Un nivel de crecimiento, 2,7% en el último año, mayor de lo esperado; la inflación y el paro, en tasas del 2,4 y 4,1% respectivamente, bajo control; sueldos que en muchos casos han subido nominalmente más que el alza de los precios, tipos de interés que la Reserva Federal ha empezado a bajar y el ansiado aterrizaje suave que ha evitado una recesión. La economía de Estados Unidos ha logrado recuperarse tras la pandemia de una forma que no se ha replicado en ninguna otra economía avanzada del mundo. Nadie lo diría en estas elecciones presidenciales que miden a Kamala Harris y Donald Trump.
La desconexión entre los datos macroeconómicos y el sentir de los estadounidenses es severa y el descontento bulle en los sondeos y cuando se habla con cualquier votante, apoye a la demócrata o al republicano. Más del 60% de la población cree que la economía “no va bien” o directamente “va mal” según una encuesta reciente de ‘The Wall Street Journal’. Y hoy se diría que el mensaje no es el ya clásico “es la economía, estúpido” que acuñó el estratega demócrata James Carville, sino algo más en la línea de “es el coste de la vida”.
Es algo que sabe Trump. Incluso habiendo decidido centrar su mensaje en la inmigración porque cree que la gente “se aburre” cuando habla de economía, el republicano abre últimamente sus mítines con el interrogante que hizo eterno Ronald Reagan en un debate con Jimmy Carter en 1980: “¿Están mejor que hace cuatro años?” La respuesta de los suyos es siempre un enfático “¡no!”. Y es lo mismo que dicen más de la mitad de los estadounidenses.
Desigualdad y erosión de la clase media
En un país donde se desvanece la clase media los refugios para personas sin hogar cada vez acogen a más gente que tiene empleo o, siendo más realistas, infraempleo. Los bancos de comida no dan abasto. El problema para comprar vivienda o acceder a ella se cronifica. Y todo, en una nación lastrada por la desigualdad también crónica, golpea, como siempre, especialmente a las personas de más bajos ingresos y a las minorías.
Aunque la inflación que llegó a superar el 9,1% haya bajado y algunas subidas de sueldos hayan sido nominalmente más altas, no ha habido deflación y los altos precios, que han subido un 22% en cuatro años, han quedado como herencia, como una herida que no llega siquiera a cicatrizar. Lo que se queda en los bolsillos de los estadounidenses tras pagar sus impuestos, además, ha caído. Y hoy lo común es escuchar a ciudadanos lamentándose de que “la compra que antes hacía con 60 dólares ahora cuesta más de 100”, o quejándose de lo caro que está todo: la luz y el gas, el seguro médico, los alquileres…
Sabrina, una mujer negra que cría sola a dos hijos en el estado bisagra de Michigan, es una de esas estadounidenses en estado de lamento. Ella trabaja 40 horas a la semana en Cleveland Cliffs, una empresa acerera en Dearborn, un empleo que le da un salario “decente” y prestaciones. Aun así, cuenta,“no llega”, y para completar sus ingresos conduce un Uber. “Yo lo paso mal y hay quienes están mucho peor, mucha gente lo está pasando muy mal”, expone.
Crisis de vivienda
No falta decepción en sus palabras. Ella compró su casa en 2022 y confiaba que llegara la ayuda de 10.000 dólares que prometió Joe Biden pero, dice, “nunca sucedió”. No cree poder ir a beneficiarse de las promesas de Harris de dar 25.000 dólares para adquirir la primera vivienda, un eje central en el programa económico de la demócrata, que sabe que la crisis de accesibilidad afecta a todo el país se da de forma aún más marcada en Nevada y los otros seis estados bisagra, donde desde 2020 se han doblado los costes mensuales de las hipotecas.
Sabrina no oculta su “frustración” y dice que “los políticos siempre dicen lo que van a hacer, lo que quieren hacer, y nunca se materializa”. Aun así va a votar a Harris, a la que ve “como el menor de dos males”. Pero cuenta también que es algo que no harán muchos de sus colegas de la fábrica y el sindicato, “sobre todo blancos” según dice, que votarán por Trump. “Aseguran que ganaban más cuando Trump era presidente. Es lo que a muchos les gusta creer, aunque yo no creo que sea verdad”.
Los planes
Cuando Barack Obama hace mítines pidiendo el voto para Harris recuerda que si Trump puede presumir de la buena economía en su mandato, antes de que sacudiera todo la pandemia, fue porque “la heredó”. Es lo mismo que sucederá al próximo ocupante de la Casa Blanca, según apuntaba esta misma semana ‘The Wall Street Journal”, que aseguraba que el crecimiento, y su calidad, permitirán a quien empiece mandato hacerlo “con el viento en las velas”.
No es ese el mensaje de Trump. Este viernes se apoyaba en los últimos pobres datos de creación de empleo (solo 12.000 trabajos) sin tener en cuenta el impacto que habían tenido dos huracanes y una huelga en Boeing. Y convence a muchos con su promesa de no solo prorrogará sino ampliará los recortes de impuestos que aprobó en 2017, que expirarán a principios del año que viene.
Numerosos economistas advierten de que el plan económico del republicano, que incluye también recorte de regulaciones, aranceles universales y una deportación masiva de inmigrantes, no solo dará un golpe al crecimiento la productividad (que ha subido entre un 2 y un 2,5% en parte por el trabajo de inmigrantes sin papeles) sino que también volverá a elevar la inflación.
Bidenomics
No está claro, porque no hay demasiados detalles, qué impacto tendrían los planes económicos de Harris, que también ha planteado subidas de impuestos para corporaciones y las rentas más altas pero deja sin contestar grandes interrogantes sobre el impacto de sus medidas en el déficit o la inflación. Lo que es seguro es que la vicepresidenta se ha centrado más en plantear un proyecto pegado al impacto directo de medidas y en hablar de la creación de una “economía de la oportunidad” que en los grandes logros de la Administración de Joe Biden y sus llamadas “Bidenomics”, quizá porque los grandes cambios estructurales se sentirán sobre todo a largo plazo.
No quiere decir que Harris no se haya apoyado en su mensaje en esas políticas económicas de Biden, que incluyen la inversión de 1,2 billones de dólares de la Ley de Infraestructura; 369.000 millones en créditos y subsidios que la Ley de Reducción de la Inflación destina a empresas y consumidores para invertir en energías renovables, vehículos eléctricos y tecnologías de bajas emisiones, así como 52.000 millones que la Ley CHIPS y Ciencia invertirá para promover la fabricación de semiconductores.
El gran favor a la demócrata se lo hacía en esta recta final de la campaña el republicano Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, al decir que si toman el control del Congreso podrían tumbar esa última normativa. Hasta los candidatos conservadores en lugares beneficiados por las inversiones se echaron las manos a la cabeza. Y Johnson se vio forzado a tratar de matizar inmediatamente que no hablaba de derogar la ley sino de modificarla.