Ni una guerra civil libanesa frente a su puerta, ni la crisis económica más feroz de la Historia, ni el paso cruel del tiempo lograron cerrar las puertas del Hotel Palmira a lo largo de sus 150 años de existencia. Dos meses de bombardeos israelís sí que lo consiguieron. Ahora, el imponente y decrépito recibidor del hospedaje yace vacío, dominado por la oscuridad. Los plásticos que lo protegen de la entrada de la lluvia, aunque no tanto del frío, no dejan que pase la luz. Los ataques israelís quebraron la cristalera de colores que enmarcaba la privilegiada vista que justifica su pervivencia. Al otro lado del precario plástico, aún se mantienen erguidas las majestuosas ruinas romanas de Baalbek después de más de 2.000 años fascinando a locales y extranjeros.
Mientras se preparaba para celebrar su 150º aniversario, el hotel ha visto como su histórico lema se desmoronaba en apenas segundos. “El hotel Palmira, el primer hotel de Oriente Próximo, nunca cierra sus puertas”, repiten trabajadores y dueños desde hace siglo y medio. Admiradores anónimos y famosos artistas y políticos se hacían eco de ello. Pero un ataque israelí el pasado 7 de noviembre hizo trizas esa afirmación. Un bombardeo frente al yacimiento arqueológico de Baalbek, patrimonio de la Humanidad según la UNESCO desde 1984, provocó que aquellas ventanas y puertas con vistas a la Historia estallaran en miles de pedazos. El Ejército israelí no ha aclarado quién o qué era el objetivo, aunque no se registraron víctimas mortales.
Frente al Hotel Palmira y a los pies de las históricas ruinas, nadie ha recogido los escombros de aquel ataque que redujo la casa otomana Manshiye, construida en 1928, a un montón de piedra caliza. “Sentí como que me ahogaba, te juro que lloré, no pude evitar llorar”, reconoce Manhal Abás a EL PERIÓDICO. “Este hotel es más querido para mi corazón que mi propia casa”, dice este libanés oriundo de Baalbek a sus 76 años.
La historia de Abás va estrechamente ligada a la de las paredes que custodia. Pisó por primera vez el ahora desangelado recibidor a sus 18 años –“cuando era un simple adolescente”, afirma entre risas. Y, desde entonces, no ha dejado de cruzar el umbral de esa imponente puerta. “Este lugar es más importante que mi casa porque viví en él, crecí en él y vi el mundo entero a través de él”, confiesa, visiblemente emocionado.
Más antiguo que el Líbano
En sus manos, han caído las propinas de grandes iconos artísticos árabes, como la egipcia Umm Kalzum o las libanesas Sabah o Fairouz. Por esos mismos pasillos que él recorre con desenvoltura, también han pasado otras grandes personalidades que han cambiado la Historia. “Mi habitación favorita es la número 30, la del [presidente francés] Charles de Gaulle”, explica, antes de entrar en ella. El plástico en las ventanas sume a la rosada alcoba en la penumbra. A los pies de una de las dos camas, hay pedazos de madera arrancados. Falta una cortina. “A los turistas europeos les encanta venir aquí, porque les gustan estos sitios históricos y antiguos, pero los árabes prefieren el lujo de la modernidad”, reconoce Abás, antes de mostrar un baño que deja bastante que desear.
“El Palmira es más antiguo que el propio Líbano”, constata. El país de los cedros ganó su independencia de Francia en 1946. Antes, por sus 25 habitaciones, ya habían pasado el emperador alemán Guillermo II, Albert Einstein, François Georges-Picot, Lawrence de Arabia o Mustafa Kemal Atatürk. El histórico festival de Baalbek, celebrado en la acrópolis romana, ha traído a artistas de la talla de Nina Simone, Joan Baez, Ella Fitzgerald, Herbie Hancock o Fanny Ardant. “Otra habitación que también me encanta es la de Jean Cocteau”, afirma Abás. Durante sus dos visitas en 1956 y 1960, el dramaturgo francés quiso dejar su propia huella en la habitación 27. El perfil de un rostro a mano alzada recoge un “saludo amistoso” desde hace décadas.
Peregrinación a Jerusalén
“Las misteriosas terrazas de Baalbek, desde donde se supone que los hombres se embarcaron hacia las estrellas, ¿no son el lugar ideal para que el alma de los poetas tome vuelo y se haga a la mar?”, escribió el poeta desde el balcón con las vistas más privilegiadas de todo el Líbano. A los pies del huésped, desde hace 150 años, yacen las siluetas del templo de Baco, uno de los más grandiosos y mejor conservados del mundo, y el templo de Júpiter, el monumento más grande dedicado a la deidad en la historia del Imperio Romano. Por eso, en el Líbano, al hotel Palmira se le conoce como la “séptima columna de Baalbek”, en referencia a la hilera de seis columnas romanas que se recortan frente a sus habitaciones.
Construido en 1874 por Perikili Mimikakis, un empresario griego ortodoxo de Constantinopla, el hotel, a 85 kilómetros de Beirut, marca un punto clave en la ruta de peregrinación a Jerusalén. Maravillados por el encanto de las ruinas romanas, los viajeros lo consideraban un buen lugar donde pararse a descansar y a admirar las maravillas construidas por el ser humano. Ahora, el camino hacia Tierra Santa ya no es transitable desde la creación del estado de Israel en 1948, el mismo año que nació Abás. El Líbano y el Estado hebreo no tienen relaciones, pero sí un historial de conflictos que se renueva cada dos décadas. “Esperemos que esta última guerra haya terminado del todo”, reconoce Abás después del alto el fuego de 60 días decretado a finales de noviembre.
Un museo
Pero el hotel Palmira no sólo es un hogar dónde seguir ampliando la Historia. También es un museo. Alejados de los lujos de los hoteles convencionales, los actuales dueños insisten en conservarlo tal y como era. Solo los aires acondicionados en las habitaciones rompen con la estética del pasado. No hay servicio de minibar ni piscina. En el recibidor, en cambio, descansan objetos clásicos extraídos de las ruinas. En estas habitaciones, tuvo lugar la firma de la Gran Declaración del Líbano en 1920 que estableció los límites del país bajo Mandato francés. Durante la segunda guerra mundial sirvió como cuartel general de las tropas británicas.
El hotel Palmira es una cápsula del tiempo. Prueba de ello es el libro de visitas original, que data del siglo XIX, y está guardado de forma segura en una caja fuerte. En él, están las firmas de Albert Einstein en 1926 y del archiduque austríaco Franz Ferdinand meses antes de su asesinato en 1914. Pero, para Abás, el valor del hotel no está solo en el pasado. “El turista que viene a Baalbek llega a un mundo que no conoce y estar aquí le permite familiarizarse con la vida y la gente de la ciudad, saber cómo es, cómo viven, cómo piensan”, explica el orgulloso hijo de la conocida como ciudad del Sol en la antigüedad. “A través del hotel, se llevan una idea muy bonita de Baalbek”, dice, a la espera de que vuelvan los turistas.
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