El pasado mes de agosto el líder del brazo político de Hamás, Ismail Haniyeh, fue asesinado en Teherán horas después de asistir a la investidura del nuevo presidente iraní. Una bomba explotó en la habitación de la casa de huéspedes donde se alojaba, gestionada y protegida por la Guardia Revolucionaria iraní, el cuerpo militar encargado de velar por la supervivencia de la República Islámica. Según publicó después la prensa estadounidense, la bomba había sido escondida en la habitación de Haniyeh dos meses antes y se activó por control remoto en cuanto se confirmó la presencia del dirigente palestino. Los encargados de colocarla habrían sido agentes de la seguridad iraní a sueldo del Mossad israelí, de acuerdo con fuentes del diario británico ‘The Telegraph’.
Hace menos de una semana, el golpe fue incluso de mayor envergadura. La aviación israelí acabó con Hasán Nasralá, el escurridizo líder de Hizbulá, la más poderosa de las milicias proiraníes en Oriente Próximo. Nasralá raramente aparecía en público y sus movimientos eran siempre un secreto. Pero el pasado viernes alguien advirtió a la inteligencia israelí de su llegada al bunker subterráneo que le servía de cuartel general en Beirut. Un escondrijo situado bajo seis edificios de apartamentos en el barrio de Dahiye, el principal feudo chií de Hizbulá en la capital libanesa. El chivato, publicó después el diario francés ‘Le Parisien’, habría sido un informante iraní. En el bombardeo masivo con armas estadounidenses murió también el número dos de la Guardia Revolucionaria, el brigadier general Abbas Nilforoushan.
Los asesinatos de Nasralá y Haniyeh han puesto en evidencia la profunda infiltración del espionaje israelí en el aparato de seguridad de sus principales enemigos. Una circunstancia que ha permitido a Israel descabezar en los últimos meses a buena parte de la cúpula militar de Hizbulá, así como a una larga lista de comandantes iraníes, asesinados principalmente en Siria y Líbano. En el aparato de la seguridad iraní se suceden las purgas desde entonces, pero la humillación no deja de supurar. Esta misma semana, su expresidente, Mahmud Ahmadineyad, declaró a la CNN turca que la unidad creada por los servicios secretos de su país para perseguir las actividades del Mossad en Irán era básicamente un nido de agentes dobles. Una veintena de sus integrantes, empezando por el jefe de la unidad, trabajaban para Israel.
Agentes iraníes a sueldo del Mossad
A esos ‘topos’, según Ahmadineyad, se deben muchos de los éxitos del Mossad en la República Islámica desde 2018. Entre ellos, el robo de documentos secretos del programa nuclear iraní, exhibidos en su día por el primer ministros israelí, Binyamín Netanyahu. O posiblemente el asesinato del físico Moshen Fakhrizadeh, el padre del programa nuclear iraní, abatido en 2020 con un robot maniobrado con inteligencia artificial y activado por satélite. Desde 2004, cuando el Gobierno israelí encargó al Mossad que impidiera a su archienemigo persa el desarrollo de armas nucleares, los asesinatos de científicos iraníes y los sabotajes de sus instalaciones se han sucedido.
“Los israelíes llevan tiempo tratando de prevenir que Irán desarrolle la bomba. Son muy pacientes y han logrado infiltrarse en el Gobierno iraní”, asegura a EL PERIÓDICO Matthew Burrows, quien trabajó para la CIA y el Consejo de Inteligencia Nacional de EEUU durante más de un cuarto de siglo. “Respecto a Hizbulá su conocimiento mejoró después de que la milicia se acercara a Rusia para ayudar a (Bashar) Al Asad en la guerra civil siria. Les dio un mayor acceso a sus comunicaciones para entender cómo opera y poder anticiparse a sus acciones porque hasta entonces Hizbulá había sido muy cuidadoso”.
Ventaja cualitativa de Israel
Esa paciencia quedó de manifiesto con el ataque de los mansáfonos utilizados por los miembros de Hizbulá para comunicarse, en el que murieron decenas de personas y miles resultaron heridas, incluidos numerosos civiles. Una acción que el exjefe de la CIA, Leon Panetta, describió como “una forma de terrorismo”. Según publicó ‘The New York Times’, los dispositivos –cargados con explosivos— fueron fabricados por empresas pantalla creadas exprofeso por el propio Mossad, también infiltrado en la cadena de suministros.
No hay duda de que todas esas acciones han aportado una ventaja cualitativa a Israel en el conflicto regional en curso. También han servido para levantar la moral de los israelíes, mientras generaban una indisimulada admiración en los círculos de la inteligencia occidental. Pero algunos de esos cartuchos ya están gastados, según Burrows. “Una vez el enemigo entiende que tienes acceso a sus comunicaciones, se deshace de los teléfonos y los mensáfonos, como ha hecho aparentemente Hizbulá. También lo hizo Al Qaeda cuando entendió que habíamos pinchado sus comunicaciones”, dice en una conversación telefónica. “Hizbulá tiene muchas células y es posible que hayan dejado de comunicarse entre ellas para operar de forma autónoma”.
Pero la paranoia sigue ahí. En Irán ha habido varias oleadas de arrestos en el seno de sus fuerzas de seguridad desde el asesinato de Haniyeh. De Hizbulá se sabe menos. Apenas han tenido tiempo de reponerse del shock de los mensáfonos y el asesinato de su líder. Apenas cuatro días después, las tropas israelíes invadieron el Líbano.
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