Entre las placas tectónicas que se han movido en las elecciones presidenciales de Estados Unidos para producir la sísmica victoria de Donald Trump hay una que lo ha hecho con tremenda fuerza: la del voto de los hombres jóvenes. Es un movimiento que ya se ha dejado sentir en otros países occidentales y que llevaba un tiempo intuyéndose en EEUU: jóvenes, sobre todo blancos, que abrazan el ideario de la derecha o la extrema derecha en un momento de desencanto con la situación económica, de pesimismo sobre sus perspectivas de futuro y, también, con señales de resentimiento ante avances de movimientos que luchan por igualdad en cuestiones de género o raza.
Se trata de una sacudida que altera el mapa electoral de EEUU, quién sabe si con efecto duradero, y que Trump ha logrado con un intenso y estratégico cortejo. En una campaña con la testosterona por las nubes y en la que se han abierto las compuertas a declaraciones de abierta misoginia y racismo, disparados con Kamala Harris en la candidatura demócrata, el republicano ha pasado horas en ‘podcasts’, con ‘streamers’, estrellas de You Tube, ‘influencers’ y en otros espacios tanto de la ‘machosfera’ como físicos dominados por lo hipermasculino.
La fuerza de los números
Era una apuesta con sus riesgos, porque el votante joven tradicionalmente es uno con poca propensión de ir a las urnas y porque por generaciones ha sido parte de la base demócrata, pero a Trump le ha dado frutos. Aunque los números aún no son definitivos y la participación general de los votantes con edades entre 18 y 29 años puede haber caído hasta un 10% respecto a 2020 (del 52% al 42%), en los estados bisagra clave ha estado cerca de marcas históricas.
Trump ha mejorado en todos sus registros con los jóvenes según los datos preliminares de la Universidad de Tufts. Entre los hombres su apoyo ha subido del 41% de hace cuatro años al 56% actual. Incluso entre las mujeres, cuando eran las primeras presidenciales tras la derogación del derecho constitucional al aborto y los derechos reproductivos debían ser un elemento de movilización demócrata, ha pasado del 33% al 40%. Pero su gran éxito éxito está entre los jóvenes blancos, donde ha logrado abrir una ventaja de casi 30 puntos sobre Harris (63-35).
Ir a sus espacios
Trump lo ha conseguido por lo que varios expertos señalan como un factor doble: que el Partido Demócrata no haya tenido un mensaje claro y directo para los jóvenes ante esas preocupaciones económicas que han sido prioritarias en las urnas para la Generación Z y por esa estrategia de ir a espacios alejados de los medios tradicionales donde están muchos hombres jóvenes.
El presidente electo ha dicho que fue Barron, su hijo de 18 años y amigo del ‘influencer’ Lo Boudon, quien le dio indicaciones para tener encuentros con figuras como The Nelk Boys, Adin Ross, Theo Von, Bussin’ With the boys, Andrew Schulz o Shawn Ryan. Fue vital también su alianza con Elon Musk, propietario de X, una plataforma que ha reabierto a figuras que fueron expulsadas previamente por incendiarias posturas racistas, sexistas o xenófobas y donde ahora prolifera contenido de extrema derecha y, en particular, tránsfobo. Y otro culmen fue su visita al ‘podcast’ de Joe Rogan, que alcanza a decenas de millones de personas (el 56% de sus oyentes tienen entre 18 y 34 años y el 82% son hombres).
En esos espacios lejos de la prensa tradicional (y de las preguntas incómodas de periodistas) Trump ha logrado lanzar un retrato que le humanizaba y elevaba su mito, más entre esos hombres jóvenes que admiran su falta de corrección política y que, a diferencia de muchas jóvenes, no ven sus acusaciones de abuso sexual o el tono que usa al hablar de las mujeres como profundamente problemáticos.
Son una audiencia entre la que muchos de esos espacios promueve ideas regresivas sobre masculinidad o sobre género, las mismas que dominan el discurso republicano y con un exponente máximo en quien será vicepresidente, J.D. Vance, que ha denunciado que «los trazos tradicionales masculinos están siendo suprimidos desde la infancia a la juventud», ha hablado despectivamente de «mujeres sin hijos con gatos«, ha asegurado que el propósito de la mujer tras la menopausia es ayudar a criar nietos y ha dicho que priorizar la carrera sobre familia «es un camino hacia la miseria».
