Sin certezas sobre por cuál modelo optará la Comisión Europea para tratar de ratificar el reciente acuerdo para un tratado de libre comercio con los países del Mercosur, Francia y Polonia tratan de convencer a los indecisos para que se opongan a un texto tan importante como polémico. Sobre todo, buscan a atraerse a Italia, que aún no dicho su última palabra. En el otro extremo, el acuerdo ha sido acogido con entusiasmo por países como España, Alemania, Portugal, Suecia, Estonia o Finlandia. Otros como Grecia o Bulgaria, aunque no han definido su posición, están en principio a favor del acuerdo.
Las negociaciones para un tratado de libre comercio entre la UE y el Mercosur arrancaron en junio de 1999. Veinte años después, en 2019, la Comisión Europea anunció que había logrado un acuerdo político para cerrarlo. “Mido mis palabras con cuidado cuando digo que este es un momento histórico”, dijo el entonces presidente del ejecutivo comunitario, Jean-Claude Juncker.
Juncker debió haberlas medido mejor porque el proceso de ratificación descarriló y se llevó por delante el proyecto, hasta el pasado 6 de diciembre. Gracias el impulso de una docena de países, y tras meses de discusiones al nivel más técnico, la ahora presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, escenificó el fin de las negociaciones con un viaje a Montevideo. La pregunta ahora es si von der Leyen logrará acabar lo que Juncker no pudo.
El proceso de ratificación
En la UE existen dos modelos de ratificación para acuerdos con terceros países. Cuando se trate de un acuerdo que cubra políticas cuya competencia es exclusiva de la UE, podrán aprobarse por mayoría cualificada en el Consejo, donde están representados los gobiernos. La Eurocámara también tiene que dar el visto bueno, pero no los parlamentos nacionales.
Si el texto incluye políticas donde las competencias son compartidas, requiere unanimidad y el respaldo de los parlamentos nacionales. La política comercial es una competencia exclusiva de la UE, pero el acuerdo con los países del Mercosur afecta a otros ámbitos, y no está claro por qué modelo optará la Comisión. Aunque dada la conocida oposición de Francia, optar por la unanimidad es casi un suicidio político.
El Ejecutivo comunitario alega que es pronto para tomar una decisión sobre el modelo de ratificación. Que ahora es el momento de proceder a cerrar los detalles técnicos y legales del texto, traducirlo, y que los países lo examinen. Cuando todo esté cerrado, Bruselas presentará formalmente el texto para su ratificación ante el Consejo y el Parlamento y, ahí, sabremos por qué modelo opta.
Lo cierto es que el Ejecutivo puede dividir el acuerdo en varias partes para garantizar que, al menos, la parte comercial que solo requiere una mayoría cualificada, pueda ser aprobada. Pero incluso en este caso hay dudas de que el acuerdo salga adelante. Francia y Polonia se oponen y buscan aliados.
La oposición franco-polaca
La oposición de Francia no es nueva. El viaje de von der Leyen a Uruguay con el país sumido en el caos tras la moción de censura contra Michel Barnier no sentó nada bien en París. Emmanuel Macron calificó de “inaceptable” el acuerdo y acusó a la Comisión de sacrificar a los agricultores europeos “al servicio de un mercantilismo del siglo pasado”.
Francia alega que su rechazo al acuerdo nace del potencial impacto del mismo para los sectores bovino y vacuno, y también para la industria del azúcar. Además, consideran que el texto no garantiza la aplicación recíproca de las normas. Algo que la Comisión desmiente, insistiendo que las reglas fitosanitarias europeas se aplican a todo producto que entra en el mercado de la UE, que este acuerdo no lo cambia, y que para eso están los controles. Además, destacan que el texto incluye nuevos estándares por ejemplo en materia de protección medioambiental.
Pero en realidad, la oposición de Francia no es tanto una cuestión de contenido sino de principio. “Estos acuerdos de libre comercio afectan siempre a los mismos productos, es siempre la ganadería”, defendió la ministra de agricultura francesa, Annie Genevard. Para el gobierno francés, la agricultura y la ganadería son monedas de cambio para garantizar el acceso de productos industriales en estos acuerdos. “Esto no funciona así”, insistió Genevard.
