El 21 de octubre de 1966 siempre será recordado como uno de los días más negros en la historia del Reino Unido y en el reinado de Isabel II. El derrumbamiento de los escombros de una mina sobre la pequeña aldea de Aberfan, en Gales, sepultó por completo varias casas y un colegio de primaria, acabando con la vida de 116 niños y 28 adultos. La reina tardó ocho días en visitar el lugar y reunirse con las familias afectadas, una decisión que fue duramente criticada y que guarda similitudes con la tomada por Felipe VI durante la trágica DANA en Valencia. El remordimiento causado por la demora la acompañó toda la vida, según han relatado personas cercanas a la monarca a lo largo de los años.
Isabel II consideró entonces que su presencia en Aberfan inmediatamente después del derrumbe desviaría el foco de atención y retrasaría las labores de rescate que todavía se estaban llevando a cabo. En su lugar envió a su esposo, el duque de Edimburgo, quien visitó la aldea el día siguiente de los hechos junto al entonces primer ministro, Harold Wilson. Las crecientes críticas por su ausencia la llevaron a desplazarse a la pequeña población el 29 de octubre de ese mismo año, en una visita cargada de emoción. Esa fue una de las pocas ocasiones en las que la monarca, siempre ajustada a la solemnidad y al papel institucional de su cargo, lloró en público.
Cargo de conciencia
Varios asesores y personas cercanas a Isabel II aseguran que este episodio fue uno de los que más la marcó en su vida. “Creo que, en retrospectiva, pensó que podría haber ido un poco antes. Fue una especie de lección para nosotros de que hay que mostrar simpatía y estar en el lugar de los hechos de inmediato. Es algo que creo que la gente ansiaba de ella”, asegura el extrabajador de la oficina de prensa de la casa real William Heseltine en el documental ‘Elizabeth: Our Queen’. Algo que también refrendó su entonces secretario privado, Martin Charteris, quien aseguró años más tarde que este fue el mayor arrepentimiento de su reinado.
A pesar de las críticas recibidas por la demora, la visita de la monarca a Aberfan transcurrió sin incidentes. Incluso algunas de las personas afectadas sostienen, años después de la tragedia, que su decisión fue acertada. «El problema con cualquier visita real es que tienes un séquito que se apodera de todo y el trabajo de rescate aún estaba en curso. Si hubiera venido antes, habría aumentado la confusión«, aseguró a la BBC Jeff Edwards, uno de los niños supervivientes.
Visita sentida
Para otros afectados, la visita de la reina fue algo reconfortante. «Podías ver que estaba muy emocionada. Se notaba que se preocupaba», aseguró a la cadena pública británica Marylin Brown, madre de una niña de 10 años fallecida ese día. En ese momento los hijos menores de la reina, el príncipe Eduardo y el príncipe Andrés, tenían edades parecidas a las de los niños del colegio sepultado, algo que le hizo empatizar todavía más con las víctimas. «Para mí, ese día, no vino como la reina, nuestra monarca, sino que vino como madre, a simpatizar, a empatizar, a apreciar realmente lo que todo el mundo había pasado ese día», señaló Denise Morgan, otra familiar de los fallecidos.
La propia monarca expresó el impacto que le provocó su viaje a Aberfan en el 50 aniversario de la tragedia. «Recuerdo muy bien mi propia visita junto al príncipe Felipe tras el desastre, y el ramillete que me regaló una niña, que llevaba la desgarradora inscripción: ‘De los niños que quedan en Aberfan’. Desde entonces, hemos vuelto en varias ocasiones y siempre nos ha impresionado profundamente la notable entereza, dignidad y espíritu indomable que caracterizan a las gentes de este pueblo y de los valles circundantes», aseguró la reina en un mensaje leído per el entonces príncipe Carlos. La monarca visitó la aldea hasta tres veces más después del incidente, la última de ellas en 2012 para inaugurar un nuevo colegio de primaria.