico que define relaciones y equilibrios de poder globales.