Francia no está sola. Polonia también ha rechazado de pleno el acuerdo, porque teme que tenga un impacto importante para el sector avícola o la industria azucarera. Macron y el primer ministro polaco, Donald Tusk, exhibieron su complicidad en este asunto durante una reunión en Varsovia el pasado jueves en la que mostraron su oposición al acuerdo y su voluntad de trabajar juntos para frenarlo.
De hecho, Tusk están buscando aliados y todos los caminos van a Roma. El gobierno de Georgia Meloni también ha criticado duramente el acuerdo y pide a la Comisión cambios en el texto, y una serie de salvaguardas que protejan sectores estratégicos para su economía. Bruselas dice que han negociado “el mejor acuerdo posible”, que no se pueden hacer cambios y que, en cualquier caso, ya hay salvaguardas.
Así y todo, no está claro del todo que el gobierno italiano esté listo para ir tan lejos como hasta votar contra el texto. El primer ministro polaco espera convencer a Meloni para que se una a la oposición al acuerdo. “No tenemos una mayoría de bloqueo por el momento”, reconoció Tusk esta semana. El premier alegó que de momento solo Polonia y Francia rechazan el texto pero que de sumarse Italia, estarían más cerca de frenarlo.
En manos de los indecisos
Lo más probable es que la Comisión opte por tratar de ratificar el acuerdo por mayoría cualificada. En ese caso, el texto necesitaría del apoyo de un grupo de países que representen al 65% de la población en la UE. Pero si al menos cuatro gobiernos se oponen, sería suficiente para frenarlo haciendo uso de la llamada ‘minoría de bloqueo’. Italia es la principal candidata, pero hay más. Otros países como Austria, Irlanda, o Países Bajos han mostrado en el pasado sus reticencias al acuerdo.
Austria no ha definido formalmente su posición por el momento. Pero el ministro de Trabajo y Economía, Martin Kocher, defendió esta semana que Austria debería revisar su oposición al Mercosur. Kocher considera que el país no puede dejar pasar la ocasión de “crear oportunidades y empleo” por “puro populismo”.
“Irlanda ha estado en la primera línea a nivel europeo para asegurar que, en términos de comercio, se impongan a los países con los que comerciamos las mismas obligaciones, desde el punto de vista medioambiental, que pedimos a nuestros propios agricultores y productores”, dijo el ministro irlandés de Agricultura, Charlie McConalogue sobre la postura de su gobierno respecto al acuerdo.
McConalogue explicó que, en el pasado, Irlanda no había podido dar su apoyo al tratado porque no contaba con las salvaguardas necesarias. Ahora, el gobierno irlandés examinará el texto en profundidad antes de determinar su posición. En la misma línea se expresó el ministro de Finanzas holandés, Eelco Heinen, en una entrevista con Bloomberg en la que confesó que su gobierno “no tiene aún una posición” porque no han visto el acuerdo final. Una vez lo tengan, lo estudiarán, y definirán su postura.
La Comisión se ha mostrado molesta, precisamente porque el rechazo de algunos de estos países ha venido antes de examinar el texto, que tan solo se ha hecho público esta semana. Bruselas alega que las reticencias se basan en los acuerdos de 2019 y defiende que el compromiso alcanzado la pasada semana es mucho más beneficioso para los intereses europeos y también más garantista.
Incertidumbre
Frente a los indecisos, países como España, Alemania, Portugal, Suecia, Estonia o Finlandia han celebrado la conclusión del acuerdo como una oportunidad única para reforzar las relaciones económicas y comerciales con una región clave también en lo político. Otros como Grecia o Bulgaria, aunque no han definido su posición, están en principio a favor del acuerdo.
Lo cierto es que a pesar de las reticencias de unos pocos, la mayoría de países de la UE están a favor de sellar el acuerdo, que necesita también el visto bueno de una Eurocámara más fragmentada que nunca. El proceso, en cualquier caso, será lento y complejo. El texto tiene que ser traducido en todas las lenguas oficiales y estudiado al detalle por los gobiernos y el Parlamento antes de proceder a su ratificación. Los próximos meses serán clave para determinar el futuro de un acuerdo tan histórico como polémico.
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