Masculinidad hegemónica
Todo ha sido parte de una campaña que ha hecho centrales lo que los estudiosos llaman «masculinidad hegemónica», la idea de que el orden natural que es mejor para todo el mundo es el de hombres buenos dominantes en jerarquías de poder y estatus, física y mentalmente duros, que deben encarnar lo opuesto a algo femenino y cuyo dominio no es solo sobre mujeres, sino sobre grupos menos poderosos.
La campaña también ha hecho la apuesta por muestras de máxima virilidad. A un combate del Campeonato de Lucha Extrema (UFC), por ejemplo, Trump acudió justo después de su condena en Nueva York por el caso Stormy Daniels, y allí mismo abrió su cuenta de Tik Tok. Fue Dana White, el presidente del UFC, que meses antes había sido grabado pegándose con su mujer, quien presentó a Trump el día del discurso de aceptación de la nominación de la Convención Republicana, un cónclave que llegó justo después del primer intento de asesinato de Trump y se construyó para elevar su figura como luchador y hombre fuerte (entonces contrastada a la debilidad de Joe Biden).
En aquella jornada Trump no salió, como había hecho una previa, con la banda sonora de ‘It’s a man’s, man’s world’ pero no hubo manera de huir de muestras de hipermasculinidad desatada, de la actuación de Kid Rock a la aparición de Hulk Hogan rompiéndose la camisa.
No era novedad. Es la línea que Trump y la derecha política, mediática y académica llevan explotando tiempo: hablar de un supuesto declive de la masculinidad y también de la supuesta demonización del hombre blanco como parte de una guerra cultural en que se acusa desde al movimiento MeToo y al feminismo hasta a Black Lives Matter o las políticas de Diversidad, Igualdad e Inclusión. Paradójicamente, tras tanto tiempo de critica a las políticas identitarias, ahora las han revertido.
¿Error demócrata?
Hay voces centristas que sin ir tan lejos como Trump y la extrema derecha sí creen que los demócratas han cometido un error al no abordar directamente problemas que afectan a los hombres jóvenes. Expertos como Richard Reeves, fundador del Instituto Estadounidense para Chicos y Hombres, señalan a menudo a datos que hablan de una «epidemia de soledad» (aunque los porcentajes de quienes dicen no tener ningún amigo cercano se han quintuplicado entre 1990 y 2021 tanto para chicos como para chicas). Suele apuntarse también al incremento de las tasas de suicidio (cuatro veces mayores en el caso de los jóvenes, aunque ellas lo intentan más) o a cómo ellos van quedando rezagados en el mundo de la educación y de las titulaciones superiores. El 45% de los hombres jóvenes, además, se sienten discriminados (un 44% mujeres no satisfechas con el tratamiento en sociedad).
Otros expertos no niegan que existan esos problemas entre los hombres jóvenes, pero aseguran también que precisamente las normas patriarcales y el modelo de masculinidad hegemónica que se promulgan Trump o la machosfera contribuyen a poner a los jóvenes en peor situación psicológica y social, alimentando además el resentimiento, la misoginia y chauvinismo.
«Ahora tienen que competir»
«Los hombres jovenes blancos están en una posición en que no estuvieron generaciones previas: ya no tienen el privilegio de ser ascendidos o contratados o tener posiciones garantizadas sobre mujeres y gente de color», asegura en una entrevista telefónica Theresa Vescio, doctora en psicología de la Universidad Penn. «No es que se les esté discriminando, es que tienen que competir y ahora sienten desventaja«.
«Los cambios han llevado a la rabia, la hostilidad y a culpar a quien no se debe», analiza. «La clase media hoy está más cerca que nunca de la de bajos ingresos y se culpa a mujeres o gente de color o de otras minorías de quitarles los trabajos en vez de a los pocos que están arriba controlando todo y sacando ingentes beneficios».
A Vescio le preocupa por eso la victoria de Trump, que puede volver a la presidencia ya con el control conservador del Tribunal Supremo y, posiblemente, de todo el Congreso. «Con el control de las tres ramas; con la retórica y las ideologías racistas, sexistas y homófobas; sin salvaguardas ya y con hombres con esta idea de que deben estar arriba, parte del patriarcado y de una ideología cultural, puede ser muy peligroso», advierte.
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