Cada vez más jóvenes franceses miran más allá de Francia a la hora de buscar mejores oportunidades laborales. Su país ha dejado de ser una opción potencial para muchos de ellos, pero en especial para aquellos procedentes de familias migrantes que, a las dificultades económicas que atraviesa el país, se une la creciente discriminación. De ahí que muchos decidan hacer el viaje a la inversa y mudarse a los países de origen de sus padres o abuelos.
Una migración legal y discreta, ya bautizada como «éxodo silencioso» que crece año tras año. Kenza, una joven francomarroquí de 25 años, consultora de impacto social, se ha planteado la idea de abandonar París, y aunque reconoce que tiene un «perfil privilegiado respecto a otros migrantes» por sus estudios y el estatus de su familia. Siente que las oportunidades en Francia para jóvenes como ella se reducen. «Tengo amigas francesas que por usar el velo no logran encontrar trabajo, y piensan en irse a otro lugar para tener una vida mejor, donde serán más aceptadas y menos marginadas. Existe una normalización del racismo, en general, y esto tiene un impacto en la vida de las personas racializadas», cuenta Kenza para EL PERIÓDICO.
Con la llegada de la ultraderecha al poder, los discursos antiinmigración no han dejado de crecer en los últimos años en el país. Un lepenismo cada vez más normalizado y consolidado, no solo en la Asamblea Nacional, sino también en sus calles. Curiosamente, en un país que siempre fue multicultural por su historia colonial. «La idea de sentirse parte de una comunidad, de sentirse plenamente parte de un país, es algo que tal vez no se logra en Francia debido a estos ataques constantes», insiste.
Ese sentimiento de no llegar a ser parte de Francia es lo que empuja a muchos de estos jóvenes a ese «éxodo silencioso». Un fenómeno plasmado en el libro La Francia que tú amas, pero tú la dejas. Durante más de 10 años, los académicos Olivier Esteves, Alice Picard y Julien Talpin, entrevistaron a 1.070 personas y obtuvieron claros resultados: los franceses de fe musulmana, practicantes o no, con estudios superiores luchan por encontrar su lugar en Francia, especialmente, tras el aumento de la islamofobia en los últimos años.
«El sentimiento de pertenencia de estas personas a la nación francesa se ha visto algo erosionado por los recuerdos de la discriminación sufrida durante su infancia. Sin embargo, el sentimiento de pertenencia a Francia sigue siendo bastante fuerte, especialmente cuando abandonan el país. Esa es la paradoja: Hay mucho dolor», explica el autor Olivier Esteves para France24.
Obstáculos en la vida laboral, discursos racistas y la necesidad de saber sobre sus orígenes empujan a toda una generación de jóvenes al éxodo: «A menudo se nos recuerda de dónde venimos. Sin embargo, muchas veces no conocemos realmente esas raíces, y entonces surge la necesidad de apropiarse de esa parte de uno mismo, de responder a esas llamadas sobre nuestro país de origen y reconocer que, en realidad, no lo conocemos mucho. Eso despierta el deseo de marcharse», explica Kenza.
La precarización de los jóvenes
La pandemia del covid 19 y el posterior aumento de la inflación por la guerra de Ucrania ha puesto contra las cuerdas a la economía francesa, que este año ha superado el 5% de déficit público.
Mientras el Gobierno de Emmanuel Macron lucha por aprobar unos presupuestos basados en recortes históricos de 60.000 millones de euros, los jóvenes miran con preocupación al mercado laboral, cada vez menos competitivo y con salarios que dejan un margen limitado para el ahorro. Una situación que repercute directamente en esos jóvenes más vulnerables que sufren discriminación en lo laboral por su aspecto, sus apellidos o sus orígenes.
Según un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE), los empleados de origen migrante en Francia ganan un 20% menos, a pesar de tener un nivel de calificación similar. Una brecha laboral que acentúa aún más ese éxodo, como es el caso de Manuel, un joven venezolano formado en Francia que decidió regresar a su país de origen: «Venezuela es un país interesante, la competitividad es baja, hay mucho por hacer, y es más económico. (…) Francia es un país cada día menos atractivo en el plano económico. Sales bien preparado de la universidad, y las experiencias laborales son enriquecedoras, pero las oportunidades no son tan interesantes. Montar tu propia empresa es complicado, hay demasiada burocracia, el trabajo asalariado es bastante demandante para finalmente tener un salario que tampoco es nada de otro mundo. Además, el coste de la vida es elevado», explica e insiste en que no se arrepiente de regresar a Venezuela.
En los últimos años, la tasa de desempleo juvenil en Francia no ha dejado de crecer, situándose como una de las más altas en comparación con otros países de la Unión Europea. A principios de 2024, el desempleo entre los jóvenes menores de 25 años superaba el 16%, por encima de la media europea, en un 14%.
«En un país menos desarrollado, con los conocimientos adquiridos en Francia puedes fácilmente tener una vida laboral y personal más satisfactoria», insiste Manuel.
El aumento del racismo (y antisemitismo)
A esto, se suma la proliferación de los discursos antiinmigración, que insisten en culpar al migrante de todos los males del país, y que provocan el aumento de la violencia racista, en especial entre los más jóvenes.
Según los últimos datos de Ministerio del Interior, junto con la Liga Internacional contra el racismo y el antisemitismo, el número de víctimas de racismo en las escuelas ha aumentado un 49%, y las agresiones antisemitas han explotado un 127% en el último año. Situaciones que han acelerado el éxodo silencioso entre esta población, tal y como recogen los datos de la Agencia Judía: unos 60.000 judíos franceses decidieron mudarse a Israel, en los últimos 20 años, superando al periodo de entre 1970-1999.
Unas cifras que apoyan los testimonios de esos jóvenes, que sienten que deben esforzarse el doble y afrontar más dificultades que el resto de sus colegas, a pesar de haber nacido en Francia, como Kenza que insiste, en que la banalización de estas agresiones también es responsabilidad del Gobierno: «Hay una clara responsabilidad de Francia. (…) El discurso político se ha ido inclinando hacia la derecha, e incluso la extrema derecha, lo cual contribuye a que la gente tenga cada vez más ganas de irse porque sienten que no tienen un lugar aquí y son el blanco constante de ataques».
Estos discursos que empujan a una nueva migración generan cierta ironía en Manuel: «Cuando un francés dice que los migrantes deberían integrarse en el país donde viven, me da risa. Me pregunto si los franceses se integran con los angoleños en Angola o los venezolanos en Venezuela. (…) Viven entre franceses, incluso en algunos casos viven en barrios donde solo hay franceses, estudian en el Liceo francés de su ciudad y hacen poco esfuerzo por integrarse en el país.